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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

tarea de cuidar que el cordero gourmet no devorara exclusivamente mis flores, sino que también, de cuando<br />

en cuando, saciara su apetito con el pasto de mi jardín.<br />

Se comprendieron al punto. En los primeros días él le puso por formalidad una cuerdecita al cuello,<br />

como una cinta, y con ella lo conducía de un sitio a otro. El cordero comía incesantemente, y el pastor<br />

individualista también, y ambos transitaban por toda la casa, inclusive por dentro de mis habitaciones. Era<br />

una compenetración perfecta, alcanzada por el hilo umbilical de la madre tierra, por el auténtico mandato del<br />

hombre. Así pasaron muchos meses. Tanto el pastor como el cordero redondearon sus formas carnales,<br />

especialmente el rumiante que apenas podía seguir a su zagal de gordo que se puso. A veces entraba<br />

parsimoniosamente a mi habitación, me miraba con indiferencia, y salía dejándome un pequeño rosario de<br />

cuentas oscuras en el piso.<br />

Todo concluyó cuando el campesino sintió la nostalgia de su campo y me dijo que se volvía a sus<br />

tierras lejanas. Era una determinación de última hora. Tenía que pagar una manda a la Virgen de su pueblo.<br />

No se podía llevar el cordero. Se despidieron con ternura. El pastor tomó el tren, esta vez con su pasaje en<br />

la mano. Fue patética aquella partida.<br />

En mi jardín no dejó un cordero sino un problema grave, o más bien gordo. Qué hacer con el<br />

rumiante? Quién lo cuidaría ahora? Yo tenía excesivas preocupaciones políticas. Mi casa andaba<br />

desbarajustada después de las persecuciones que me trajo mi poesía combatiente. El cordero comenzó a<br />

balar de nuevo sus partituras quejumbrosas.<br />

Cerré los ojos y le dije a mi hermana que se lo llevara. Ay! Esta vez sí estaba yo seguro de que no se<br />

libraría del asador.<br />

DE AGOSTO DE 1952 A ABRIL DE 1957<br />

Los años transcurridos entre agosto de 1952 y abril de 1957 no figurarán detalladamente en mis<br />

memorias porque casi todo ese tiempo lo pasé en Chile y no me sucedieron cosas curiosas ni aventuras<br />

capaces de divertir a mis lectores. Sin embargo, es preciso enumerar algunos hechos importantes de ese<br />

lapso. Publiqué el libro Las uvas y el viento, que traía escrito. Trabajé intensamente en las Odas<br />

elementales, en las Nuevas odas elementales y en el Tercer libro de las odas. Organicé un congreso<br />

continental de la cultura, que se realizó en Santiago y al cual acudieron relevantes personalidades de toda<br />

América. También celebré en Santiago el cumplimiento de mis cincuenta años, con la presencia de<br />

escritores importantes de todo el mundo: desde China vinieron M Ching y Emi Siao; llya Ehrenburg voló<br />

desde la Unión Soviética; Dreda y Kutvalek desde Checoeslovaquia; y entre los latinoamericanos estuvieron<br />

Miguel Angel Asturias, Oliverio Girondo, Norah Lange, Elvio Romero, María Rosa Oliver, Raúl Larra y tantos<br />

otros. Doné a la universidad de Chile mi biblioteca y otros bienes. Hice un viaje a la Unión Soviética, como<br />

jurado del Premio Lenin de la Paz, que yo mismo había obtenido en esa época, cuando aún se llamaba<br />

Premio Stalin. Me separé definitivamente de Delia del Carril. Construí mi casa "La Chascona" y me trasladé<br />

a vivir en ella con Matilde Urrutia. Fundé la revista Gaceta de Chile y la dirigí durante algunos números.<br />

Tomé parte en las campañas electorales y en otras actividades del Partido Comunista de Chile. La editorial<br />

Losada, de Buenos Aires, publicó mis obras completas en papel biblia.<br />

PRESO EN BUENOS AIRES<br />

Al cabo de ese tiempo fui invitado a un congreso de la paz que se reunía en Colombo, en la isla de<br />

Ceilán donde viví hace tantos años. Estábamos en abril de 1957.<br />

Encontrarse con la policía secreta no parece peligroso, pero si se trata de la policía secreta argentina<br />

el encuentro toma otro carácter, no desprovisto de humor aunque imprevisible en sus consecuencias.<br />

Aquella noche, recién llegado de Chile, dispuesto a proseguir mi viaje hacia los más lejanos países, me<br />

acosté fatigado. Apenas empezaba a dormitar cuando irrumpieron en la casa varios policías. Todo lo<br />

registraron con lentitud; recogían libros y revistas; trajinaban los roperos; se metían con la ropa interior. Ya<br />

se habían llevado al amigo argentino que me hospedaba cuando me descubrieron en el fondo de la casa,<br />

que era donde quedaba mi habitación.<br />

—Quién es este señor? —preguntaron. —Me llamo Pablo Neruda —respondí.<br />

—Está enfermo? —interrogaron a mi mujer.<br />

—Sí, está enfermo y muy cansado del viaje. Llegamos hoy y tomaremos mañana un avión hacia<br />

Europa.<br />

—Muy bien, muy bien ——dijeron, y salieron de la pieza.<br />

Volvieron una hora después, provistos de una ambulancia. Matilde protestaba, pero esto no alteró las<br />

cosas. Ellos tenían instrucciones. Debían llevarme cansado o fresco, sano o enfermo, vivo o muerto.<br />

Llovía aquella noche. Gruesas gotas caían del cielo espeso de Buenos Aires. Yo me sentía<br />

confundido. Ya había caído Perón. El general Aramburu, en nombre de la democracia, había echado abajo<br />

la tiranía. Sin embargo, sin saber cómo ni cuándo, por qué ni dónde, si por esto o por lo otro, si por nada o<br />

si por todo, agotado y enfermo, yo iba preso. La camilla en que me bajaban entre cuatro policías se<br />

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