Artifex cuarta época - Asociación Cultural Xatafi
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Sergio Gaut vel Hartman<br />
Marcas, señales<br />
—Los que no son de acá son de afuera —dijo el hombre, como si<br />
con eso explicara algo.<br />
—Soy de afuera —admitió Stein—, pero soy más de acá que cualquiera<br />
de los otros.<br />
—¿Qué quiere decir? No trate de enredarme. —El hombre dio un<br />
paso atrás y apuntó a Stein con el dedo. —Yo los tengo calados, a ustedes;<br />
los conozco bien. Estaba mirando al Lagartija, ¿si o no?<br />
Stein no pudo reprimir la risa. Todo lo que le preocupaba al pobre<br />
tipo era que él podía ser un cazador de talentos, un advenedizo que trataba<br />
de birlarle el descubrimiento. —El fútbol me interesa menos que<br />
Marte. ¿Entiende?<br />
—Entonces, ¿por qué se mete con nosotros? —Le salió como un<br />
lamento, casi un sollozo. Por primera vez miró con verdadera atención<br />
al desconocido; se encogió levemente, advirtiendo que había algo fuera<br />
de lugar, y oyó el susurro que lo acosaba todas las noches, entre sueños.<br />
Marte. Había dicho Marte. —¿Qué tiene que ver Marte con todo esto?<br />
A Stein le costaba aceptar lo que estaba sucediendo. Había puesto<br />
la mayor distancia concebible entre la Misión y su furia; sin embargo no<br />
alcanzaba. Un impulso de inútil odio le subió por el esófago. No estaba<br />
claro hacia qué o quién se dirigía ese odio, pero de todos modos tenía<br />
que expulsarlo.<br />
—Mátese —dijo Stein.<br />
—¿Cómo dijo?<br />
—Mátese —repitió.<br />
El hombre se envaró, apretando los puños. No sabía qué hacer,<br />
no entendía. Lo peor era que el extraño quedaba afuera de la realidad<br />
circundante, y aunque lo tenía atrapado en su terreno, donde él dictaba<br />
las reglas y podía cambiarlas en cualquier momento, se sentía en<br />
desventaja. ¿Quién podía imaginar alguna clase de superioridad en los<br />
tiempos que corrían?<br />
Tal vez fue por esa misma razón que se sobresaltó al escuchar la<br />
voz aguda del niño, de Lagartija, sonando con fi rmeza. —Déjelo en paz,<br />
él no entiende de estas cosas. ¿Qué quiere que haga?<br />
¿Qué quiere que haga, quién? Por la mente de Stein desfi laron<br />
a toda velocidad las imágenes de picos agudos y pozos oscuros que<br />
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