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Udaondo. Paradójicamente también, Antonio, el que<br />
menos recibe, es el que más llega a tener. En efecto,<br />
diez años después de la muerte de su padre, al<br />
cumplir la mayoría de edad, comienza a comprar las<br />
chacras linderas. Entre 1899 y 1915 llegará a<br />
conformar un campo de más de 330 hectáreas. A<br />
comienzos <strong>del</strong> siglo XX, en el centro de este campo,<br />
Antonio manda realizar un parque de considerable<br />
extensión. Ya he mencionado la lagunita y el islote<br />
visitado por Gustavo Gauvry y por mí durante el<br />
corriente año. La laguna pensada por el paisajista<br />
francés Carlos Thays en la que habrán chapoteado la<br />
señora de Leloir y los niños. <strong>El</strong> emprendedor Don<br />
Antonio también funda un establecimiento rural<br />
dedicado a la cría de caballos de carrera: el Haras<br />
Thais. Presumiblemente el nombre <strong>del</strong> haras sea un<br />
homenaje al paisajista galo. Lo que no se sabe es por<br />
qué si era un homenaje, mutaron la y griega por la i<br />
latina. Tampoco quién escribió mal el nombre e<br />
instauró para siempre la duda. A la muerte de<br />
Antonio César Leloir, en 1939, el campo se divide<br />
en siete fracciones. Los herederos quieren cumplir<br />
un sueño: la creación de una Gran Ciudad Parque.<br />
Siguen plantando arbolitos. Miles. Urbanizan la<br />
zona conforme al criterio de los parques europeos.<br />
Hacia mediados <strong>del</strong> siglo pasado comienzan a<br />
realizarse numerosos loteos. Poco a poco, Parque<br />
Leloir se convierte en un lugar de veraneo. Para<br />
1956 había unas ciento cincuenta casas quinta,<br />
aproximadamente. Con la instalación, a fines de los<br />
’60, de caballerizas de alquiler y pensionado, y la<br />
utilización de los terrenos baldíos, que eran muchos<br />
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