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-¡Qué bárbaro! -dijo Marina, por decir algo y<br />
levantó la piña <strong>del</strong>ante de su cara, sopesando su<br />
utilidad o valor. Al cabo de algunos segundos, la<br />
tiró.<br />
-Llegamos -dije al fin, como si hubiéramos<br />
completado una larga travesía. De alguna manera,<br />
para ella lo era-. Este es el estudio Del Cielito -lo<br />
señalé con el brazo extendido.<br />
Marina observó el paredón blanco interrumpido<br />
por la garita de seguridad. También le pegó una<br />
ojeada al portón de madera y a los dos autos que<br />
estaban estacionados.<br />
-¡Pero no se ve nada! -se quejó.<br />
-Bueno, pero por lo menos ahora sabés dónde<br />
queda. No podés estar internada en la Clínica <strong>del</strong><br />
Parque, la misma donde estuvo Maradona, a unas<br />
pocas cuadras <strong>del</strong> estudio y no conocerlo.<br />
Marina volvió a mirarme desde adentro <strong>del</strong> mar.<br />
Parecía cansada.<br />
-Vamos a tomar algo -dijo.<br />
Era un domingo a la tarde. La primera salida que<br />
le permitían después de veintipico de días de<br />
internación. Estábamos cerca de la primavera pero<br />
todavía el viento soplaba frío y estaba nublado.<br />
Tomamos de nuevo por Del Cielito y salimos a la<br />
colectora. Desde allí caminamos hasta la Shell. Entre<br />
las tres y las seis de la tarde, tanto los sábados como<br />
los domingos, el bar de la estación de servicio<br />
parece una extensión de la sala de visitas de la<br />
Clínica. Hay pequeños grupos de personas en torno a<br />
las mesas y no es difícil detectar, en algunos rostros,<br />
cierto aire enrevesado de piyama o camisón,<br />
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