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con la mano, colocándola en diagonal- haciendo<br />
willy.<br />
“Paralelamente, en esa época -sigo desgrabando<br />
a Gustavo, se refiere a la época en que soñaban con<br />
tener un estudio propio, a comienzos de los ’80-<br />
habían empezado a aparecer sistemas de grabación<br />
más accesibles, de origen japonés, de la línea Teac<br />
Tascam. Habían sacado máquinas de cuatro, de ocho<br />
y de dieciséis pistas, a precios que, respecto de los<br />
equipos suizos, alemanes, norteamericanos o<br />
ingleses, eran mucho más accesibles. Entonces<br />
bueno, fuimos al representante de Tascam acá, le<br />
firmamos un montón de pagarés -Gustavo Gauvry<br />
se ríe- y nos llevamos un grabador de dieciséis<br />
canales que instalamos en mi casa, en la cabaña de<br />
Parque Leloir”.<br />
-Así que compramos la máquina -frente a<br />
nosotros, sentada en el sofá de cuero negro, Viviana,<br />
la mánager de David, no deja de sonreír con la<br />
sonrisa condescendiente de una madre que escucha<br />
cómo se han entretejido las travesuras de los chicos<br />
<strong>del</strong> barrio-. Pero nos faltaba la consola. Con la<br />
máquina sola no podías hacer nada. Me acuerdo que<br />
llegamos con la máquina y la enchufamos para,<br />
aunque sea, ver las agujitas hacer así -con el dedo<br />
índice dibuja en el aire un movimiento pendular,<br />
como de aguja de balanza- porque estábamos<br />
desesperados por usarla. Entonces vino Pedro Aznar<br />
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