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De León Gieco me atrevería a decir que su<br />
memoria es social y justiciera. Es la memoria que se<br />
repone de la aquiescencia <strong>del</strong> olvido. La memoria<br />
<strong>del</strong> andariego, <strong>del</strong> trovador, <strong>del</strong> que gesta su canto en<br />
el camino.<br />
Pero no andes por los caminos si Héctor Starc<br />
anda cerca: su memoria te tomará por asalto y<br />
desmantelará todas tus ensoñaciones. En efecto, la<br />
suya es una memoria maldita, impiadosa, cáustica.<br />
Desmiente a todos, los desnuda; desmonta la<br />
cosmogonía de cada personaje hasta hacerlo regresar<br />
a su miserabilidad o a su grandeza en tanto persona.<br />
Una vez efectuada esta operación, les devuelve sus<br />
trajes, sus talentos, sus respectivas coberturas. Pero<br />
no hace este movimiento de una manera arrogante,<br />
por varios motivos: en primer término porque<br />
cuando habla te toca la guitarra y mientras él se ríe,<br />
su guitarra llora, en el fondo de sí, y le reclama algo,<br />
y te reclama algo innominable. En segundo lugar<br />
porque se ríe y te contagia. Junto a él la vida se<br />
convierte en una temible humorada de la que no<br />
podés escapar sin, literalmente, llorar de risa. Y por<br />
último, porque su mirada final es compasiva y<br />
cómplice respecto de todas las miserias <strong>del</strong> género<br />
humano y no deja de ponerse todo el tiempo como<br />
ejemplo de los fracasos, los vicios, las<br />
discontinuidades y el aislamiento que asolan a los<br />
hombres, a sus mujeres e hijos y a las mascotas que<br />
los acompañan.<br />
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