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Jakob Lorber - Obispo Martín - Ciencia y Espiritualidad - Jakob Lorber

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________________________________<strong>Obispo</strong> <strong>Martín</strong>_________________________________<br />

3 Pero allí hay más de trescientas mujeres cuyo corazón sufre mucho por culpa de sus celos.<br />

Tengo compasión de ellas. Id y dadles una buena enseñanza. <strong>Martín</strong>, no debes amenazar a estas<br />

pobres con el baño si las quieres traer hacia mí.<br />

4 Los celos son plantas parásitas del amor, al que debilitan. Si se vuelven demasiado grandes<br />

en el árbol de la vida del amor, con el tiempo acaban con todo él. Si uno quiere mantener y<br />

cuidar el árbol, tiene que procurarse medios adecuados para limpiarlo totalmente de semejantes<br />

parásitos.<br />

5 Pero si a unas mentes celosas las excitas aún más de lo que están, tú mismo cultivas dichas<br />

plantas parásitas en el árbol de la vida, y al fin lo acabarán.<br />

6 Por lo tanto, cuando en adelante tengas que tratar con espíritus que padecen celos, has de<br />

actuar de la siguiente manera: considera los celos como una aberración del amor y piensa,<br />

¡donde hay celos también hay amor! Calma los celos con amor y pronto los habrás convertido<br />

en el amor más ardiente!<br />

7 ¡Os digo que donde no aparecen celos tampoco hay amor! ¿Acaso habéis visto alguna vez<br />

en el mundo que sauces, pinos y muchos otros árboles sin fruto hayan sido infestados por<br />

plantas parásitas? Seguro que no, aunque frecuentemente las habréis visto en árboles frutales.<br />

8 Lo mismo pasa aquí, especialmente con esas mujeres. Al igual que el precioso árbol frutal<br />

tiene mucha buena savia, ellas tienen mucho amor. Procurad desalojar de sus corazones el error<br />

mediante el amor, y cosecharéis milagros de amor muy fructífero ¡Haced lo que os digo y daréis<br />

una gran alegría a mi corazón!».<br />

125<br />

Borem y las monjas enfermas del corazón<br />

1 Los tres, muy amables, se dirigieron a las pobres mujeres. Cuando llegaron, Borem tomó la<br />

palabra:<br />

2 «Queridas hermanas, ¡escuchadme con paciencia! Va a haber justicia para todas vosotras;<br />

pues sé que vuestros corazones sufren. También sé que este hermano, al que os dirigisteis antes<br />

buscando vuestro derecho, os despachó rudamente. Puesto que no soy sino un invitado en esta<br />

casa, no pude intervenir en la reprimenda del anfitrión porque todo amo es la primera autoridad<br />

en su propia casa.<br />

3 Pero ahora el Señor de todos los amos acaba de autorizarme para que, también como<br />

invitado, pueda ejercer el derecho del amor. De modo que, en nombre del Señor, voy a haceros<br />

justicia por todos los medios a mi alcance, y voy a armonizar todo lo que os preocupa y lo que<br />

haya ofendido vuestros corazones. ¿Estáis contentas, hermanas?».<br />

4 Le respondieron al unísono: «¡Sí, querido amigo! ¡Vemos que tú eres un verdadero amigo<br />

de Dios! ¡De ti aceptaremos todo! ¡Tú quieres nuestro bien y reconoces el sufrimiento de<br />

nuestros corazones! Pero que este <strong>Martín</strong> ya no nos venga... ¡Porque en vez de reconocer<br />

nuestro apuro, de consolarnos y enseñarnos, de mostrarnos la verdad si estabamos en camino<br />

equivocado, en vez de todo esto nos ha mandado al infierno, al baño de los diablos...! Ha sido<br />

poco celestial por su parte, él que es, o por lo menos pretende, ser un ciudadano distinguido del<br />

Cielo. Así que nos gustaría más que se retirase para que no nos moleste su presencia».<br />

5 «Queridas hermanas, tranquilas, ya lo arreglaré todo... Nuestro hermano <strong>Martín</strong> no es un<br />

espíritu maligno sino, como yo, un espíritu bueno del Señor.<br />

6 Resulta que hemos tenido mucho jaleo con los invitados que ahora están en el baño y que<br />

todavía son de bastante mala índole. Cuando tras muchos esfuerzos ya estábamos fatigados e<br />

íbamos a dirigirnos al amigo sumamente poderoso para pedirle su consejo, precisamente en este<br />

momento vinisteis vosotras con vuestra desafortunada reclamación. Por eso es por lo que<br />

<strong>Martín</strong>, de por sí muy sensible, os ha recibido con una poca delicadeza evidente, aunque muy<br />

perdonable.<br />

7 Por lo tanto y teniendo en cuenta que además os ama mucho y que siente una gran alegría<br />

por teneros como huéspedes suyos, yo diría que muy bien le podéis perdonar. Estoy convencido<br />

que haríais lo mismo que yo si fuerais vosotras quienes me hubierais ofendido...».<br />

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