Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
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mortal, no conoce ni a sí mismo ni a Dios. Mal podrá pues ver y<br />
corregir el defecto del súbdito suyo».<br />
Algo semejante le dice a Bernabé Visconti, señor de<br />
Milán, un hombre muy poco recomendable:<br />
«Aquel que no ofende nunca a Dios guarda la Ciudad, se enseñorea<br />
de sí mismo y del mundo entero... Muchos son los que tienen<br />
victoria en ciudades y castillos sin tenerla sobre sí mismos y sobre<br />
sus verdaderos enemigos, como son el mundo, la carne y el demonio...<br />
Ea, padre; quered poseer firmemente el señorío de la ciudad<br />
del alma vuestra... Amad, amad, pensad que habéis sido amado<br />
antes de amar. Pues Dios se ha apasionado por la belleza de sus<br />
criaturas». Y concluye: «Corred virilmente a realizar grandísimos<br />
hechos por Dios y por la exaltación de la Santa Iglesia, así como lo<br />
habéis hecho a favor del mundo y en contra de ella». Bien sabía<br />
nuestra Santa que el obstáculo principal a sus elevados designios, que<br />
coincidían puntualmente con los de Dios, era el pecado de aquellos a<br />
quienes trataba de convencer.<br />
Con frecuencia escribe también a los gobernantes pidiéndoles<br />
que ayuden a la Iglesia en su tarea salvífica,<br />
según lo señalamos más arriba. A la reina madre de Hungría,<br />
por ejemplo, tras rogarle que ponga ante sus ojos la<br />
imagen del Cordero desangrado sobre el leño de la Cruz,<br />
le ruega que haga lo posible en favor de la salvación de<br />
las almas, ya que, para lograrlo, Cristo, «como ebrio y<br />
enamorado de nuestra salvación», no temió los tormentos<br />
ni la muerte. Tras lo cual le agrega una sentencia que<br />
expresa acabadamente el pensamiento medieval en lo que<br />
toca a las relaciones entre lo espiritual y lo temporal:<br />
«La Iglesia necesita de vuestro socorro humano, y vosotros, de<br />
su socorro divino –la Chiesa ha bisogno del vostro aiuto humano,<br />
voi del suo divino–».<br />
En carta al atolondrado rey de Francia, Carlos V, le<br />
dice:<br />
«Me asombra que un católico como vos, que quiere temer a Dios<br />
y obrar como valiente, se deje llevar como un niño...». Luego le<br />
solicita tres cosas: la primera es que, cual representante de Dios en<br />
el orden temporal, desprecie el mundo y a sí mismo, poseyendo el<br />
reino como algo prestado y no suyo, ya que quien posee lo ajeno<br />
como propio es un ladrón; lo segundo, que mantenga la justicia, no<br />
cediendo a halagos, ni placeres, ni dinero, sino favoreciendo a los<br />
pobres; la tercera, que observe la doctrina que Cristo le enseña<br />
desde la cruz, es decir, el amor al prójimo, especialmente con los<br />
otros reyes <strong>cristianos</strong>, como los de Inglaterra y Navarra, con los<br />
cuales ha estado tanto tiempo guerreando, en vez de volcar sus<br />
energías en la recuperación de Tierra Santa. «Yo os digo de parte de<br />
Dios crucificado, que no tardéis ya en hacer esta paz. Haced la paz,<br />
y dirigid toda la guerra contra los infieles».<br />
4. Contemplación y acción<br />
Nos impresiona descubrir en Catalina una amalgama<br />
tan lograda entre su vida interior y su celo apostólico.<br />
Recordemos que su actuación pública comenzó precisamente<br />
al inaugurarse el estadio unitivo de su vida. Era<br />
martes de 1367, el último día del carnaval en Siena, cuando<br />
se celebraron sus bodas místicas, a que ya aludimos.<br />
Siena estaba en plena efervescencia. «¿Hubo nunca hombres<br />
más ligeros que los sienenses?», se preguntaba Dante<br />
escandalizado. El gran poeta los conocía bien, pues había<br />
participado en el famoso «palio di Siena», una pintoresca<br />
carrera de caballos que se realiza hasta hoy, donde<br />
compiten jinetes de todos los barrios de la ciudad. En la<br />
celda de su familia, es probable que la Santa haya percibido<br />
el contraste entre los besos apasionados de los jóvenes<br />
enamorados y el anhelo de la novia del Cantar:<br />
«Que me bese con un beso de su boca» (Cant 1, 1). Ella<br />
prefirió el amor divino, las bodas místicas.<br />
Dios la había elegido para que lo ayudase en la salvación<br />
de muchas almas extraviadas. Era preciso que su<br />
fe fuese lo más sólida posible. De ahí su frecuente ruego:<br />
