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Gustavo Gauvry también se ha bajado <strong>del</strong> auto y<br />
manipula la máquina a la vera de <strong>El</strong> Candil. Practico<br />
una sonrisa para la posteridad.<br />
-¡No tiene pilas, bajá! -me grita Gustavo a través<br />
<strong>del</strong> viento.<br />
Decepcionada, me sacudo los pantalones y<br />
camino sobre las antiguas aguas de la laguna de<br />
Thays.<br />
-Y pensar que esto era un ámbito acuático -le<br />
digo a mi compañero mientras caminamos hacia el<br />
auto. Me apoyo sobre la puerta, de espaldas a la<br />
plaza y pienso en la clase que me acaba de dar, mapa<br />
mediante (porque no fue una entrevista, fue una<br />
clase particular) el señor Villegas sobre la historia<br />
<strong>del</strong> Parque, en sus escrupulosos esfuerzos por<br />
defender al barrio -la intimidad de las callecitas<br />
circulares, la añosa forestación, el intenso silencio de<br />
lo natural- <strong>del</strong> avance voraz de eso que llamamos<br />
progreso. Afortunadamente, todavía se escucha el<br />
canto peregrino de los miles de pájaros que se<br />
soltaron en 1952, el mismo año que cambiaron los<br />
nombres de las calles y se impusieron otros,<br />
vinculados con la tradición.<br />
-Fue poco después de que se estableciera a<br />
Parque Leloir como ciudad jardín, a través de una<br />
ordenanza municipal -mientras subimos al auto le<br />
repito las palabras de Villegas-. Una ciudad jardín<br />
cuenta con un régimen especial para la protección de<br />
la arboleda y la conservación de su fisonomía.<br />
Gustavo Gauvry se queda en silencio. No es la<br />
primera vez que damos vueltas por el Parque.<br />
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