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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

Una mañana de 1970 llegaron a mi escondite marinero, a mi casa de Isla Negra, el secretario general<br />

de mi partido y otros compañeros. Venían a ofrecerme la candidatura parcial a la presidencia de la<br />

república, candidatura que propondrían a los seis o siete partidos de la Unidad Popular. Tenían todo listo:<br />

programa, carácter del gobierno, futuras medidas de emergencia, etc. Hasta ese momento todos aquellos<br />

partidos tenían su candidato Y cada uno quería mantenerlo. Sólo los comunistas no lo teníamos. Nuestra<br />

posición era apoyar al candidato único que los partidos de izquierda designaron y que sería el de la Unidad<br />

Popular. Pero no había decisión y las cosas no podían seguir así. Los candidatos de la derecha estaban<br />

lanzados y hacían propaganda. Si no nos uníamos en una aspiración electoral común, seríamos abrumados<br />

por una derrota espectacular.<br />

La única manera de precipitar la unidad estaba en que los comunistas designaran su propio<br />

candidato. Cuando acepté la candidatura postulada por mi partido, hicimos ostensible la Posición<br />

comunista. Nuestro apoyo sería para el candidato que contara con la voluntad de los otros. Si no se lograba<br />

tal consenso, mi postulación se mantendría hasta el final.<br />

Era un medio heroico de obligar a los otros a ponerse de acuerdo. Cuando le dije al camarada<br />

Corvalán que aceptaba, lo hice en el entendimiento de que igualmente se aceptaría mi futura renuncia, en la<br />

convicción de que mi renuncia sería inevitable. Era harto improbable que la unidad pudiera lograrse<br />

alrededor de un comunista. En buenas palabras, todos nos necesitaban para que los apoyáramos a ellos<br />

(incluso algunos candidatos de la Democracia Cristiana), pero ninguno nos necesitaba para apoyarnos a<br />

nosotros.<br />

Pero mi candidatura, salida de aquella mañana marina de Isla Negra, agarró fuego. No había sitio de<br />

donde no me solicitaran. Llegué a enternecerme ante aquellos centenares o miles de hombres y mujeres del<br />

pueblo que me estrujaban, me besaban y lloraban. Pobladores de los suburbios de Santiago, mineros de<br />

Coquímbo, hombres del cobre y del desierto, campesinas que me esperaban por horas con sus chiquillos<br />

en brazos, gente que vivía su desamparo desde el río Bío Bío hasta más allá del estrecho de Magallanes, a<br />

todos ellos les hablaba o les leía mis poemas a plena lluvia, en el barro de calles y caminos, bajo el viento<br />

austral que hace tiritar a la gente.<br />

Me estaba entusiasmando. Cada vez asistía más gente a mis concentraciones, cada vez acudían<br />

más mujeres. Con fascinación y terror comencé a pensar qué iba a hacer yo si salía elegido presidente de la<br />

república más chúcara, más dramáticamente insoluble, la más endeudada y, posiblemente, la más ingrata.<br />

Los, presidentes eran aclamados durante el primer mes y martirizados, con o sin justicia, los cinco años y<br />

los once meses restantes.<br />

LA CAMPAÑA DE ALLENDE<br />

En un momento afortunado llegó la noticia: Allende surgía como candidato posible de la entera<br />

Unidad Popular. Previa la aceptación de mi partido, presenté rápidamente la renuncia a mi candidatura.<br />

Ante una inmensa y alegre multitud hablé yo para renunciar y Allende para postularse. El gran mitin era en<br />

un parque. La gente llenaba todo el espacio visible y también los árboles. De los ramajes sobresalían<br />

piernas y cabezas. No hay nada como estos chilenos aguerridos.<br />

Conocía al candidato. Lo había acompañado tres veces anteriores, echando versos y discursos por<br />

todo el brusco e interminable territorio de Chile. Tres veces consecutivas, cada seis años, había sido<br />

aspirante presidencial mi porfiadísimo compañero. Esta sería la cuarta y la vencida.<br />

Cuenta Arnold Bennet o Somerset Maugham (no recuerdo bien quién de los dos) que una vez le tocó<br />

dormir (al que lo cuenta) en el mismo cuarto de Winston Churchill. Lo primero que hizo al despertar aquel<br />

político tremendo, junto con abrir los ojos, fue estirar la mano, coger un inmenso cigarro habano del velador<br />

y, sin más ni más, comenzar a fumárselo. Esto lo puede hacer solamente un saludable hombre de las<br />

cavernas, con esa salud mineral de la edad de piedra.<br />

La resistencia de Allende dejaba atrás a la de todos sus acompañantes. Tenía un arte digno del<br />

mismísimo Churchill: se dormía cuando le daba la gana. A veces íbamos por las infinitas tierras áridas del<br />

norte de Chile. Allende dormía profundamente en los rincones del automóvil. De pronto surgía un pequeño<br />

punto rojo en el camino: al acercarnos se convertía en un grupo de quince o veinte hombres con sus<br />

mujeres, sus niños y sus banderas. Se detenía el coche. Allende se restregaba los ojos para enfrentarse al<br />

sol vertical y al pequeño grupo que cantaba. Se les unía y, entonaba con ellos el himno nacional. Después<br />

les hablaba, vivo, rápido y elocuente. Regresaba al coche y continuábamos recorriendo los larguísimos<br />

caminos de Chile. Allende volvía a sumergirse en el sueño sin el menor esfuerzo' Cada veinticinco minutos<br />

se repetía la escena: grupo, banderas, canto, discurso y regreso al sueño.<br />

Enfrentándose a inmensas manifestaciones de miles y miles de chilenos; cambiando de automóvil a<br />

tren, de tren a avión, de avión a barco, de barco a caballo; Allende cumplió sin vacilar las jornadas de<br />

aquellos meses agotadores. Atrás se quedaban fatigados casi todos los miembros de su comitiva. Más<br />

tarde, ya presidente hecho y derecho de Chile, su implacable eficiencia causó entre sus colaboradores<br />

cuatro o cinco infartos.<br />

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