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Jakob Lorber - Obispo Martín - Ciencia y Espiritualidad - Jakob Lorber

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________________________________<strong>Jakob</strong> <strong>Lorber</strong>_________________________________<br />

11 Mira, Borem, los doce sacan ahora a los bañistas del agua de la vida. Todos son ahora tan<br />

hermosos que podríamos llamarlos ángeles. ¡Qué aspecto más maravilloso y qué alegría se ve<br />

en sus ojos que ahora están destinados a contemplar a Dios!<br />

12 Hermano, ¡alégrate conmigo y siente la bondad del Señor! ¡Te digo que me estoy<br />

consumiendo por amor hacia el Señor!».<br />

13 «Ahora, <strong>Martín</strong>, se ha terminado la fase en la que no podíamos contribuir en nada porque<br />

en ella el Señor siempre actúa absolutamente solo. Sin embargo la continuación es cosa nuestra,<br />

de los hijos de Dios, para seguir su obra dentro de su Amor y Orden. Por eso tenemos que estar<br />

preparados para todo lo que se nos pueda presentar.<br />

14 El Señor procede aquí como en la Tierra. Allí el hombre coge el grano del trigo y lo<br />

siembra. Este trabajo previo también fue realizado aquí cuando, con mi ayuda, diste a todo este<br />

grupo enseñanzas sabias y reglas de conducta. De modo que ambos sembramos el trigo de Dios<br />

en los surcos de sus corazones turbulentos.<br />

15 Una vez que la semilla se encuentra en el surco, el hombre ya no puede hacer nada para<br />

que crezca y dé fruto. En esta fase interviene únicamente el Señor a través de su influjo directo<br />

sobre aquellos espíritus naturales que con su actividad son responsables del crecimiento de<br />

animales y plantas.<br />

16 En cuanto este trabajo esté terminado y el nuevo trigo haya llegado a la madurez es<br />

entregado de nuevo al hombre para que lo recoja y lo lleve a sus graneros. ¡Y este trabajo ahora<br />

nos tocará a nosotros!<br />

17 Aquí primero sembramos la semilla de la palabra de Dios en sus corazones. Después ellos<br />

permanecieron inactivos como un campo sembrado; pero durante ese descanso empezó el<br />

trabajo del Señor, puesto que nosotros, como el sembrador de la Tierra que no puede hacer otra<br />

cosa sino mirar como la siembra crece, tampoco habríamos podido hacer nada sino mirar el<br />

trabajo que el Señor estaba haciendo.<br />

B Por el esfuerzo del Señor este grano, es decir estos hermanos y hermanas nuestros, han<br />

llegado ahora a su madurez. Para nosotros empezó el tiempo de la cosecha. ¡De modo que<br />

recibamos la gran bendición del Señor para que nuestros corazones puedan entrar de nuevo en<br />

plena actividad.<br />

19 Sabido es que la cosecha es siempre más abundante que la siembra: lo mismo pasará aquí.<br />

Como a la hora de la siembra se trataba de uno solo, ahora cosecharemos entre treinta y cien.<br />

Alégrate, <strong>Martín</strong>, ¡nos espera una cosecha abundante!».<br />

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La modestia de <strong>Martín</strong>, corregida por la sabiduría de Borem.<br />

La vestidura festiva de <strong>Martín</strong>. La ampliación de la casa de <strong>Martín</strong><br />

1 «¡Ahora otra cosa!», continuó Borem. «Debajo del tablero del Señor se encuentra una caja<br />

que parece ser de oro puro. Ve y ábrela; encontrarás en ella una prenda y un sombrero luminoso.<br />

Ponte la prenda y el sombrero para que, dignamente vestido con una vestidura de bodas<br />

celestiales, pues se trata de algunas almas perdidas y recuperadas, puedas recibir a nuestros<br />

invitados que el mismo Señor traerá en seguida. ¡Ve a cambiarte pues es la Voluntad del<br />

Señor!».<br />

2 «Hermano mío, todo lo que acabas de decirme es cierto como la misma palabra de Dios»,<br />

observó <strong>Martín</strong>. «Sólo lo de la nueva prenda y el sombrero me huele a una presunción celestial<br />

que no me seduce en absoluto. De modo que ya disculparás mi actitud si en este punto no te<br />

hago caso.<br />

3 Soy sumamente feliz de que ahora por lo menos mi corazón se encuentre en el orden que es<br />

del agrado del Señor. Pero por lo que se refiere a lo que cubre mi cuerpo exterior, estoy<br />

eternamente contento con mi blusa de campesino.<br />

4 Te digo que semejante esplendor, sea celestial o terrenal, no me interesa, todo ello me deja<br />

ahora indiferente. Mucho más me importa el exclusivo amor hacia el Señor, un amor al que no<br />

puedo llegar con prendas brillantes sino únicamente mediante mi corazón. Por eso quiero seguir<br />

siendo lo que soy: ¡un campesino!».<br />

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