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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

—Hablaremos al hotel para que lo reciban. En cuanto a los papeles, se los devolveremos<br />

oportunamente.<br />

Este es el país cuya lucha por la independencia formó parte de mi destino juvenil, pensé. Cerré mi<br />

valija y al mismo tiempo cerré la boca. Por dentro, mi pensamiento formulaba una sola palabra: Mierda!<br />

En el hotel me encontré con el profesor Bacra, a quien conté mis percances. Era un hindú de buen<br />

humor. No dio demasiada importancia a los hechos. Era tolerante con su país, que consideraba todavía en<br />

formación. En cambio yo percibía algo malvado en aquel desorden, algo que no esperaba como acogida de<br />

una nueva nación independiente.<br />

El amigo de Jolíot Curie, para quien traía la carta de presentación, era el director de los estudios<br />

físico—nucleares de la India. Me invitó a visitar sus instalaciones. Y añadió que estábamos convidados a<br />

almorzar ese mismo día con la hermana del primer ministro. Tal era mi suerte y tal ha seguido siéndolo toda<br />

la vida: con una mano me dan un palo en las costillas y con la otra me ofrecen un ramo de flores para<br />

desagraviarme.<br />

El Instituto de Investigaciones Nucleares era uno de esos recintos limpios, claros, radiantes, en los<br />

cuales hombres y mujeres vestidos de blanco, transparentes, circulan como el agua que corre, atravesando<br />

corredores, sorteando instrumentales, pizarrones y cubetas. Aunque entendí muy poco de las explicaciones<br />

científicas, aquella visita me sirvió como un baño lustral que me lavaba de las manchas ocasionadas por las<br />

vejaciones de la policía. Recuerdo vagamente que vi, entre otras cosas, una especie de fuente de mercurio.<br />

Nada más sorprendente que este metal que muestra su energía como una vida animal. Siempre me ha<br />

cautivado su movilidad; su capacidad de transformación líquida, esférica, mágica.<br />

He olvidado el nombre de la hermana de Nehru con la que almorzamos aquel día. Frente a ella<br />

concluyó mi mal humor. Era una mujer de gran belleza, maquillada y aderezada como una actriz exótica. Su<br />

sari relampagueaba de colores. El oro y las perlas realzaban su opulencia. A mí me gustó muchísimo. Era<br />

ciertamente un contraste ver a aquella mujer finísima comer con la mano, meter los largos dedos enjoyados<br />

en el arroz y la salsa de curry. Le dije que iría a Nueva Delhi, a ver a su hermano y a los amigos de la paz<br />

mundial. Me contestó que, en su opinión, toda la población de la India debería formar parte de ese<br />

movimiento.<br />

Por la tarde me entregaron en el hotel el paquete con mis papeles. Aquellos farsantes de la policía<br />

habían roto los sellos lacrados que ellos mismos habían puesto al empaquetar los documentos en mi<br />

presencia. Seguramente habían fotografiado hasta mis cuentas de lavandería. Supe con el tiempo que<br />

fueron visitados e interrogados por la policía todas las personas cuyas direcciones aparecían en mi libreta.<br />

Entre ellas la viuda de Ricardo Güiraldes, para ese entonces cuñada mía. Esta señora era una mujer<br />

teosófica y superficial, sin otra pasión que las filosofías asiáticas, que vivía en una remota aldea de la India.<br />

La molestaron bastante por el hecho de aparecer su nombre en mi carnet de direcciones.<br />

En Nueva Delhi vi a seis o siete personalidades de la capital India, el mismo día de mi llegada,<br />

sentado en un jardín, bajo una sombrilla que me protegía del fuego celeste. Eran escritores, filósofos,<br />

sacerdotes hindúes o budistas, de esa gente de la India tan adorablemente simple, tan desprovista de toda<br />

arrogancia. Opinaron unánimemente que los partidarios de la paz formaban un movimiento identificado con<br />

el espíritu de su viejo país, con su mantenida tradición de bondad y entendimiento. Añadieron sabiamente<br />

que juzgaban necesario que se corrigieran los defectos sectarios o hegemónicos:. ni los comunistas, ni los<br />

budistas, ni los burgueses, nadie debía arrogarse el movimiento. La contribución de todas las tendencias<br />

era el aspecto principal, el nudo de la cuestión. Estuve de acuerdo con ellos.<br />

El embajador de Chile, un viejo amigo mío, escritor y médico, el doctor Juan Marín, vino a verme<br />

durante la comida. Después de muchos circunloquios me expresó que había tenido una entrevista con el<br />

jefe de la policía. Con la característica serenidad que adoptan las autoridades para dirigirse a los<br />

diplomáticos, el jefe de los esbirros hindúes le comunicó que mis actividades le inquietaban al gobierno de<br />

la India y que ojalá abandonara pronto el país. Respondí al embajador que mis actividades no habían sido<br />

otras que entrevistarme, en el jardín del hotel, con seis o siete personas eminentes cuyo pensamiento<br />

suponía yo del conocimiento de todos. En cuanto a mí, le dije, tan pronto como entregue el mensaje de<br />

Joliot Curie para el primer ministro, no me interesará continuar en un país que, a pesar de mi comprobado<br />

sentimiento de adhesión a su causa, me trata tan descortésmente, sin ninguna justificación.<br />

Mi embajador, aunque había sido uno de los fundadores del Partido Socialista en Chile, era un<br />

apaciguado, posiblemente por los años y por los privilegios diplomáticos. No manifestó ninguna indignación<br />

ante la estúpida actitud del gobierno hindú. Yo no le pedí ninguna solidaridad y nos despedimos<br />

amablemente, él seguramente aliviado de la pesada carga que le significaba mi visita, y yo desilusionado<br />

para siempre de su sensibilidad y de su amistad.<br />

Nehru me había citado para la mañana siguiente en su gabinete. Se levantó y me tendió la mano sin<br />

ninguna sonrisa de bienvenida. Su casa ha sido tan fotografiada que no vale la pena describirla. Unos ojos<br />

oscuros y fríos me miraron sin ninguna emoción. Treinta años antes me lo habían presentado, a él y a su<br />

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