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Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi

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Sergio Gaut vel Hartman<br />

Marcas, señales<br />

to. Como un adulto, además, que lo hubiera seguido minuto a minuto,<br />

delante de la ventana, en el bar, en casa de Marcia. Miró hacia arriba,<br />

como si en el cielo se pudiera hallar la respuesta que necesitaba, pero<br />

sólo vio nubes deshaciéndose en fi lamentos como hebras de algodón y<br />

el sol brillando intensamente contra el azul. Ni rastros de Marte.<br />

—¿De dónde sacaste eso?<br />

—¿Se cree que soy sordo? Hace semanas que la gente no habla<br />

de otra cosa. Andan como tarados, con los cascos tapándoles las caras,<br />

llevándose el mundo por delante, creyéndose mejores. Usted no parece<br />

ser un chifl ado de esos, sino de los otros.<br />

—¿Hay dos clases de chifl ados?<br />

—Por lo menos dos, o tres.<br />

Stein suspiró, resignado al sorpresivo vuelco que había dado la<br />

conversación.<br />

—De acuerdo —dijo—. Veamos cómo se defi ne mi clase de chifl<br />

ados. —Habían llegado al depósito. Una gran abertura, que antiguamente<br />

debió estar clausurada por un portón, comunicaba con la playa de<br />

carga y dejaba ver el interior. El lugar había sido un corralón de metales,<br />

y en él aún había pesadas vigas apiladas, corroídas por la herrumbre,<br />

algunos perfi les de aluminio y multitud de objetos con restos de pintura<br />

metalizada en los bordes. Apoyadas contra la pared posterior, unas láminas<br />

de material incierto con tramas en púrpura y anaranjado parecían<br />

los fondos para cuadros marcianos que jamás serían pintados. El sol, al<br />

incidir oblicuamente, producía un efecto de movimiento, una ondulación<br />

cinética convulsiva, como si unos miserables residuos de energía se<br />

empeñaran en demorarse en un territorio que no les pertenecía.<br />

—Usted está buscando conectarse con Marte —dijo el chico,<br />

sacando a Stein de sus cavilaciones; había olvidado la pregunta, pero<br />

la respuesta era demasiado contundente como para no prestarle atención—,<br />

por otra vía, claro.<br />

—¿De dónde sacaste esto? —Stein tomó al chico del hombro y lo sacudió<br />

con brusquedad; no pesaba nada y se asustó de su propia violencia.<br />

—Tranquilo —dijo Lagartija. Se había soltado sin moverse, como<br />

en un truco cinematográfi co—. Tranquilo —repitió—. No se asuste. Es<br />

lo más natural del mundo.<br />

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