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Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi

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Alejandro Carneiro<br />

138<br />

Al-Iksir<br />

sus junturas que resbalaba por el borde de sus cascos y empolvaba la<br />

calva sudorosa del profesor. En las fábricas de la zona norte de la ciudad<br />

la batalla debía ser encarnizada, con soldados corriendo entre lluvia afi -<br />

lada de ventanales y tormenta de metralla al rojo vivo. Pero en el frente<br />

todo resultaba real y previsible, por muy terrible que fuera. Aquí abajo,<br />

el mundo parecía distinto y de un tamaño sobrecogedor que se perdía<br />

en la penumbra.<br />

Pudo pasar un cuarto de hora, quizá media, o hasta una hora entera<br />

de paseo entre sombras, cuando de repente el profesor se paró y miró<br />

el cuaderno de apuntes que tenía en el bolsillo de su chaqueta. En la pared<br />

izquierda del túnel se vislumbraba un bloque de piedra descolocado<br />

con respecto a la modélica alineación del resto.<br />

—¿Qué pasa, profesor?<br />

Eminescu tapó su cuaderno por refl ejo y le dirigió al teniente una<br />

mirada de reprobación, que se diluyó pronto en una sonrisa.<br />

—Algo estupendo, domn Dietl. Una señal bien clara de que vamos<br />

en buen camino. Tendremos que andar todavía un buen trecho.<br />

Así que les recomiendo que se tranquilicen un poco. Les noto tensos,<br />

caballeros.<br />

Siguieron avanzando por el túnel tras la linterna del profesor. Según<br />

pasaba el tiempo, el teniente Dietl empezó a intuir que el suelo tenía<br />

una ligera pendiente en descenso y que cada minuto se introducían<br />

todavía más en el interior de la tierra. Estaban sin duda detrás de las<br />

líneas soviéticas y el edifi cio que era su objetivo debía estar muy cercano<br />

o más bien ya lo habían dejado a sus espaldas, pero no parecía que<br />

hubiese una salida al exterior tan mágica como la entrada abierta por el<br />

profesor. El túnel era un camino hermético de piedra y fango donde los<br />

ecos de la artillería horadando la superfi cie se hacían cada vez más lejanos.<br />

A intervalos regulares se encontraron con varias losas de la pared<br />

ligeramente descolocadas, como la primera en que se paró el profesor a<br />

mirar sus apuntes. Puede que su número fueran cinco o seis, el teniente<br />

no recordaba ya con precisión cuantas se habían topado, cuando el<br />

sargento Stern le tiró de la manga para indicarle en susurros que, fuese<br />

cual fuese el objetivo de la misión, no iban en dirección a ningún edifi -<br />

cio tras las líneas rusas. Debían llevar andado en aquel pasadizo varios

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