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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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Pero de una manera muy particular lo está el que ha sido<br />

especialmente convocado para llevar adelante los combates<br />

del Señor, el sacerdote de Cristo.<br />

¿Luchar contra quién? Ante todo contra sí mismo,<br />

contra las propias pasiones desordenadas, ya que el apóstol<br />

de Cristo debe irse haciendo otro Cristo y por ende ir<br />

muriendo progresivamente a sí mismo. Si «los que son<br />

de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones<br />

y sus concupiscencias» (Gal 5,24), cuánto más el<br />

llamado a dirigir esa misma lucha en sus hijos espirituales.<br />

Pero, como siempre, la visión de San Pablo es también<br />

aquí visión de águila. Más allá del enemigo interior<br />

apunta al Enemigo personificado, al Malo, «que no es nuestra<br />

lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados,<br />

contra las potestades, contra los dominadores de este<br />

mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires» (Ef<br />

6,12).<br />

Como antaño Cristo en el desierto, Pablo es un atleta<br />

que ha resuelto enfrentarse personalmente con Satanás.<br />

El demonio bien lo sabía. A este respecto, no deja de ser<br />

encantador un episodio que se nos relata en los Hechos<br />

de los Apóstoles. Estaba Pablo en Efeso, haciendo numerosos<br />

milagros. Entonces unos judíos, que estaban<br />

por allí de paso, queriendo imitarlo, se acercaron a los<br />

endemoniados e intentaban exorcizarlos diciendo: «Os<br />

conjuro por Jesús, a quien Pablo predica». Pero el espíritu<br />

maligno les respondió: «Conozco a Jesús y sé quién<br />

es Pablo, pero vosotros ¿quiénes sois?» (cf. Hch 19,13-<br />

15).<br />

Frente al enemigo interior y exterior sabe el Apóstol<br />

que es preciso armarse. Frecuentemente exhorta San<br />

Pablo a fortificarse en el Señor y en la fuerza de su poder,<br />

a vestirse con la armadura de Dios para poder vencer<br />

las insidias del diablo (cf. por ej. Ef 6,10-1l). Las<br />

armas de esta milicia tan peculiar no pueden ser carnales;<br />

éstas no alcanzarían para derribar las fortalezas levantadas<br />

por el Enemigo con sus sofismas y altanería<br />

contra la sabiduría de Dios y la obediencia de Cristo (cf.<br />

2 Cor 10,4-5).<br />

«Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en<br />

el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues,<br />

alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de<br />

la justicia y calzados los pies, prontos para anunciar el evangelio de<br />

la paz. Embrazad en todo momento el escudo de la fe, con que<br />

podáis apagar los encendidos dardos del maligno. Tomad el yelmo<br />

de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios...»<br />

(Ef 6,13-17).<br />

En última instancia, la armadura del apóstol combatiente<br />

no es otra que el mismo Dios, el Fuerte, quien<br />

deberá revestirlo de una fortaleza verdaderamente divina.<br />

Porque «si Dios está por nosotros, ¿quién contra<br />

nosotros?» (Rom 8,31).<br />

Visión militar de la vida cristiana, particularmente del<br />

apostolado, visión hecha de escudos, espadas, fortalezas...<br />

Realmente Pablo ha visto en la analogía militar una<br />

ejemplaridad excelente para explicar que la vida cristiana,<br />

y sobre todo la misión apostólica, tienen el carácter<br />

de una milicia. Al modo de un comandante en jefe escribía,<br />

sostenía, consolaba, fortificaba, alimentaba, animaba<br />

e inflamaba a los romanos, a los corintios, a los efesios,<br />

a los gálatas, Aquel hombre tuvo derecho a decir: «He<br />

combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he<br />

guardado la fe» (2 Tim 4,7).<br />

2. La persecución<br />

La vida del Apóstol estuvo toda ella signada por la persecución.<br />

Era para él la garantía de su ortodoxia y de su<br />

fidelidad: ser perseguido por los enemigos de Cristo. Quien<br />

P. Alfredo Sáenz, S. J. – <strong>Arquetipos</strong> <strong>cristianos</strong><br />

16<br />

con tanto entusiasmo había antaño acosado a los <strong>cristianos</strong>,<br />

