Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi
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Alejandro Carneiro<br />
123<br />
Al-Iksir<br />
siento, domn Puskin, pero no hay otro remedio para su situación actual.<br />
Atraerle era necesario.<br />
Puskin cerró los párpados durante unas décimas de segundo, empalideció<br />
levemente, pero los abrió sin odio en sus ojos.<br />
—El maestro tenía razón sobre ti. Respiras demasiada soberbia.<br />
Eminescu lanzó un suspiró de mal actor. No tenía tiempo para<br />
malos recuerdos.<br />
—El maestro se fue, nos dejó solos, Puskin, a la deriva de nuestras<br />
dudas. Incluso parecía el más dubitativo de todos. Deje de hablar de él<br />
como si tuviese alguna infl uencia sobre nuestras vidas. Hace más de<br />
diez años que prefi rió seguir su locura propia. Vaya a saber. También<br />
era un cobarde.<br />
—Quizá se dio cuenta de que todos fracasaríamos... O peor aún,<br />
nos venderíamos.<br />
La mano de Eminescu se levantó ligeramente en el aire. Los dos<br />
hombres vestidos de camareros se acercaron a la mesa.<br />
—La culpa realmente es de usted. Ha roto uno de nuestros principales<br />
votos: Decir poco, hacer mucho y callar siempre. No debió ser tan<br />
confi ado. Ahora si no me lo dice, ellos se lo harán confesar a su manera.<br />
No hace falta que le avise de que pueden ser muy persuasivos.<br />
—Tienes razón, he roto un voto por mi propia estupidez y por confi ar<br />
en ti. Pero no te atrevas a culparme de nada, porque tú los has roto todos<br />
—Puskin se levantó de la mesa y se dirigió con rabia a los camareros.<br />
Un minuto después un coche avanzaba calle abajo. La cabeza rubia<br />
y con gotas de sangre de Puskin destaca en su cristal trasero, custodiada<br />
a ambos lados por esquinados cráneos de la Gestapo. Apoyado en<br />
la puerta del café, Eminescu sabía que no volvería a ver a su viejo camarada.<br />
Pero era una ligera pena que ya pasaría, pues en el fondo nunca<br />
le cayó del todo bien aquel ruso de mirada alegre y escepticismo a fl or<br />
de piel. Demasiado confi ado, por muy escéptico que se considerase en<br />
público. Siempre estaba inquiriendo verdades y aceptando sin rechistar<br />
las respuestas. Quién iba a pensar que semejante tipo encontraría la<br />
entrada a una leyenda tan buscada. El destino es juguetón como las<br />
manos de un niño. Pero la mayoría de las veces basta con ser pesimista<br />
para ser profeta.