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CONFIESO QUE HE VIVIDO PABLO NERUDA Memorias Estas ...

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Confieso que he vivido. <strong>Memorias</strong> Pablo Neruda<br />

En todos los países me preocuparon los derroteros del vino, desde que nacía de "los pies del pueblo"<br />

hasta que se engarrafaba en vidrio verde o cristal facético. Me gustó tomar en Galicia el vino de Ribeiro, que<br />

se bebe en taza y deja en la loza una espesa marca de sangre. Recuerdo en Hungría un vino grueso,<br />

llamado "sangre de toro", cuyas embestidas hacen trepidar los violines de la gitanería.<br />

Mis tatarabuelos tuvieron viñas. Parral, el pueblo donde nací, es cuna de ásperos mostos. De mi<br />

padre y de mis tíos, don José Angel, don Joel, don Oseas v don Amós, aprendí a diferenciar el vino pipeño<br />

del filtrado. Me costó trabajo acatar sus inclinaciones hacia el vino irrefinado que cae de la pipa, de corazón<br />

original e irreductible. Como en todas las cosas, me costó volver a lo primitivo, al vigor, tras haber<br />

practicado la superación del gusto, saboreado el bouquet formalista. Pasa igual con el arte: se amanece con<br />

la Afrodita de Praxiteles y se queda uno a vivir con las estatuas salvajes de Oceanía.<br />

Fue en París donde probé un vino excelso en una casa excelsa. El vino era un Mouton—Rothschild<br />

de cuerpo impecable, de aroma inexpresable, de perfecto contacto. La casa era la de Aragón y Elisa Triolet.<br />

—Acabo de recibir estas botellas y las abro para ti —me dijo Aragón.<br />

Y me contó la historia.<br />

Avanzaban los ejércitos alemanes dentro de tierra francesa. El soldado más inteligente de Francia,<br />

poeta y oficial, Louis Aragón, llegó hasta un puente de avanzada. Mandaba un destacamento de<br />

enfermeros. Su orden era seguir más allá de ese puesto, hasta un edificio situado a trescientos metros más<br />

lejos. El capitán de la posición francesa lo detuvo. Era el conde Alplionse de Rothschild, más joven que<br />

Aragón y de sangre tan apremiante como la suya.<br />

—No puede pasar de aquí —le dijo—. Es inminente el fuego alemán.<br />

—Mis instrucciones son llegar a ese edificio —replicó vivamente Aragón.<br />

—Mis órdenes son que no siga y se quede aquí —repuso el capitán.<br />

Conociendo a Aragón, como yo lo conozco, estoy seguro de que en la discusión salieron chispas<br />

como granadas, contestaciones como estoques. Pero ella no duró más de diez minutos. De pronto, ante los<br />

ojos de Rothschild y Aragón, una granada de un mortero alemán cayó sobre aquel edificio cercano<br />

convirtiéndolo instantáneamente en humo, escombros y pavesa.<br />

Así se salvó el primer poeta de Francia, gracias a la obstinación de Rothschild.<br />

Desde entonces, en la misma fecha aniversaria del suceso, Aragón recibe unas cuantas bonnes<br />

bouteilles de Mouton—Rothschild, de las viñas del conde que fue su capitán en la última guerra.<br />

Ahora estoy en Moscú, en la casa de Ilya Ehrenburg. Este gran guerrillero de la literatura, tan<br />

peligroso enemigo para el nazismo como una división de cuarenta mil hombres, era también un epicureísta<br />

refinado. Nunca supe si sabía de Stendhal o de foie gras. Paladeaba los versos de Jorge Manrique con<br />

tanto deleite como degustaba un Pommery—Greno. Su amor más viviente era Francia entera, el alma y el<br />

cuerpo de Francia sabrosa y fragante.<br />

El caso es que, después de la guerra, se rumoreó en Moscú que se pondrían en venta ciertas<br />

misteriosas botellas de vino francés. El Ejército Rojo había conquistado, en su avance hacia Berlín, una<br />

fortaleza—cava, repleta de la insana propaganda de Goebbels y de los vinos que éste había saqueado en<br />

las bodegas de la dulce Francia. Papeles y botellas fueron enviados a los cuarteles generales del ejército<br />

vencedor, el Ejército Rojo, que investigó los documentos y no halló qué hacer con las botellas.<br />

Las botellas eran gloriosos vidrios que ostentaban en etiquetas especiales sus fechas de nacimiento.<br />

Todos procedían de origen ilustre y de celebérrima vendimia. Los Romané, los Beaune, los Chateau—neuf<br />

du Pape, se codeaban con los rubios Pouilly, los ambarescentes Vouvray, los aterciopelados Chambertin.<br />

La colección entera estaba respaldada por cifras cronológicas de las más supremas cosechas.<br />

La mentalidad igualitaria del socialismo distribuyó en las botillerías estos trofeos sublimes de los<br />

lagares franceses, al mismo precio de los vinos rusos. Como medida taxativa se dispuso que cada<br />

comprador sólo podía adquirir un reducido y determinado número de botellas. Grandes son los designios del<br />

socialismo, pero los poetas somos iguales en todas partes. Cada uno de mis compañeros de letras envió a<br />

parientes, vecinos, conocidos, a comprar a tan bajo precio botellas de tan alto linaje. Se agotaron en un día.<br />

Una cantidad que no diré llegó a la casa de Ehrenburg, el irreductible enemigo del nazismo. Y por ese<br />

motivo me encuentro en su compañía, hablando de vinos y bebiéndonos parte de la cava de Goebbels, en<br />

honor de la poesía y de la victoria.<br />

LOS PALACIOS RECONQUISTADOS<br />

Nunca me invitaron los magnates a las grandes mansiones; y la verdad es que tuve siempre poca<br />

curiosidad. En Chile el deporte nacional es el remate. Se ve mucha gente acudir en forma atropellada a las<br />

semanales subastas que caracterizan a mi país. Cada casona de ésas tiene su sino. Llegado un momento<br />

se rematan al mejor postor las verjas que no me dejaron pasar, a mí ni al vulgo de que formo parte, y con<br />

las verjas cambian de dueño los sillones, los cristos sanguinolentos, los retratos de época, los platos, las<br />

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