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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

siglos de oscuros muertos, sobre capas de sangriento olvido,creo que el pasado de la tierra florece contra lo<br />

que somos, contra lo que somos ahora. Sólo la tierra continúa siendo, preservando la esencia.<br />

Pero olvidé describirla.<br />

Es una bromelácea de hojas agudas y aserradas. Irrumpe en los caminos como un incendio verde,<br />

acumulando en una panoplia sus misteriosas espadas de esmeralda. Pero, de pronto, una sola flor colosal,<br />

un racimo le nace de la cintura, una inmensa rosa verde de la altura de un hombre. Esta señera flor,<br />

compuesta por una muchedumbre de florecillas que se agrupan en una sola catedral verde, coronada por el<br />

polen de oro, resplandece a la luz del mar. Es la única inmensa flor verde que he visto, el solitario<br />

monumento a la ola.<br />

Los campesinos y los pescadores de mi país olvidaron hace tiempo los nombres de las pequeñas<br />

plantas, de las pequeñas flores que ahora no tienen nombre. Poco a poco lo fueron olvidando y lentamente<br />

las flores perdieron su orgullo. Se quedaron enredadas y oscuras, como las piedras que los ríos arrastran<br />

desde la nieve andina hasta los desconocidos litorales. Campesinos y pescadores, mineros y<br />

contrabandistas, se mantuvieron consagrados a su propia aspereza, a la continua muerte y resurrección de<br />

sus deberes, de sus derrotas. Es oscuro ser héroe de territorios aún no descubiertos; la verdad es que en<br />

ellos, en su canto, no resplandece sino la sangre más anónima y las flores cuyo nombre nadie conoce.<br />

Entre éstas hay una que ha invadido toda mi casa. Es una flor azul de largo, orgulloso, lustroso y<br />

resistente talle. En su extremo se balancean las múltiples florecillas infra—azules, ultra—azules. No sé si a<br />

todos los humanos les será dado contemplar el más excelso azul. Será revelado exclusivamente a algunos?<br />

Permanecerá cerrado, invisible, para otros seres a quienes algún dios azul les ha negado esa<br />

contemplación? O se tratará de mi propia alegría, nutrida en la soledad y transformada en orgullo,<br />

presumida de encontrarse este azul, esta ola azul, esta estrella azul, en la abandonada primavera?<br />

Por último, hablaré de las docas. No sé si existen en otras partes estas plantas, millonariamente<br />

multiplicadas, que arrastran por la arena sus dedos triangulares. La primavera llenó esas manos verdes con<br />

insólitas sortijas de color amaranto. Las docas llevan un nombre griego: aizoaceae. El esplendor de Isla<br />

Negra en estos tardíos días de primavera son las aizoaceae que se derraman como una invasión marina,<br />

como la emanación de la gruta verde del mar, como el zumo de los purpúreos racimos que acumuló en su<br />

bodega el lejano Neptuno.<br />

Justo en este momento, la radio nos anuncia que un buen poeta griego ha obtenido el renombrado<br />

premio. Los periodistas emigraron.<br />

Matilde y yo nos quedamos finalmente tranquilos. Con solemnidad retiramos el gran candado del viejo<br />

portón para que todo el mundo siga entrando sin llamar a las puertas de mi casa, sin anunciarse. Como la<br />

primavera.<br />

Por la tarde me vinieron a ver los embajadores suecos. Me traían una cesta con botellas y<br />

delicatessen. La habían preparado para festejar el Premio Nobel que consideraban como seguro para mí.<br />

No estuvimos tristes y tomamos un trago por Seferis, el poeta griego que lo había ganado. Ya al despedirse,<br />

el embajador me llevó a un lado y me dijo:<br />

—Con seguridad la prensa me va a entrevistar y no sé nada al respecto. Puede usted decirme quién<br />

es Seferis?<br />

—Yo tampoco lo sé —le respondí sinceramente.<br />

La verdad es que todo escritor de este planeta llamado Tierra quiere alcanzar alguna vez el Premio<br />

Nobel, incluso los que no lo dicen y también los que lo niegan.<br />

En América Latina, especialmente, los países tienen sus candidatos, planifican sus campañas,<br />

diseñan su estrategia. Esta ha perdido a algunos que merecieron recibirlo. Tal es el caso de Rómulo<br />

Gallegos. Su obra es grande y decorosa. Pero Venezuela es el país del petróleo, es decir el país de la plata,<br />

y por esa vía se propuso conseguírselo. Designó un embajador en Suecia que se fijó como suprema meta la<br />

obtención del premio para Gallegos. Prodigaba las invitaciones a comer; publicaba las obras de los<br />

académicos suecos en español, en imprentas del propio Estocolmo. Todo lo cual ha debido parecer<br />

excesivo a los susceptibles y reservados académicos. Nunca se enteró Rómulo Gallegos de que la<br />

inmoderada eficacia de un embajador venezolano fue, tal vez, la circunstancia que lo privó de recibir un<br />

título literario que tanto merecía.<br />

En París me contaron en cierta ocasión una historia triste, ribeteada de humor cruel. En esta<br />

oportunidad se trataba de Paul Valéry. Su nombre se rumoreaba y se imprimía en Francia como el más<br />

firme candidato al Premio Nobel de aquel año. La misma mañana en que se discutía el veredicto en<br />

Estocolmo, buscando apaciguar el nerviosismo que le producía la inmediata noticia, Valéry salió muy<br />

temprano de su casa de campo, acompañado de su bastón y su perro.<br />

Volvió de la excursión al mediodía, a la hora del almuerzo. Apenas abrió la puerta, preguntó a la<br />

secretaria:<br />

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