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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

Yo no lo conocía, nunca más volví a verle. Pero lo acompañé con respeto hasta la calle, luego abrí en<br />

silencio la puerta de su carruaje para que pasaran él y su cesto de frutas, y puse en sus manos, con<br />

solemnidad, el pájaro y la espada.<br />

Pequeños mundos de Valparaíso, abandonados, sin razón y sin tiempo, como cajones que alguna<br />

vez quedaron en el fondo de una bodega y que nadie más reclamó, y no se sabe de dónde vinieron, ni se<br />

saldrán jamás de sus límites. Tal vez en estos dominios secretos, en estas almas de Valparaíso, quedaron<br />

guardadas para siempre la perdida soberanía de una ola, la tormenta, la sal, el mar que zumba y parpadea.<br />

El mar de cada uno, amenazante y encerrado: un sonido incomunicable, un movimiento solitario que pasó a<br />

ser harina y espuma de los sueños.<br />

En las excéntricas vidas que descubrí me sorprendió la suprema unidad que mostraban con el puerto<br />

desgarrador. Arriba, por los cerros, florece la miseria a borbotones frenéticos de alquitrán y alegría. Las<br />

grúas, los embarcaderos, los trabajos del hombre cubren la cintura de la costa con una máscara pintada por<br />

la fugitiva felicidad. Pero otros no alcanzaron arriba, por las colinas; ni abajo, por las faenas. Guardaron en<br />

su cajón su propio infinito, su fragmento de mar.<br />

Y lo custodiaron con sus armas propias, mientras el olvido se acercaba a ellos como la niebla.<br />

Valparaíso a veces se sacude como una ballena herida. Tambalea en el aire, agoniza, muere y<br />

resucita.<br />

Aquí cada ciudadano lleva en sí un recuerdo de terremoto. Es un pétalo de espanto que vive adherido<br />

al corazón de la ciudad. Cada ciudadano es un héroe antes de nacer. Por que en la memoria del puerto hay<br />

ese descalabro, ese estremecerse de la tierra que tiembla y el ruido ronco que llega de la profundidad,<br />

como si una ciudad submarina y subterránea echara a redoblar sus campanarios enterrados para decir al<br />

hombre que todo terminó.<br />

A veces, cuando ya rodaron los muros y los techos entre el polvo y las llamas, entre los gritos y el<br />

silencio, cuando ya todo parecía definitivamente quieto en la muerte, salió del mar, como el último espanto,<br />

la gran ola, la inmensa mano verde que, alta y amenazante, sube como una torre de venganza barriendo la<br />

vida que quedaba a su alcance.<br />

Todo comienza a veces por un vago movimiento, y los que duermen despiertan. El alma entre sueños<br />

se comunica con profundas raíces, con su hondura terrestre. Siempre quiso saberlo. Ya lo sabe. Luego, en<br />

el gran estremecimiento, no hay donde acudir, porque los dioses se fueron, las vanidosas iglesias se<br />

convirtieron en terrones triturados.<br />

El pavor no es el mismo del que corre del toro iracundo, del puñal que amenaza o del agua que se<br />

traga. Este es un pavor cósmico, una instantánea inseguridad, el universo que se desploma y se deshace. Y<br />

mientras tanto suena la tierra con un sordo trueno, con una voz que nadie le conocía.<br />

El polvo que levantaron las casas al desplomarse, poco a poco se aquieta. Y nos quedamos solos<br />

con nuestros muertos y con todos los muertos, sin saber por qué seguimos vivos.<br />

Las escaleras parten de abajo y de arriba y se retuercen trepando. Se adelgazan como cabellos, dan<br />

un ligero reposo, se tornan verticales. Se marean. Se precipitan. Se alargan. Retroceden. No terminan<br />

jamás.<br />

¿Cuántas escaleras? ¿Cuántos peldaños de escaleras? ¿Cuántos pies en los peldaños? ¿Cuántos<br />

siglos de pasos, de bajar y subir con el libro, con los tomates, con el pescado, con las botellas, con el pan?<br />

¿Cuántos miles de horas que desgastaron las gradas hasta hacerlas canales por donde circula la lluvia<br />

jugando y llorando?<br />

¡Escaleras!<br />

Ninguna ciudad las derramó, las deshojó en su historia, en su rostro, las aventó y las reunió, como<br />

Valparaíso. Ningún rostro de ciudad tuvo estos surcos por los que van y vienen las vidas, como si<br />

estuvieran siempre subiendo al cielo, como si siempre estuvieran bajando a la creación.<br />

¡Escaleras que a medio camino dieron nacimiento a un cardo de flores purpúreas! ¡Escaleras que<br />

subió el marinero que volvía del Asia y que encontró en su casa una nueva sonrisa o una terrible ausencia!<br />

¡Escaleras por las que bajó como un meteoro negro un borracho que caía! ¡Escaleras por donde sube el sol<br />

para dar amor a las colinas!<br />

Si caminamos todas las escaleras de Valparaíso habremos dado la vuelta al mundo.<br />

¡Valparaíso de mis dolores!... ¿Qué pasó en las soledades del Pacífico Sur? ¿Estrella errante o<br />

batalla de gusanos cuya fosforescencia sobrevivió a la catástrofe?<br />

¡La noche de Valparaíso! Un punto del planeta se iluminó, diminuto, en el universo vacío. Palpitaron<br />

las luciérnagas y comenzó a arder entre las montañas una herradura de oro.<br />

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