08.05.2013 Views

CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

y el Cabo de Hornos, el Antártico y sus cóleras, simplemente para desgranar la dentadura del amenazador<br />

cachalote, sino para arrebatarle su tesoro de grasa y lo que es más aún, la bolsita de ámbar gris que sólo<br />

este monstruo esconde en su montaña abdominal.<br />

Ahora vengo de otra parte. He dejado atrás el último santuario azul del Mediterráneo, las grutas y los<br />

contornos marinos y submarinos de la isla de Capri, donde las sirenas salían a peinarse sobre las peñas<br />

sus cabellos azules, porque el movimiento del mar había teñido y empapado sus locas cabelleras.<br />

En el acuario de Nápoles pude ver las moléculas eléctricas de los organismos primaverales y subir y<br />

bajar la medusa, hecha de vapor y plata, agitándose en su danza dulce y solemne, circundada por dentro<br />

por el único cinturón eléctrico llevado hasta ahora por ninguna otra dama de las profundidades submarinas.<br />

Hace muchos años en Madrás, en la sombría India de mi juventud, visité un acuario maravilloso.<br />

Hasta ahora recuerdo los peces bruñidos, las murenas venenosas, los cardúmenes vestidos de incendio y<br />

arcoiris, y más aún, los pulpos extraordinariamente serios y medidos, metálicos como máquinas<br />

registradoras, con innumerables ojos, piernas, ventosas y conocimientos.<br />

De aquel gran pulpo que conocimos todos por primera vez en Los trabajadores del mar de Victor<br />

Hugo (también Victor Hugo es un pulpo tentacular y poliformo de la poesía), de esa especie sólo llegué a<br />

ver un fragmento de brazo en el Museo de Historia Natural de Copenhague. Este sí era el antiguo kraken,<br />

terror de los mares antiguos, que agarraba a un velero y lo arrollaba cubriéndolo y enredándolo. El<br />

fragmento que yo vi conservado en alcohol indicaba que su longitud pasaba de treinta metros.<br />

Pero lo que yo perseguí con mayor constancia fue la huella, o más bien el cuerpo del narval. Por ser<br />

tan desconocido para mis amigos el gigantesco unicornio marino de los mares del Norte, llegué a sentirme<br />

exclusivo correo de los narvales, y a creerme narval yo mismo.<br />

Existe el narval?<br />

Es posible que un animal del mar extraordinariamente pacífico que lleva en la frente una lanza de<br />

marfil de cuatro o cinco metros, estriada en toda su longitud al estilo salomónico, terminada en aguja, pueda<br />

pasar inadvertido para millones de seres, incluso en su leyenda, incluso en su maravilloso nombre?<br />

De su nombre puedo decir —narwhal o narval—que es el más hermoso de los nombres submarinos,<br />

nombre de copa marina que canta, nombre de espolón de cristal.<br />

Y por qué entonces nadie sabe su nombre?<br />

Por qué no existen los Narval, la bella casa Narval, y aún Narval Ramírez o Narvala Carvajal?<br />

No existen. El unicornio marino continúa en su misterio, en sus corrientes de sombra transmarina, con<br />

su larga espada de marfil sumergida en el océano ignoto.<br />

En la Edad Media la cacería de todos los unicornios fue un deporte místico y estético. El unicornio<br />

terrestre quedó para siempre, deslumbrante, en las tapicerías, rodeado de damas alabastrinas Y copetonas,<br />

aureolado en su majestad por todas las aves que trinan o fulguran.<br />

En cuanto al narval, los monarcas medioevales se enviaban como regalo magnífico algún fragmento<br />

de su cuerpo fabuloso, y de éste raspaban polvo que, diluido en licores, daba, oh eterno sueño del hombre!,<br />

salud, juventud y potencia.<br />

Vagando una vez en Dinamarca, entré en una antigua tienda de historia natural, esos negocios<br />

desconocidos en nuestra América que para mí tienen toda la fascinación de la tierra. Allí, arrinconados,<br />

descubrí tres o cuatro cuernos de narval. Los más grandes medían casi cinco metros. Por largo rato los<br />

blandí y acaricié.<br />

El viejo propietario de la tienda me veía hacer lances ilusorios, con la lanza de marfil en mis manos,<br />

contra los invisibles molinos del mar. Después los dejé cada uno en su rincón. Sólo pude comprarme uno<br />

pequeño, de narval recién nacido, de los que salen a explorar con su espolón inocente las frías aguas<br />

árticas.<br />

Lo guardé en mi maleta, pero en mi pequeña pensión de Suiza, frente al lago Leman, necesité ver y<br />

tocar el mágico tesoro del unicornio marino que me pertenecía. Y lo saqué de mi maleta.<br />

Ahora no lo encuentro.<br />

Lo habré dejado olvidado en la pensión de Vésenaz, o habrá rodado a última hora bajo la cama? o<br />

verdaderamente habrá regresado en forma misteriosa y nocturna al círculo polar?<br />

Miro las pequeñas olas de un nuevo día en el Atlántico.<br />

El barco deja a cada costado de su proa una desgarradura blanca, azul y sulfúrica de aguas,<br />

espumas y abismos agitados.<br />

Son las puertas del océano que tiemblan.<br />

Por sobre ella vuelan los diminutos peces voladores, de plata y transparencia.<br />

Regreso del destierro.<br />

99

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!