Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi
Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi
Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
Alejandro Carneiro<br />
155<br />
Al-Iksir<br />
—¿Dónde estarán todos? —comentó el sargento Stern.<br />
Pero no era tiempo para refl exiones. Llegaron hasta el callejón entre<br />
dos grandes hongos de polvo. Casi no les dio tiempo a apartarse cuando<br />
apareció la mole de un Panzer IV. Varios más le acompañaban a ambos<br />
lados, derribando con desprecio las pocas paredes que quedaban en pie<br />
frente a ellos. La infantería los seguía como corderitos al matadero.<br />
Se lanzaba una ofensiva de respuesta a los rusos. Un ataque decisivo<br />
como muchos otros para aumentar más el desconcierto y la indecisión.<br />
Por eso no veían a nadie. Los rusos estaban al límite de su avance,<br />
al acecho de la probable respuesta, y los alemanes se preparaban para<br />
lanzar su réplica, que ahora mostraban con toda su fuerza.<br />
Oyeron muchos gritos, infi nidad de órdenes bajo el ruido. El lugar<br />
ya se asemejaba a la normalidad cotidiana. Un tanque casi aplasta al<br />
aterrado Eminescu, que consiguió evitar las cadenas a tiempo gracias al<br />
empujón del teniente. Un pelotón de caras hurañas pasó junto a ellos,<br />
eran de la 79º división, toda entera dirigida contra la fábrica. Según<br />
su teniente la ofensiva era completa y a cara de perro. Cada vez había<br />
más nervios entre los jefes. La ciudad parece tan extensa como la estepa<br />
amorfa que la rodea, quizá no la tomemos por completo antes del<br />
invierno. Es como una batalla de ratas hambrientas por un trozo de<br />
mierda. Jodidos rusos que no se rinden ante lo inevitable.<br />
De pronto, el tanque que casi les atropella saltó por los aires unas<br />
decenas de metros más adelante, como el juguete de un niño enfadado.<br />
Alguien gritó katyushas y una manada de zumbidos descendió del cielo.<br />
—Dios...<br />
Fue lo último que dijo el sargento Stern, antes de que se abrieran<br />
los fuegos del infi erno.<br />
* * *<br />
El teniente Dietl despertó asustado. Ya era de noche. El cielo negro,<br />
sin resquicios en su opresión, le pareció una extensión de la oscuridad<br />
de sus párpados. Intentó girar la cabeza, pero le dolía y abandonó el