Jakob Lorber - Obispo Martín - Ciencia y Espiritualidad - Jakob Lorber
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________________________________<strong>Obispo</strong> <strong>Martín</strong>_________________________________<br />
3 «Oh, si yo fuera juzgado por mi amor, entonces mi destino sería fatal», reconoció <strong>Martín</strong>,<br />
«porque aún me sucede igual que a una mujer obsesionada por la moda que examina telas<br />
modernas en una tienda y al fin no sabe cual elegir.<br />
4 Conforme a mis sentimientos más íntimos me gustaría estar con Dios, mi Creador. Pero mis<br />
muchos y grandes pecados me obstaculizan el camino, con lo que la realización de mi deseo es<br />
prácticamente imposible.<br />
5 Además tengo que pensar en las ovejas aventureras, ya de este mundo, pues tampoco<br />
estaría mal vivir toda la eternidad con una de ellas. Pero a eso me dice una voz dentro de mí:<br />
“¡algo así nunca te llevará hacia Dios, sino que te alejará de Él!”. Con lo que mi pensamiento<br />
preferido se hunde en las profundidades de este mar...<br />
6 También se me mete en la cabeza la idea de que me gustaría vivir en cualquier parte de este<br />
eterno mundo espiritual como un simple campesino, con al menos la gracia de poder ver a Jesús<br />
aunque no fuera sino algunos instantes. Pero al mismo tiempo la voz de mi conciencia me dice:<br />
“eso jamás lo merecerás”, y de nuevo caigo ante Él, el santísimo, en mi nulidad cargada con<br />
toda clase de pecados...<br />
7 Una sola idea tengo que me parece más fácil de realizar que las demás y te confieso que<br />
ahora se ha vuelto mi idea favorita: ¡quisiera quedarme contigo durante toda la eternidad, fuera<br />
donde fuere! A pesar de que en la Tierra no podía aguantar a quienes osaban decirme la cruda<br />
verdad, ahora cautivaste mi corazón precisamente por habérmela dicho, como un juez<br />
sumamente sabio y benigno. ¡Esta idea será mi favorita durante toda eternidad!».<br />
8 «Pues bien», le dije. «Si éste es tu amor principal, con el que en adelante tendrás que<br />
identificarte aún más profundamente, entonces hay remedio instantáneo. Ya no estamos lejos de<br />
una orilla del mar en la que se encuentra mi choza. Mi oficio ya lo conoces: soy un verdadero<br />
guía en el pleno sentido de la palabra. Ahora vamos a repartir el oficio entre los dos; la<br />
recompensa por nuestros esfuerzos la encontraremos en nuestra parcela que vamos a labrar con<br />
mucho empeño cuando estemos desocupados. ¡Ahora vuélvete y encontrarás a alguien que<br />
fielmente hará causa común con nosotros!».<br />
9 Por primera vez en su viaje marítimo el obispo se volvió hacia atrás y en seguida reconoció<br />
a Pedro. Impulsivamente y con mucho cariño le abrazó y le pidió perdón por las muchas<br />
palabras agresivas a las que se había dejado ir.<br />
10 Pedro respondió con el mismo cariño y le felicitó por haber tomado tal decisión desde el<br />
fondo de su corazón.<br />
11 La barca abordó la orilla donde fue amarrada a un palo. Los tres nos dirigimos a la choza.<br />
17<br />
En la choza del guía. El desayuno bendito y el agradecimiento de <strong>Martín</strong>.<br />
El nuevo trabajo de <strong>Martín</strong> con los pescadores<br />
1 Hasta entonces todo se encontraba más bien en la oscuridad. Pero en la choza la oscuridad<br />
empezó a difuminarse más y más, y un alba reparadora reemplazó la antigua noche. Esto, por<br />
supuesto, únicamente ante los ojos del obispo, porque ante mis ojos y ante los del ángel Pedro<br />
siempre es de día y siempre lo será, eternamente.<br />
2 El hecho de que ante los ojos del obispo empezara a hacerse de día se debió a que dentro de<br />
él empezó a surgir el amor, pues por medio de mi gracia había comenzado voluntariamente a<br />
quitarse de encima una gran cantidad de basura terrena.<br />
3 En seguida conoceréis un reglamento al que el obispo tuvo que someterse tras haberse<br />
fortalecido un poco con mi pan de vida. Por supuesto había de tener mucha hambre pues durante<br />
toda su vida en el mundo y también aquí en su corta estancia de siete días naturales (pese a que<br />
le parecían millones de años), nunca se sentó en esta verdadera mesa nutricia para tomar el pan<br />
de la vida. De modo que hay que comprender que entonces el obispo comiera con avidez.<br />
4 <strong>Martín</strong> consumió un trozo tras otro, lleno de gratitud, hasta que se le cayeron las lágrimas:<br />
5 «Oh, amigo mío y patrón para siempre, ¡qué alegría estar contigo! ¡De momento acepta mis<br />
gracias más fervorosas y, en tu corazón tan puro, preséntalas también a Dios, el Señor! Pues mi<br />
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