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Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi

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Alejandro Carneiro<br />

152<br />

Al-Iksir<br />

—Sí, sí... Pero, al salir, tiene que ayudarme, domn Dietl. Ha de llevarme<br />

a las líneas alemanas cuanto antes. Los malditos rusos son sólo<br />

eso, numai sunt ruses. No les tengo miedo, no son el principal problema.<br />

Pero debe protegerme de él, nos perseguirá, no parará mientras nos<br />

tenga a su alcance.<br />

—Yo le creo, detrás de nosotros viene alguien, lo sé —el frío Hurenson,<br />

y era lo más increíble, parecía también nervioso.<br />

—Déjese de chorradas, soldado —el sargento Stern aparentaba<br />

también menos fi rmeza, aunque elevara la voz.<br />

—Tranquilos. Intentemos salir de esta como de todas. Abra ya de<br />

una vez.<br />

El teniente pensaba más bien en los rusos, a los que sí consideraba<br />

un verdadero e inmediato problema.<br />

Subieron las escaleras. Al llegar al fi nal, Eminescu hizo un extraño<br />

movimiento con la mano derecha, tocando el techo de tierra. La<br />

superfi cie se abrió de forma silenciosa, formando una raja con borde de<br />

cemento por la que asomaron las nubes de plomo eterno de la ciudad y<br />

la fi gura regordeta de un Heinkel con un motor ardiendo que intentaba<br />

volver a su base silbando entre estallidos. Era la caída de la tarde y el<br />

cielo de Stalingrado les daba la bienvenida a la ciudad.<br />

El túnel daba al norte, bajo un callejón cerca de la fábrica Octubre<br />

Rojo, en pleno frente de batalla en el momento más duro de la ofensiva<br />

del ejército alemán. Una hora nada apropiado para pasear por la calle.<br />

Pero al menos nadie les vio salir de las profundidades. Todos luchaban<br />

por sobrevivir a tiro limpio en aquel apocalipsis de metralla. El desconcierto<br />

era absoluto y las unidades amigas y enemigas se mezclaban en<br />

pequeños duelos entre un panorama de montañas de escombros y paredes<br />

descarnadas, que en el mar de explosiones mostraban sin pudor<br />

sus pieles agujereadas por tanques a la deriva.<br />

Se arrastraron hacia una de esas paredes fantasmales. Oyeron voces<br />

cercanas en el ruido infernal, pero no eran alemanas. Hurenson<br />

abatió de una rápida ráfaga a dos rusos que aparecieron por un hueco de<br />

la pared. Iban bastante confi ados. El sargento Stern lanzó una granada<br />

por el agujero. Oyeron el alarido de otro ruso antes de la explosión.<br />

—Parece que hay mucho ruso por aquí. Creo que es mala zona.

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