El Cabildo del Rock

sido este matrimonio malhadado en el que ni
siquiera la infidelidad se llevaría el premio a la
mentira más dolorosa. ¿Qué me retiene?, me
pregunto. ¿El orgullo?, ¿una cierta sensación de
seguridad, de estructura?, ¿el temor de ir sola al cine
o de que nadie, en ningún lugar, me espere?
-Este tema me encanta -le comento a Gustavo y,
procurando salir de mis amargas cavilaciones, señalo
un lugar incierto en el aire acondicionado del
shopping por donde planea esa música que
metódicamente rellena cualquier amague de silencio.
Pero el clima emocional de Gus también es
desapacible y con un tono desprovisto de
inflexiones, responde a mi comentario:
-Tu gusto musical también es muy mainstream.
Un ramalazo de cólera y vergüenza hace presa de
mí. Siento un intenso calor en las orejas. Deben estar
rojas, pienso. Y también: tantos años correteando
por el mundo y ni siquiera lograste cierta
apreciación musical intelectiva, lo tuyo siempre
fueron los hits del verano, la música disco y Abba,
cómo vas a hacer para ponerte a la altura, para
ampliar el repertorio de tu rock nacional, más allá de
Muchacha ojos de papel, de Seminare, y del Sólo le
pido a Dios de los fogones estudiantiles. Bueno, si
no te sentís a gusto con mi gusto andá a contarle la
historia del Cielito a Magoya, me dan ganas de
decirle. Opto, en cambio, por otro bocado de tarta y
un trago de Pepsi light. Las palabras de Gustavo
Gauvry son filosas, arrancan el decorado de mi
teleteatro interior. Pero hay algo en sus ojos o
delante, creo. Como una lluvia persistente que oxida
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