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Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi

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Alejandro Carneiro<br />

124<br />

Al-Iksir<br />

Encendió un cigarrillo y se juntó con la gente que iba camino de<br />

la estación. Necesitaba pasear por los jardines de Sans Souci. Los había<br />

creado un rey prusiano, de mano disciplinada y metódica, como le<br />

pedía su pueblo, pero que en su intimidad buscaba la caricia de la despreocupación<br />

que se le negaba, y acabó sucumbiendo al encanto trivial<br />

del estilo francés, creando un jardín de cuento para su deseo imposible.<br />

Ahora Eminescu ansiaba de igual manera pasear entre sus parterres<br />

fl oridos, para mezclarse por una vez en su vida entre personas sonrientes,<br />

repletas de ignorancia.<br />

Stalingrado. Octubre 1942<br />

El rechinar de las cadenas del tanque apagó durante unos segundos el<br />

ronroneo de los stukas. El blindado frenó junto a la esquina acribillada,<br />

buscando escondite como una enorme bestia que ha perdido confi anza<br />

en sus habilidades. El cañón de su torreta chirrió en dirección al esqueleto<br />

agujereado de la casa que todavía resistía al avance. Segundos<br />

después, una nube de polvo surgió de las ventanas soltando un vómito<br />

de terror, que se elevó al cielo para alimentar la capa de escombros<br />

pulverizados, humo de metralleta y gritos de moribundos que ocultaba<br />

la ciudad del sol. Un mundo dominado por el gris permanente, que<br />

inundaba el paisaje de claroscuros donde sobresalían, como picotazos<br />

de carne sucia, los rostros de los combatientes.<br />

El tanque agazapado, un Panzer IV con cicatrices de veterano, volvió<br />

a proseguir su marcha pero sólo durante unos metros de deslizar de<br />

cadenas, hasta frenar de nuevo al amparo de un muro donde la grietas<br />

dibujaban crucigramas. El pelotón de soldados que lo seguía buscó el<br />

amparo de la pared medio derrumbada. En sus posturas se notaba que<br />

la curiosidad ya vencía al temor. Incluso había impaciencia. El tanque<br />

volvió a disparar al mismo edifi cio en ruinas. Pareció como si la misma<br />

casa gritase de miedo sobresaltándose en sus cimientos. El sargento del<br />

pelotón alzó la cabeza sobre el muro para echar un vistazo. La amenaza<br />

de francotiradores era improbable.

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