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Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi

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Alejandro Carneiro<br />

143<br />

Al-Iksir<br />

continuaron conservando su recuerdo entre los pocos elegidos a los que<br />

otorgaban su guía.<br />

Sobre el destino del príncipe poco más se sabe, ni siquiera su<br />

nombre se ha conservado. El secreto sobre su fi gura ha sido atroz. Pero<br />

no las teorías sobre el destino de su Gran Obra. Se sabe que la piedra<br />

que el príncipe consiguió destilar se conservó en una tumba. Por qué el<br />

príncipe lo mandó así es un misterio, porque no fue su tumba, pues el<br />

poder de la Gran Obra le concede la victoria sobre la muerte y el derecho<br />

a desvanecerse en la laxitud de la inmortalidad. El príncipe desapareció<br />

entre los hombres y su descubrimiento se escondió a todas las miradas<br />

bajo toneladas de tierra y el secreto de las llanuras tártaras. Quizá fue la<br />

última lección del más sabio de los hombres: El que quiera culminar la<br />

Gran Obra debe hacerlo por sí mismo. Es el único camino. Un proceso<br />

solitario y personal. Y el que lo consigue, dueño ya de su destino imperecedero,<br />

no debe dejar nada atrás.<br />

Pasaron los siglos, los pocos seguidores de sus conocimientos propagaron<br />

la fama de su sabiduría y la leyenda de la tumba de la Piedra<br />

Angular. Algunos atrevidos la buscaron entre los cientos de kurganes<br />

o túmulos que asoman en las llanuras tártaras del sur de Rusia. Los resultados<br />

en cada ocasión fueron deprimentes, pero se tejieron muchas<br />

leyendas que originaron nuevos mitos de confusión. La tumba variaba<br />

en cada mapa, las descripciones se teñían de los embustes de los amargados<br />

y el túmulo cambiaba de forma en cada dibujo, hasta convertirse<br />

en palacio abandonado o en una ciudad subterránea. La leyenda más difundida<br />

es que la Obra esta protegida por un guardián invencible. Entre<br />

los tártaros ya nadie se acuerda del viejo príncipe y su tumba, y hace ya<br />

un siglo que nadie busca un lugar que parece exiliado en la fantasía.<br />

Pero a fi nales de los años treinta, un joven iniciado en la Alquimia,<br />

de origen ruso, tuvo la suerte de los elegidos. En su vida mundana<br />

se le obligaba a vivir con la apariencia de ingeniero y por tanto le tocó<br />

participar en la excavación del metro de Stalingrado, a mayor gloria del<br />

régimen soviético. Un día de monótono trabajo encontró una señal que<br />

le resultó familiar. Su viejo maestro y guía en la vía del conocimiento no<br />

le había hablado de ella, pero la conocía de sus propios estudios sobre la<br />

Gran Obra. Era un viejo signo del arte hermético, casi insignifi cante en

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