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Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi

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Sergio Gaut vel Hartman<br />

Marcas, señales<br />

puro terror. Los ojos eran Fobos y Deimos, empotrados en el rostro<br />

de Moses por derecho adquirido, por mera obediencia a las leyes de la<br />

Naturaleza.<br />

—Quisiera creer que no lo estás pensando —dijo Moses—. Si lo<br />

haces signifi ca que alguna enfermedad nueva se adueñó de tu espíritu.<br />

—La gloria de Marte penetra por las fi suras de la realidad —fue la<br />

enigmática respuesta. Le hizo una señal al mesero, que espiaba los paisajes<br />

marcianos dibujados en la pared del fondo del local, para que trajera<br />

más café. El encantamiento era indestructible, pero Moses negó con la<br />

cabeza: no quería seguir por la ruta propuesta; tampoco quería café.<br />

—La gloria —dijo fi nalmente el negro, superando con difi cultad<br />

el escollo barroso atravesado en su garganta— es de las naciones y los<br />

hombres que se atreven a cruzar el espacio. —Pero no había convicción<br />

en sus palabras. En el espejo, el circo había sido reemplazado por la<br />

grieta de un gran cañón, una boca de labios fi nos que parecía reírse<br />

cínicamente de las torpezas de los periodistas, científi cos, gobernantes<br />

y conectados a propósito de Marte. Una formación erizada de púas, el<br />

lomo de un saurio extinguido, se encendía y apagaba con intermitencia,<br />

comportándose como una estación receptora de fi cciones, atenta a<br />

los movimientos de los módulos, aunque sin tomárselos demasiado en<br />

serio. La mente que dirigía las operaciones debía utilizar un porcentaje<br />

mínimo de su capacidad, guardando el resto para escenifi car la inminente<br />

recepción de los astronautas.<br />

—Si hubiera algo que glorifi car —corrigió Stein. Estaba convencido<br />

de su soledad. Era el único ser humano capaz de resistir la seducción<br />

que fl uía desde Marte, el único que podía ofrecer una estrategia<br />

útil para neutralizar la invasión. —Cuando los astronautas alcancen la<br />

superfi cie marciana se pondrá en marcha una metamorfosis; no volveremos<br />

a ser lo que fuimos desde que abandonamos las cavernas, y una<br />

sangre ajena empezará a circular por nuestras venas... Seremos otra<br />

cosa, Moses, una especie nueva, mestizos de terrestres y marcianos.<br />

—Óxido de hierro —dijo Moses—: otro mito, como el asunto ése<br />

de los canales.<br />

—La bestia marciana se posesionará de los cuerpos y las mentes<br />

—continuó Stein, obsesivo, como si el negro no existiera—, pero tendrá<br />

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