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Jakob Lorber - Obispo Martín - Ciencia y Espiritualidad - Jakob Lorber

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________________________________<strong>Obispo</strong> <strong>Martín</strong>_________________________________<br />

13 Juan confirmó las palabras de Pedro y añadió: «Borem y <strong>Martín</strong>, ambos tenéis razón. En el<br />

Sol no existe la noche y su polo sur está envuelto en luz como el polo norte. Así que id a buscar<br />

el beato rebaño de <strong>Martín</strong>; aquí lo cardaremos y lo esquilaremos como le conviene».<br />

14 Borem y Corel se fueron y volvieron con las veinte más presumidas de entre las que se<br />

consideraban extremadamente bonitas. Nada más llegar rodearon a <strong>Martín</strong> y le provocaron:<br />

«Bueno, ¿dónde están aquellas presuntas bellezas tan extraordinarias del Sol, de las que nos<br />

dijiste en tu casa que comparadas con ellas somos una calamidad? ¡Muéstranoslas y<br />

convéncenos, a ver si dijiste la verdad!».<br />

15 «De acuerdo», respondió <strong>Martín</strong>. «Venid y ved, almas presumidas, aquí se encuentran tres<br />

de ellas. ¿Qué os parecen?».<br />

16 Pero las monjas protestaron: «¡No vemos sino cabellos y vestidos azules muy plisados, o<br />

sea nada más que aquello de lo que también nosotras disponemos! ¡Queremos ver las caras, los<br />

pechos y los brazos descubiertos!».<br />

17 «Si deseáis morir de vergüenza y desconsuelo», les respondió <strong>Martín</strong> con toda calma,<br />

«estoy dispuesto a atender vuestra petición. ¡Contestarme claramente sí o no!».<br />

18 Ante esta intimidación las monjas quedaron desconcertadas y se consultaron entre sí,<br />

aunque sin resultado. Por eso una de ellas se dirigió a Corel que, encogiendo los hombros, tras<br />

un buen rato le respondió:<br />

19 «Queridas hermanas, es realmente difícil aconsejaros en esto. Si decís “sí” entonces<br />

tendréis que prepararos a sufrir las consecuencias de las que <strong>Martín</strong> os ha advertido; y si decís<br />

“no”, os consumiréis por vuestra vana curiosidad ilimitada que acabará con vosotras. Ya veis lo<br />

difícil que es aconsejaros. Bueno, todavía hay una solución mejor, pero supongo que poco os<br />

vais a atrever a tomarla».<br />

20 «Haremos todo lo que sea conveniente», respondieron al unísono. «¿Qué nos<br />

recomiendas?».<br />

21 De modo que Corel continuó: «Oídme, pues. Detrás de nosotros sigue un gran grupo de<br />

chinos y tras ellos el Señor entre las dos que le aman tan profundamente. Os aconsejo que os<br />

dirijáis a Él; pues Él podrá indicaros mejor que nadie qué es lo que os conviene tener en cuenta.<br />

Si le hacéis caso encontraréis la mejor solución a vuestro dilema. De lo contrario, una vez que<br />

os hayáis decidido por cualquiera de las soluciones que se os ofrecen, la suerte que os quepa<br />

será vuestra propia responsabilidad. Ya sé que se trata de un asunto muy delicado... En fin,<br />

habéis oído mi consejo. Sois libres de hacer lo que os dé la gana».<br />

22 «¡Amigo, con tus palabras no nos has dicho nada nuevo, pues todo eso ya lo sabíamos hace<br />

tiempo», le respondieron las monjas. «Además, ¡eso no sería sino escapar del trueno y dar en el<br />

rayo, sólo que a estas tres las tememos mil veces menos que al Señor! ¿Qué son ante el Señor?<br />

¡Criaturas suyas como nosotras! Sean de belleza sobrenatural o de fealdad extrema, todo eso no<br />

cuenta ante el Señor. Por lo tanto nos parece más conveniente verlas que ir al Señor porque<br />

daríamos la impresión que le tememos menos que a estas tres criaturas suyas».<br />

23 «Como queráis», continuó Corel. «Si podéis aconsejaros a vosotras mismas mejor que yo,<br />

entonces haced lo que queráis. Pero en adelante no os toméis la molestia de venir a preguntarme<br />

en casos parecidos».<br />

24 Ante esta réplica las monjas se dirigieron de nuevo a <strong>Martín</strong>: «Pase lo que pase, ¡queremos<br />

ver a las tres en su plena belleza!».<br />

25 «¡Lo que queréis!», respondió <strong>Martín</strong>. «¡Acercaos bien y abrid los ojos!, ¡en seguida<br />

vuestra estúpida vanidad tendrá su premio!». Y, dirigiéndose a las tres les dijo: «Hijas mías, ha<br />

llegado el momento en que tengo que pediros que quitéis los cabellos de vuestros rostros para<br />

que estas presumidas los vean...».<br />

26 Las tres le contestaron preocupadas: «Si descubriéndonos les causamos un mal,<br />

preferiríamos continuar cubiertas porque de ninguna manera quisiéramos que alguien sea<br />

perjudicado por nuestra culpa».<br />

27 «No, hijas mías, todo eso ahora ya no cuenta. Porque no se hace injusticia alguna a quien<br />

insiste obstinadamente pese a tantas advertencias», argumentó <strong>Martín</strong>. «Insisten en veros a<br />

pesar de que otro hermano y yo las hemos prevenido repetidas veces. Así ¡que os vean y que<br />

casi perezcan! ¡Descubríos pues, y mostraos a estas estúpidas presumidas!».<br />

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