«Señor, concédeme la plenitud de la fe». El Señor la<br />
oyó:<br />
Santa Catalina de Siena<br />
49<br />
«Ya que por mi amor has renunciado a todos los placeres del<br />
mundo y no quieres alegrarte más que en mí solo, he resuelto desposarme<br />
contigo en la fe y celebrar solemnemente nuestras bodas».<br />
Nos cuenta su biógrafo que mientras el Señor pronunciaba<br />
estas palabras, comparecieron su Santa Madre, San<br />
Juan Evangelista, San Pablo y el profeta David. Mientras<br />
David tocaba el arpa, María acercó la mano de Catalina a<br />
la de su Hijo, y éste sacó un anillo de oro que colocó en<br />
el dedo de su Esposa mientras le decía:<br />
«Yo, tu Creador y tu Salvador, me desposo hoy contigo y te doy<br />
mi fe, que no vacilará jamás y se verá preservada de todo ataque<br />
hasta el día en que nuestras bodas se celebren en el cielo».<br />
Aquí comenzó el período unitivo de su vida espiritual,<br />
signado por la contemplación. Ella hubiera deseado quemar<br />
etapas y arribar enseguida a las bodas del cielo.<br />
«“¿Cuándo, pues, Esposo mío? –se quejaba en sus éxtasis–.<br />
¿Por qué no inmediatamente?”. Fue tan insistente que el Señor<br />
debió reprocharle su premura. “Por más que yo tuviese el deseo<br />
ardiente de comer la Pascua con mis discípulos –le dijo–, esperé la<br />
hora de mi Padre. Tú también espera con paciencia la hora de unirte<br />
a mí totalmente”».<br />
Mas Catalina no se limitó a esperar el gozo terminal.<br />
Con el correr del tiempo, se fue polarizando cada vez<br />
más en Dios, de modo que su inteligencia, su corazón,<br />
su memoria no iban teniendo otro objeto que no fuese<br />
Dios y lo que es de Dios. Escribe Jörgensen:<br />
«En Dios solamente se acuerda de sí y de los demás, como el que<br />
se sumerge en el mar y nada bajo las aguas sólo ve y siente el agua<br />
que le rodea y encierra. Fuera de esa agua, nada ve, nada siente, nada<br />
toca; no puede ver los objetos exteriores más que a través del agua,<br />
no de otro modo».<br />
Las levitaciones que a veces la acompañaban en la oración<br />
no eran sino una especie de símbolo de la gravitación<br />
que Dios ejercía sobre ella, como si allí actuase una<br />
ley de la gravedad invertida. Así leemos en el Diálogo:<br />
«Frecuentemente, en razón de la plenitud de su unión con Dios,<br />
el cuerpo se levanta de la tierra, como si se hubiese aligerado. No ha<br />
perdido, sin embargo, nada de su peso; pero como la unión que el<br />
alma ha contraído con Dios es más perfecta que la unión existente<br />
entre el alma y el cuerpo, la fuerza del espíritu fijo en Dios levanta<br />
de la tierra el peso del cuerpo».<br />
Diversos autores han destacado el carácter poético de<br />
la espiritualidad cateriniana, en estrecha conexión con su<br />
vuelo místico. Un discípulo suyo escribió:<br />
«Un día nuestra Mamma se llenó de entusiasmo a la vista de un<br />
prado lleno de florecillas deslumbradoras y exclamó: ¿No veis que<br />
todas las cosas alaban al Señor y nos hablan de él? Esas flores rojas<br />
nos recuerdan las llagas sangrientas de Jesucristo».<br />
Al estilo de Francisco de Asís, Catalina tenía algo de<br />
juglar, si bien su don poético era quizás más intelectual<br />
que el de Francisco. Sus imágenes se nos muestran riquísimas,<br />
a veces no exentas de humor, como cuando<br />
califica al Breviario de «esposa del sacerdote», porque<br />
éste acostumbra a pasearse con él bajo el brazo. Cuando<br />
oía a los cuervos graznar: ¡cras, cras!, que en latín significa<br />
«mañana, mañana», los parangonaba con el perezoso,<br />
que siempre posterga sus propósitos. Asimismo comparaba<br />
el corazón con una lámpara, estrecha por abajo,<br />
ancha por arriba, estrecho cuando cede al egoísmo, pero<br />
amplio cuando se abre al amor de Dios. Refiriéndose a<br />
los herejes dice que ellos pretenden interpretar por sí<br />
solos las Escrituras, «pero las eternas verdades son como<br />
estrellas que se distinguen mejor desde las profundidades<br />
del pozo de la humildad». A aquellos de quienes decía<br />
San Pablo que «siempre están aprendiendo, sin jamás<br />
llegar al conocimiento de la verdad» (2 Tim 3, 7), los<br />
califica de «hojas que mueve el viento»; en el fondo, dice<br />
no son sino uomini da vento.