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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

condenatorios del imperialismo. Comprobé a quemarropa que los enemigos norteamericanos de nuestros<br />

pueblos eran igualmente enemigos del pueblo norteamericano.<br />

Me hicieron algunas entrevistas. La revista Lile en castellano, dirigida por latinoamericanos<br />

advenedizos, tergiversó y mutiló mis opiniones. No rectificaron cuando se lo pedí. Pero no era nada grave.<br />

Lo que suprimieron fue un párrafo donde yo condenaba lo de Vietnam y otro acerca de un líder negro<br />

asesinado por esos días. Sólo años más tarde la periodista que redactó la entrevista dio testimonio de que<br />

había sido censurada.<br />

Supe, durante mi visita —y eso hace honor a mis compañeros los escritores norteamericanos—, que<br />

ellos ejercieron una presión irreductible para que se me concediera la visa de entrada a los Estados Unidos.<br />

Me parece que llegaron a amenazar al Departamento de Estado con un acuerdo reprobatorio del Pen Club<br />

si continuaba rechazando mi permiso de entrada. En una reunión pública, en la que recibía una distinción la<br />

personalidad más respetada de la poesía norteamericana, la anciana poetisa Marianne Moore que murió<br />

muchos meses después, ella tomó la palabra para regocijarse de que se hubiera logrado mi ingreso legal al<br />

país por medio de la unidad de los poetas. Me contaron que sus palabras, vibrantes y conmovedoras,<br />

fueron objeto de una gran ovación.<br />

Lo cierto y lo inaudito es que después de esa gira, signada por mi actividad política y poética más<br />

combativa, gran parte de la cual fue empleada en defensa y apoyo de la revolución cubana, recibí, apenas<br />

regresado a Chile, la célebre y maligna carta de los escritores cubanos encaminada a acusarme poco<br />

menos que de sumisión y traición. Ya no me acuerdo de los términos empleados por mis fiscales. Pero<br />

puedo decir que se erigían en profesores de las revoluciones, en dómines de las normas que deben regir a<br />

los escritores de izquierda. Con arrogancia, insolencia y halago, pretendían enmendar mi actividad poética,<br />

social y revolucionaria. Mi condecoración por "Macchu Picchu" y mi asistencia al congreso del Pen Club; mis<br />

declaraciones y recitales; mis palabras y actos contrarios al sistema norteamericano, expresados en la boca<br />

del lobo; todo era puesto en duda, falsificado o calumniado por los susodichos escritores, muchos de ellos<br />

recién llegados al campo revolucionario, y muchos de ellos remunerados justa o injustamente por el nuevo<br />

estado cubano.<br />

Este costal de injurias fue engrosado por firmas y más firmas que se pidieron con sospechosa<br />

espontaneidad desde las tribunas de las sociedades de escritores y artistas. Comisionados corrían de aquí<br />

para allá en La Habana, en busca de firmas de gremios enteros de músicos, bailarines y artistas plásticos.<br />

Se llamaba para que firmaran a los numerosos artistas y escritores transeúntes que habían sido<br />

generosamente invitados a Cuba y que llenaban los hoteles de mayor rumbo. Algunos de los escritores<br />

cuyos nombres aparecieron estampados al pie del injusto documento, me han hecho llegar posteriormente<br />

noticias subrepticias: "Nunca lo firmé; me enteré del contenido después de ver mi firma que nunca puse".<br />

Un amigo de Juan Marinello me ha sugerido que así pasó con él, aunque nunca he podido comprobarlo. Lo<br />

he comprobado con otros.<br />

El asunto era un ovillo, una bola de nieve o de malversaciones ideológicas que era preciso hacer<br />

crecer a toda costa. Se instalaron agencias especiales en Madrid, París y otras capitales, consagradas a<br />

despachar en masa ejemplares de la carta mentirosa. Por miles salieron esas cartas, especialmente desde<br />

Madrid, en remesas de veinte o treinta ejemplares para cada destinatario. Resultaba siniestramente<br />

divertido recibir esos sobres tapizados con retratos de Franco como sellos postales, en cuyo interior se<br />

acusaba a Pablo Neruda de contrarrevolucionario.<br />

No me toca a mí indagar los motivos de aquel arrebato: la falsedad política, las debilidades<br />

ideológicas, los resentimientos y envidias literarias, qué sé yo cuántas cosas determinaron esta batalla de<br />

tantos contra uno. Me contaron después que los entusiastas redactores, promotores y cazadores de firmas<br />

para la famosa carta, fueron los escritores Roberto Fernández Retamar,, Edmundo Desnoes y Lisandro<br />

Otero. A Desnoes y a Otero no recuerdo haberlos leído nunca ni conocido personalmente. A Retamar sí. En<br />

La Habana y en París me persiguió asiduamente con su adulación. Me decía que había publicado<br />

incesantes prólogos y artículos ]auditorios sobre mis obras. La verdad es que nunca lo consideré un valor,<br />

sino uno más entre los arribistas políticos y literarios de nuestra época.<br />

Tal vez se imaginaron que podían dañarme o destruirme como militante revolucionario. Pero cuando<br />

llegué a la calle Teatinos de Santiago de Chile, a tratar por primera vez el asunto ante el comité central del<br />

partido, ya tenían su opinión, al menos en el aspecto político.<br />

—Se trata del primer ataque contra nuestro partido chileno —me dijeron.<br />

Se vivían serios conflictos en aquel tiempo. Los comunistas venezolanos, los mexicanos y otros,<br />

disputaban ideológicamente con los cubanos. Más tarde, en trágicas circunstancias pero silenciosamente,<br />

se diferenciaron también los bolivianos.<br />

El partido comunista de Chile decidió concederme en un acto público la medalla Recabarren, recién<br />

creada entonces y destinada a sus mejores militantes. Era una sobria respuesta. El partido comunista<br />

chileno sobrellevó con inteligencia aquel período de divergencias, persistió en su propósito de analizar<br />

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