08.05.2013 Views

CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

Estos dos mundos no se tocaban. La gente del país no podía entrar a los sitios destinados a los<br />

ingleses, y los ingleses vivían ausentes de la palpitación del país. Tal situación me trajo dificultades. Mis<br />

amigos británicos me vieron en un vehículo denominado gharry, cochecito especializado en rodantes y<br />

efímeras citas galantes, y me advirtieron amablemente que un cónsul como yo no debía usar esos vehículos<br />

por ningún motivo. También me intimaron que no debía sentarme en un restaurant persa, sitio lleno de vida<br />

donde yo tomaba el mejor té del mundo en pequeñas tazas transparentes. <strong>Estas</strong> fueron las últimas<br />

amonestaciones. Después dejaron de saludarme.<br />

Yo me sentí feliz con el boicot. Aquellos europeos prejuiciosos no eran muy interesantes que digamos<br />

y, a fin de cuentas, yo no había venido a Oriente a convivir con colonizadores transeúntes, sino con el<br />

antiguo espíritu de aquel mundo, con aquella grande y desventurada familia humana. Me adentré tanto en el<br />

alma y la vida de esa gente, que me enamoré de una nativa. Se vestía como una inglesa y su nombre de<br />

calle era Josie Bliss. Pero en la intimidad de su casa, que pronto compartí, se despojaba de tales prendas y<br />

de tal nombre para usar su deslumbrante sarong y su recóndito nombre binnano.<br />

TANGO DEL VIUDO<br />

Tuve dificultades en mi vida privada. La dulce Josie Bliss fue reconcentrándose y apasionándose<br />

hasta enfermar de celos. De no ser por eso, tal vez yo hubiera continuado indefinidamente junto a ella.<br />

Sentía ternura hacia sus pies desnudos, hacia las blancas flores que brillaban sobre su cabellera oscura.<br />

Pero su temperamento la conducía hasta un paroxismo salvaje. Tenía celos y aversión a las cartas que me<br />

llegaban de lejos; escondía mis telegramas sin abrirlos; miraba con rencor el aire que yo respiraba.<br />

A veces me despertó una luz, un fantasma que se movía detrás del mosquitero. Era ella, vestida de<br />

blanco, blandiendo su largo y afilado cuchillo indígena. Era ella paseando horas enteras alrededor de mi<br />

cama sin decidirse a matarme. "Cuando te mueras se acabarán mis temores", me decía. Al día siguiente<br />

celebraba misteriosos ritos en resguardo a mi fidelidad.<br />

Acabaría por matarme. Por suerte, recibí un mensaje oficial que me participaba mi traslado a Ceilán.<br />

Preparé mi viaje en secreto, y un día, abandonando mi ropa y mis libros, salí de la casa como de costumbre<br />

y subí al barco que me llevaría lejos.<br />

Dejaba a Josie Bliss, especie de pantera birmana, con el más grande dolor. Apenas comenzó el<br />

barco a sacudirse en las olas del golfo de Bengala, me puse a escribir el poema "Tango del viudo", trágico<br />

trozo de mi poesía destinado a la mujer que perdí y me perdió porque en su sangre crepitaba sin descanso<br />

el volcán de la cólera. ¡Qué noche tan grande, qué tierra tan sola!<br />

EL OPIO<br />

...Había calles enteras dedicadas al opio.. Sobre bajas tarimas se extendían los fumadores... Eran los<br />

verdaderos lugares religiosos de la India... No tenían ningún lujo, ni tapicerías, ni cojines de seda... Todo era<br />

tablas sin pintar, pipas de bambú y almohadas de loa china... Flotaba un aire de decoro y austeridad que no<br />

existía en los templos... Los hombres adormecidos no hacían movimiento ni ruido... Fumé una pipa... No era<br />

nada... Era un humo caliginoso, tibio y lechoso... Fumé cuatro pipas y estuve cinco días enfermo, con<br />

náuseas que me venían desde la espina dorsal, que me bajaban del cerebro... Y un odio al sol, a la<br />

existencia... El castigo del opio... Pero aquello no podía ser todo... Tanto se había dicho, tanto se había<br />

escrito, tanto se había hurgado en los maletines y en las maletas, tratando de atrapar en las aduanas el<br />

veneno, el famoso veneno sagrado... Había que vencer el asco... Debía conocer el opio, saber el opio, para<br />

dar mi testimonio... Fumé muchas pipas, hasta que conocí... No hay sueños, no hay imágenes, no hay<br />

paroxismo... Hay un debilitamiento melódico, como si una nota infinitamente suave se prolongara en la<br />

atmósfera... Un desvanecimiento, una oquedad dentro de uno... Cualquier movimiento, del codo, de la nuca,<br />

cualquier sonido lejano de carruaje, un bocinazo o un grito callejero, entran a formar parte de un todo, de<br />

una reposante delicia... Comprendí por qué los peones de plantación, los jornaleros, los rickshamen que<br />

tiran y tiran del ricksha todo el día, se quedaban allí de pronto, oscurecidos, inmóviles... El opio no era el<br />

paraíso de los exotistas que me habían pintado, sino la escapatoria de los explotados.. Todos aquellos del<br />

fumadero eran pobres diablos... No había ningún cojín bordado, ningún indicio de la menor riqueza... Nada<br />

brillaba en el recinto, ni siquiera los semicerrados ojos de los fumadores... ¿Descansaban, dormían?...<br />

Nunca lo supe... Nadie hablaba... Nadie hablaba nunca... No había muebles, alfombras, nada... Sobre las<br />

tarimas gastadas, suavísimas de tanto tacto humano, se veían unas pequeñas almohadas de madera...<br />

Nada más, sino el silencio y el aroma del opio, extrañamente repulsivo y poderoso... Sin duda existía allí un<br />

camino hacia el aniquilamiento... El opio de los magnates, de los colonizadores, se destinaba a los<br />

colonizados... Los fumaderos tenían a la puerta su expendio autorizado, su número y su patente... En el<br />

interior reinaba un gran silencio opaco, una inacción que amortiguaba la desdicha y endulzaba el<br />

cansancio... Un silencio caliginoso, sedimento de muchos sueños truncos que hallaban su remanso...<br />

Aquellos que soñaban con los ojos entrecerrados estaban viviendo una hora sumergidos debajo del mar,<br />

una noche entera en una colina, gozando de un reposo sutil y deleitoso...<br />

40

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!