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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

Volvió a salir presuroso. Pero ya la policía había visitado todos los hoteles de Estocolmo, buscando a<br />

un negro de George town, o de cualquier otro territorio similar.<br />

Y mantuvieron sus precauciones. Al entrar a la ceremonia y al salir del baile de celebración, Matilde y<br />

yo advertimos que en vez de los acostumbrados ujieres, se precipitaban a atender nos cuatro o cinco<br />

mocetones, sólidos guardaespaldas rubios a prueba de tijeretazos.<br />

La ceremonia ritual del Premio Nobel tuvo un público inmenso, tranquilo y disciplinado, que aplaudió<br />

oportunamente y con cortesía. El anciano monarca nos daba la mano a cada uno; nos entregaba el diploma,<br />

la medalla y el cheque; y retornábamos a nuestro sitio en el escenario, ya no escuálido como en el ensayo<br />

sino cubierto ahora de flores y de sillas ocupadas. Se dice (o se lo dijeron a Matilde para impresionarla) que<br />

el rey estuvo más tiempo conmigo que con los otros laureados, que me apretó la mano por más tiempo, que<br />

me trató con evidente simpatía. Tal vez haya sido una reminiscencia de la antigua gentileza palaciega hacia<br />

los juglares. De todas maneras, ningún otro rey me ha dado la mano, ni por largo ni por corto tiempo.<br />

Aquella ceremonia, tan rigurosamente protocolar, tuvo indudablemente la debida solemnidad. La<br />

solemnidad aplicada a las ocasiones trascendentales sobrevivirá tal vez por siempre en el mundo. Parece<br />

ser que el ser humano la necesita. Sin embargo, yo encontré una risueña semejanza entre aquel desfile de<br />

eminentes laureados y un reparto de premios escolares en una pequeña ciudad de provincia.<br />

CHILE CHICO<br />

Venía yo desde Puerto Ibáñez, asombrado del gran lago General Carrera, asombrado de esas aguas<br />

metálicas que son un paroxismo de la naturaleza, solamente comparables al mar color turquesa de<br />

Varadero en Cuba, o a nuestro Petrohué. Y luego el salvaje salto del río Ibáñez, indivisible en su aterradora<br />

grandeza. Venía también transido por la incomunicación y la pobreza de los pueblos de la región; vecinos a<br />

la energía colosal pero desprovistos de luz eléctrica; viviendo entre las infinitas ovejas lanares pero vestidos<br />

con ropa pobre y rota. Hasta que llegué a Chile Chico.<br />

Allí, cerrando el día, el gran crepúsculo me esperaba. El viento perpetuo cortaba las nubes de cuarzo.<br />

Ríos de luz azul aislaban un gran bloque que el viento mantenía en suspensión entre la tierra y el cielo.<br />

Tierras de ganadería, sembrados que luchaban bajo la presión polar del viento. Alrededor la tierra se<br />

elevaba con las torres duras de la Roca Castillo, puntas cortantes, agujas góticas, almenas naturales de<br />

granito. Las montañas arbitrarias de Aysén, redondas como bolas, elevadas y lisas como mesas, mostraban<br />

rectángulos y triángulos de nieve.<br />

Y el cielo trabajaba su crepúsculo con cendales y metales: centelleaba el amarillo en las alturas,<br />

sostenido como un pájaro inmenso por el espacio puro. Todo cambiaba de pronto, se transformaba en boca<br />

de ballena, en leopardo ardiendo, en luminarias abstractas.<br />

Sentí que la inmensidad se desplegaba sobre mí cabeza, nombrándome testigo del Aysén<br />

deslumbrante, con sus cerreríos, sus cascadas, sus millones de árboles muertos y quemados que acusan a<br />

sus antiguos homicidas, con el silencio de un mundo en nacimiento en que está todo preparado: las<br />

ceremonias del cielo y de la tierra. Pero faltan el amparo, el orden colectivo, la edificación, el hombre. Los<br />

que viven en tan graves soledades necesitan una solidaridad tan espaciosa como sus grandes extensiones.<br />

Me alejé cuando se apagaba el crepúsculo y la noche caía sobrecogedora y azul.<br />

BANDERAS DE SEPTIEMBRE<br />

El mes de septiembre, en el sur del continente latinoamericano, es un mes ancho y florido. También<br />

este mes está lleno de banderas.<br />

A comienzos del siglo pasado, en 1810 y en este mes de septiembre, despuntaron o se consolidaron<br />

las insurrecciones contra el dominio español en numerosos territorios de América del Sur.<br />

En este mes de septiembre los americanos del sur recordamos la emancipación, celebramos los<br />

héroes, y recibimos la primavera tan dilatada que sobrepasa el estrecho de Magallanes y florece hasta en la<br />

Patagonia Austral, hasta en el Cabo de Hornos.<br />

Fue muy importante para el mundo la cadena cíclica de revoluciones que brotaban desde México<br />

hasta Argentina y Chile.<br />

Los caudillos eran disímiles. Bolívar, guerrero y cortesano, dotado de un resplandor profético; San<br />

Martín, organizador genial de un ejército que cruzó las más altas y hostiles cordilleras del planeta para dar<br />

en Chile las batallas decisivas de su liberación; José Miguel Carrera y Bernardo O'Higgins, creadores de los<br />

primeros ejércitos chilenos, así como de las primeras imprentas y de los primeros decretos contra la<br />

esclavitud, que fue abolida en Chile muchos años antes que en los Estados Unidos.<br />

José Miguel Carrera, como Bolívar y algunos otros de los libertadores, salían de la clase aristocrática<br />

criolla. Los intereses de esta clase chocaban vivamente con los intereses españoles en América. El pueblo<br />

como organización no existía, sino en forma de una vasta masa de siervos a las órdenes del dominio<br />

español. Los hombres como Bolívar y Carrera, lectores de los enciclopedistas, estudiantes en las<br />

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