Aprender y enseñar ciencias: del laboratorio al aula y viceversa
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I Esa cosa llamada ciencia<br />
parte de preguntas. El asombro, la maravilla, la sed de explicaciones, la observación y el<br />
reconocimiento de regularidades y patrones son parte de este aspecto. Pero podemos<br />
estar de lo más convencidos de que tenemos “la verdad”... y se nos puede desmoronar<br />
de pronto y sin aviso. Queremos conocer y entender esta re<strong>al</strong>idad y la sacudimos a preguntazos<br />
tratando de entender de qué se trata. Hacemos experimentos para ir afinando<br />
las preguntas, observamos, describimos, modificamos nuestras hipótesis.<br />
En <strong>al</strong>gún momento llegamos a una serie de observaciones y vamos a contarlas a la jauría<br />
de colegas decididos a destruirnos, envidiarnos, ponernos en jaque. Necesariamente, de<br />
<strong>al</strong>guna manera se llega <strong>al</strong> consenso. Como parte de la comunidad de científicos, debemos<br />
ser escépticos y difíciles de convencer, demandar todas las pruebas y permanecer<br />
abiertos a otras posibilidades.<br />
¿No es eso muy parecido a lo que queremos como sociedad? ¿No es un buen objetivo<br />
ser preguntones, tener <strong>al</strong>ternativas y poder juzgarlas, y poseer herramientas para re<strong>al</strong>izar<br />
esos juicios? Justamente la difusión de la ciencia como forma de entender <strong>al</strong> mundo es<br />
un ejercicio que nos puede ayudar a ser mejores personas, mejores ciudadanos, mejores<br />
estudiantes. Para eso necesitamos información, saber dónde estamos parados, aunque a<br />
veces la información excesiva puede ser una bomba de tiempo que nos marea aun más.<br />
La información es un derecho, aunque a veces peque de derecho excesivo, como afirma<br />
el novelista inglés David Lodge:<br />
“[...] en el mundo moderno la información es mucho más portátil que antes. Y<br />
la gente también. Ergo, ya no es necesario guardar la información en un edificio,<br />
ni mantener a los mejores <strong>al</strong>umnos encerrados en un campus. Hay tres cosas que<br />
han provocado una revolución en la vida académica durante los últimos veinte<br />
años, aunque muy pocos se hayan dado cuenta: los viajes en reactor, los teléfonos<br />
de marcado directo y la fotocopiadora. Hoy en día, los sabios no han de trabajar<br />
en la misma institución para intercambiar sus impresiones, pues se llaman unos a<br />
otros o se encuentran en los congresos internacion<strong>al</strong>es. Y ya no han de buscar los<br />
datos en los estantes de las bibliotecas, pues todo artículo o libro que les parece<br />
interesante lo hacen fotocopiar y lo leen en casa. O en el avión que los lleva <strong>al</strong><br />
siguiente congreso. Yo trabajo sobre todo en casa o en los aviones, últimamente.<br />
Rara vez entro en la universidad, excepto para dar mis clases. [...] Mientras tenga<br />
usted acceso a un teléfono, a una fotocopiadora y a un fondo de ayuda para