Jakob Lorber - Obispo Martín - Ciencia y Espiritualidad - Jakob Lorber
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________________________________<strong>Jakob</strong> <strong>Lorber</strong>_________________________________<br />
10 Te digo, amigo, que he hecho un descubrimiento incuestionable: nuestro anfitrión y<br />
maestro es Dios, ¡el Señor de todo el infinito! Esto ahora es más claro que el sol del mediodía. E<br />
imagínate: yo, pecador sin igual, ante Dios todopoderoso, el más sabio, justo y santo, que sabe<br />
todo y que, por su imparcialidad y su santidad, tendrá que condenarme. ¡Ay, amigo, qué<br />
descubrimiento más terrible!<br />
11 Mi amigo, el del sombrero brillante, ha procurado consolarme. Pero mientras el consuelo<br />
no venga de aquél que sin más ni más puede despachar para siempre al infierno a uno de mi<br />
clase, ¡no hay consuelo ajeno que pueda sosegarte!».<br />
12 «Vamos, ¡levántate y no seas insensato!», le animó Pedro. «¿No ves que el Señor a quien<br />
tanto temes te está esperando con los brazos abiertos? ¿Acaso parece que quiera sentenciarte?».<br />
13 <strong>Martín</strong> miró de reojo y vio mi gran afabilidad. Con ello recobró los ánimos y levantándose<br />
con los ojos llenos de lágrimas dijo: «¡No, detrás de esta clemencia no puede esconderse una<br />
condena! ¡Oh Señor, oh Padre, Tú debes ser sumamente bueno para mirar tan clementemente y<br />
tan pleno de Gracia a un pecador como yo!<br />
14 Oh Jesús, ¡ahora ya no lo soporto! ¡Mi corazón arde como un Sol central por el amor hacia<br />
ti repentinamente despertado! ¡Qué me importan ahora pecados o pecador! ¡Tengo por lo menos<br />
que abrazar tus pies para desahogar mi gran amor! Señor, haz de mí lo que quieras, ¡pero por<br />
esta vez da rienda suelta a mi amor!».<br />
15 Le llamé y le dije: «¡Ven aquí, testarudo hermano mío, tus pecados te son perdonados! ¡Y<br />
no te arrojes a mis pies sino desahoga tu amor entre mis brazos!».<br />
16 Al oírme <strong>Martín</strong> se precipitó contra mi corazón, abrazando con toda fuerza a aquél a quien<br />
durante tanto tiempo no quiso reconocer.<br />
17 Allí permaneció un buen rato, llorando de amor. Luego, cuando empezó a sosegarse, le<br />
pregunté: «Bueno, querido hermano e hijo mío, dime, ¿qué te parece este pretendido descenso al<br />
infierno? ¿Acaso soy tan tiránico como vosotros pregonabais?».<br />
18 «Señor, me callo ahora porque de momento soy demasiado pobre de expresión para<br />
mostrar ante ti y todos estos mis hermanos que he reconocido claramente todas mis faltas y<br />
equivocaciones», contestó <strong>Martín</strong>. «Pero ante todo permíteme que me acomode en esta nueva<br />
esfera de felicidad eterna; después ya haré una confesión íntegra.<br />
19 Oh Señor, oh Jesús, ¡Tú eres el más santo de toda santidad, el supremo Amor de todo<br />
amor, la infinita paciencia de toda paciencia! ¡Ahora ya no puedo otra cosa sino amar, amar y<br />
amarte sobre todo!».<br />
20 «Muy bien», le dije. «Precisamente por este amor tuyo que siempre vi dentro de ti fue por<br />
lo que Yo tuve tanta paciencia contigo y por lo que Yo mismo me preocupé de ti. Ahora eres<br />
bienaventurado porque en adelante estarás donde estoy Yo. ¡Pero no busques la base de la<br />
felicidad en el ocio sino en la gran actividad que aquí siempre habrá abundantemente.<br />
21 Y ahora vamos a ir por los otros treinta de la otra sala. Entra tú primero y procura traerlos<br />
hacia mí. Si tienes éxito con este primer encargo en tu estado de bienaventuranza, entonces los<br />
llevaremos en seguida a su nuevo y eterno destino. ¡Vamos pues y entra tú primero en la sala!<br />
¡Así sea!».<br />
35<br />
El primer encargo misionero de <strong>Martín</strong> y sus experiencias.<br />
Una aparente colección de bestias. «¡Sin mí no podéis nada!»<br />
1 <strong>Martín</strong> se puso en marcha acompañado por mí, Pedro y el sabio librero que con extremado<br />
respeto siguió detrás de nosotros. Llegados a la puerta de la sala <strong>Martín</strong> nos dejó atrás y entró.<br />
2 Hay que decir aquí que a estas alturas <strong>Martín</strong> ya no se encontraba en su propia luz sino en<br />
la Mía, purísima de los Cielos, pero de la que él, por sabias razones, aun no era consciente del<br />
todo.<br />
3 Resulta que en esta luz todas las cosas, incluso las almas, es decir, los hombres difuntos,<br />
tienen un aspecto distinto que en la luz natural. Pero cuidado con la interpretación de la palabra<br />
“difunto”. Aquí no tiene nada que ver con la muerte, sino que caracteriza el estado deficiente de<br />
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