Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi
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Alejandro Carneiro<br />
134<br />
Al-Iksir<br />
tiraron un par de latas vacías de conserva. El grupo se metió en la trinchera<br />
para evitar riñas obligadas y se puso a devorar salchichas, pese a<br />
las quejas corteses de Eminescu, que daba muestras por primera vez de<br />
algo similar a la preocupación.<br />
—Me parece anormal hacer este descanso, domn Dietl. No tenemos<br />
mucho tiempo por delante. El sol ya se está poniendo. Actuemos<br />
ya.<br />
—Déjese de actuaciones y tome algo, profesor. A saber si volverá<br />
a hacerlo.<br />
—Va rog; es orden directa del Fürher, recuerde.<br />
—No se preocupe, él quiere que los alemanes nos alimentemos<br />
bien.<br />
—Sí, nos quiere mucho. Lo dice el doctor Goebbels todos los días<br />
en la radio —recalcó Hurenson, ajeno a la ironía de su teniente.<br />
Sobre el cielo de la trinchera se oía el ronroneo de los BF-109,<br />
el zumbido picante de los ubicuos stukas y el murmullo ronco de los<br />
Heinkel. Pero ahora no se les veía cruzar como si fueran espíritus asustando<br />
en lejanos castillos. Sólo se les oía en el denso gris de cementerio<br />
que cubría toda la ciudad, un manto donde se diluían las formas y parecían<br />
rebotar hasta las almas de los muertos.<br />
El profesor tuvo que aguardar a que sus acompañantes consumieran<br />
la lata de salchichas entre rebanadas de pan y tragos de un líquido<br />
parecido al vodka. Mató la espera repasando una especie cuaderno que<br />
sacó del bolsillo. El idiota de Puskin había sido muy terco al principio,<br />
aunque al fi nal acabó contando hasta anécdotas de la infancia para que<br />
le rematasen de una vez. Eminescu se sabía las notas del cuaderno de<br />
memoria, pero su observación atenta ya constituía parte de sus necesarios<br />
rituales cotidianos. Puskin había hecho una señal para iniciados en<br />
la salida del túnel, no pudo evitarlo. Quizá pensó volver de nuevo o jugó<br />
a ser el guía de visitantes improbables.<br />
Guardó el cuaderno en el bolsillo y echó un vistazo fuera de la<br />
trinchera. Pronto encontró lo que buscaba y se puso de puntillas para<br />
divisarlo mejor. El teniente Dietl sonrió levemente, porque le pareció un<br />
vigía muy cómico, con su pajarita verde y su traje de catedrático. Tuvo<br />
hasta un atisbo de compasión.