ahora desafiaba decididamente a todos sus perseguidores.<br />

Su conversión fue como una señal para el universal<br />

furor de los hombres y de los elementos. Todas<br />

las tempestades de la creación se desencadenaron a la<br />

vez en su contra. El mismo nos relata, casi como de<br />

paso y cual si se tratara de algo obvio para un apóstol, la<br />

sucesión de tales persecuciones. «Llegados a Macedonia<br />

–les escribe a los corintios– no tuvo nuestra carne<br />

ningún reposo, sino que en todo fuimos atribulados, luchas<br />

por fuera, por dentro temores» (2 Cor 7,5); «en<br />

Damasco, el etnarca del rey Aretas puso guardias en la<br />

ciudad de los damascenos para prenderme, y por una<br />

ventana, en una espuerta, fui descolgado por el muro, y<br />

escapé a sus manos» (2 Cor 11,32-33). Pero en modo<br />

alguno se lamenta de tales padecimientos. Lejos de ello,<br />

constituyen para él una prueba de que efectivamente ha<br />

sido llamado al apostolado. Así lo deja entrever en carta<br />

a los corintios:<br />

«¿Son ministros de Cristo? Hablando locamente, más yo; en<br />

trabajos, más; en prisiones, más; en azotes, mucho más; en peligros<br />

de muerte, muchas veces. Cinco veces recibí de los judíos cuarenta<br />

azotes menos uno. Tres veces fui azotado con varas, una vez fui<br />

apedreado, tres veces padecí naufragio, un día y una noche pasé en<br />

los abismos; muchas veces en viajes me vi en peligros de ríos,<br />

peligros de ladrones, peligros de los de mi linaje, peligros de los<br />

gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el<br />

mar, peligros entre falsos hermanos, trabajos y fatigas en prolongadas<br />

vigilias muchas veces, en hambre y sed, en ayunos frecuentes,<br />

en frío y desnudez...» (2 Cor 11,23-27).<br />

La persecución está, pues, en el programa de todo<br />

apóstol. Más aún, de todo cristiano que de veras quiera<br />

ser tal: «Todos los que aspiran a vivir piadosamente en<br />

Cristo Jesús sufrirán persecuciones» (2 Tim 3,12). El<br />

apóstol no busca quedar bien, ni espera ser premiado<br />

por el mundo. Los Hechos de los Apóstoles nos cuentan<br />

una aventura por la que pasaron Pablo y Bernabé cuando<br />

llegaron a Listra, y que no deja de ser aleccionadora para<br />

nuestro propósito. Allí, tras hacer un milagro, la multitud<br />

fue hacía ellos creyendo que eran dioses en forma<br />

humana, llamando a Bernabé Zeus, y a Pablo Hermas,<br />

porque éste era el que llevaba la palabra. El mismo sacerdote<br />

del templo de Zeus les trajo toros con guirnaldas<br />

para ofrecerles un sacrificio. Pablo los detuvo, diciéndoles<br />

que eran tan hombres como ellos. Se les ofrecía el<br />

honor, el vano y sacrílego honor del mundo y ellos lo<br />

rechazaron.<br />

Entonces todo cambió de un golpe, pues precisamente<br />

en este momento «judíos venidos de Antioquía e Iconio,<br />

sedujeron a las turbas, que apedrearon a Pablo y le arrastraron<br />

fuera de la ciudad, dejándole por muerto» (cf.<br />

Hch 14,18-19). Y así pasaron de los honores a las piedras.<br />

Es que el Apóstol no buscaba el agrado de los hombres<br />

ni el éxito mundano sino la complacencia de Dios<br />

ya que, como bien dice en otro lugar, «no hemos recibido<br />

el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios» (1<br />

Cor 2,12).<br />

Lo primero que debe hacer un apóstol es ofrecer lo<br />

que más valora: su propia vida. Tras este ofrecimiento al<br />

martirio, todas las ulteriores inmolaciones no serán sino<br />

juego de niños. Así lo entendían los primeros <strong>cristianos</strong><br />

respecto de Pablo, como se evidenció cuando, al enviarlo<br />

para una misión difícil, lo presentaron diciendo que<br />

era un «hombre que ha expuesto la vida por el nombre<br />

de nuestro Señor Jesucristo» (Hch 15,26).<br />

¿Qué puede atemorizar a alguien que ya ha ofrecido lo<br />

mejor que tiene? San Pablo es, en este sentido, un hombre<br />

arrojado, dispuesto a evangelizar en medio de las<br />

mayores contrariedades (cf. 1 Tes 2,2-3): «Pronto estoy,

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