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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

observar y luego a insultar y a agredir a cuanta gente me visitaba, Josie Bliss consumida por sus celos<br />

devoradores, al mismo tiempo que amenazaba con incendiar mi casa. Recuerdo que atacó con un largo<br />

cuchillo a una dulce muchacha eurasiática que vino a visitarme.<br />

La policía colonial consideró que su presencia incontrolada era un foco de desorden en la tranquila<br />

calle. Me dijeron que la expulsarían del país si yo no la recogía. Yo sufrí varios días, oscilando entre la<br />

ternura que me inspiraba su desdichado amor y el terror que le tenía. No podía dejarla poner un pie en mi<br />

casa. Era una terrorista amorosa, capaz de todo.<br />

Por fin un día se decidió a partir. Me rogó que la acompañara hasta el barco. Cuando éste estaba por<br />

salir y yo debía abandonarlo, se desprendió de sus acompañantes y, besándome en un arrebato de dolor y<br />

amor, me llenó la cara de lágrimas. Como en un rito me besaba los brazos, el traje y, de pronto, bajó hasta<br />

mis zapatos, sin que yo pudiera evitarlo. Cuando se alzó de nuevo, su rostro estaba enharinado con la tiza<br />

de mis zapatos blancos. No podía pedirle que desistiera del viaje, que abandonara conmigo el barco que se<br />

la llevaba para siempre. La razón me lo impedía, pero mi corazón adquirió allí una cicatriz que no se ha<br />

borrado. Aquel dolor turbulento, aquellas lágrimas terribles rodando sobre el rostro enharinado, continúan en<br />

mi memoria.<br />

Había casi terminado de escribir el primer volumen de Residencia en la tierra. Sin embargo, mi<br />

trabajo había adelantado con lentitud. Estaba separado del mundo mío por la distancia y por el silencio, y<br />

era incapaz de entrar de verdad en el extraño mundo que me rodeaba.<br />

Mi libro recogía como episodios naturales los resultados de mi vida suspendida en el vacío: "Más<br />

cerca de la sangre que de la tinta". Pero mi estilo se hizo más acendrado y me di alas en la repetición de<br />

una melancolía frenética. Insistí por verdad y por retórica (porque esas harinas hacen el pan de la poesía)<br />

en un estilo amargo que porfió sistemáticamente en mi propia destrucción. El estilo no es sólo el hombre. Es<br />

también lo que lo rodea, y si la atmósfera no entra dentro del poema, el poema está muerto: muerto porque<br />

no ha podido respirar.<br />

Nunca leí con tanto placer y tanta abundancia como en aquel suburbio de Colombo en que viví<br />

solitario por mucho tiempo. De vez en cuando volvía a Rimbaud, a Quevedo o a Proust. Por el camino de<br />

Swan me hizo revivir los tormentos, los amores y los celos de mi adolescencia. Y comprendí que en aquella<br />

frase de la sonata de Vinteuil, frase musical que Proust llamó "aérea y olorosa", no sólo se paladea la<br />

descripción más exquisita del apasionante sonido, sino también una desesperada medida de la pasión.<br />

Mi problema en aquellas soledades fue encontrar esa música y oírla. Con la ayuda de mi amigo<br />

músico y musicólogo, investigamos hasta saber que el Vinteuil de Proust fue formado tal vez por Schubert y<br />

Wagner y Saint—Saéns y Fauré y D' Indy y César Franck. Mi indigna mala educación musical se mantuvo<br />

ignorante de casi todos esos músicos. Sus obras eran cajas ausentes o cerradas. Mi oído nunca reconoció<br />

sino las melodías más evidentes, y eso, con dificultad.<br />

Por fin, avanzando en la pesquisa, más literaria que sonora, conseguí un álbum con los tres discos de<br />

la sonata para piano y violín de César Franck. No había duda, allí estaba la frase de Vinteuil. No podía<br />

caber duda ninguna.<br />

Mi atracción había sido sólo literaria. Proust, el más grande realista poético, en su crónica crítica de<br />

una sociedad agonizante que amó y odió, se detuvo con apasionada complacencia en muchas obras de<br />

arte, cuadros y catedrales, actrices y libros. Pero aunque su clarividencia iluminó cuanto tocaba, reiteró el<br />

encanto de esta sonata y su frase renaciente con una intensidad que quizá no dio a otras descripciones.<br />

Sus palabras me condujeron a revivir mi propia vida, mis lejanos sentimientos perdidos en mí mismo, en mi<br />

propia ausencia. Quise ver en la frase musical el relato mágico literario de Proust y adopté o fui adoptado<br />

por las alas de la música.<br />

La frase se envuelve en la gravedad de la sombra, enronqueciéndose, agravando y dilatando su<br />

agonía. Parece edificar su congoja como una estructura gótica, que las volutas repiten llevadas por el ritmo<br />

que eleva sin cesar la misma flecha.<br />

El elemento nacido del dolor busca una salida triunfante que no reniega en la altura su origen<br />

trastornado por la tristeza. Parece enroscarse en una patética espiral, mientras el piano oscuro acompaña<br />

una y otra vez la muerte y la resurrección del sonido. La intimidad sombría del piano da una y otra vez a luz<br />

el serpentino nacimiento, hasta que amor y dolor se enlazan en la agonizante victoria, No había ninguna<br />

duda para mi que éstas eran la frase y la sonata.<br />

La sombra brusca caía como un puño sobre mi casa perdida entre los cocoteros de Wellawatha, pero<br />

cada noche la sonata vivía conmigo, conduciéndome y envolviéndome, dándome su perpetua tristeza, su<br />

victoriosa melancolía.<br />

Los críticos que tanto han escarmenado mis trabajos no han visto hasta ahora esta secreta influencia<br />

que aquí va confesada. Porque allí en Wellawatha escribí yo gran parte de Residencia en la tierra. Aunque<br />

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