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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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conciencia de su nada.<br />

Claro que el solo pensamiento de la propia miseria no deja de ser<br />

peligroso. Como le dice a un corresponsal, en una de sus cartas:<br />

«Yo quiero que veas tu noser, tu negligencia y tu ignorancia; pero<br />

no quiero que los veas con tinieblas de confusión, sino con la luz de<br />

la infinita bondad de Dios, que debes encontrar en ti mismo. El<br />

demonio no quiere más que esto, que tú llegaras sólo al conocimiento<br />

de tus miserias, sin más condimento. Pero el conocimiento<br />

propio ha de ir siempre sazonado con la esperanza en la misericordia<br />

de Dios».<br />

Por otra parte, si ser humilde es anonadarse, o mejor,<br />

reconocer la nada original, ello no basta, ya que esa nada<br />

es mero vacío. Necesita llenarse de algo. O se llena con<br />

las cosas del mundo o se deja colmar por Dios. Quien<br />

pone su esperanza en las cosas finitas, vanas y transitorias,<br />

la pone en cosas que no son más que agua que<br />

corre incesantemente; «como ellas corre también el hombre,<br />

aunque a él le parezca que son las cosas creadas<br />

que ama las que fluyen, sin percatarse que es precisamente<br />

él quien corre incesantemente hacia el término de<br />

la muerte». La nada primordial, ahondada por el pecado,<br />

no se verá colmada, aunque el hombre posea el mundo<br />

entero. «No se puede saciar –le dice Dios, según se lee<br />

en el Diálogo–, porque ama cosas que son menos que<br />

él, ya que todas las cosas creadas han sido hechas por<br />

amor del hombre, para que le sirvan y no para que hagan<br />

de él su esclavo; el hombre me debe servir a mí, que soy<br />

su fin». En el fondo, le enseña el Señor, esos hombres<br />

empobrecen y matan su alma, son crueles consigo mismos,<br />

«le quitan la dignidad de lo infinito y le hacen finito;<br />

es decir, que su deseo, que debería estar unido a mí,<br />

que soy Bien infinito, lo une y lo pone, por afecto de<br />

amor, en la cosa finita».<br />

La humildad es la condición de acceso a la vocación<br />

divina del hombre, la base de todas las virtudes. Sólo ella<br />

nos defiende de la gran tentación, la del orgullo. ¿Cómo<br />

el orgullo hubiera podido hallar cabida en el alma de Catalina,<br />

convencida de que no era sino nada? ¿Cómo hubiera<br />

podido sentirse orgullosa de sus obras, cuando se<br />

sabía pecadora? Esa idea no fue una idea puramente cerebral<br />

sino un sentimiento vivísimo, de carácter intuitivo,<br />

tan propio de la inteligencia de una mujer, que necesita<br />

plasmar las ideas en imágenes.<br />

La misma Catalina, que no temió asomarse a su doble<br />

nada, la de su condición de creatura y la de su condición<br />

de pecadora, es la que desde ahora sólo se contentará<br />

con lo infinito. No en vano le había dicho el Señor: «Yo,<br />

que soy infinito, requiero obras infinitas, es decir, infinito<br />

afecto de amor. Pido que todas las obras, tanto las de<br />

la penitencia como los otros ejercicios corporales, sean<br />

empleadas a título de medios, y que no ocupen en el<br />

afecto el lugar principal. Si esto es lo que se ama por<br />

encima de todo, no se me ofrecen sino obras finitas». Por<br />

eso, a una persona tentada de pusilanimidad, la Santa le<br />

escribe: «Esta es la condición del alma: porque su ser<br />

infinito, desea de un modo infinito, y no se sacia jamás<br />

si no es uniéndose con lo infinito. Levántese, pues, el<br />

corazón con toda su fuerza a amar al que ama sin ser<br />

amado».<br />

II. El primado de la verdad<br />

Notable resulta, en los escritos de la Santa, su insistencia<br />

en el valor de la verdad. Ella misma se declararía<br />

discípula del Aquinate. En carta a fray Raimundo le dice:<br />

«Después que os fuisteis, he tomado lecciones, como<br />

durmiendo, con el glorioso evangelista Juan y con Tomás<br />

de Aquino». La doctrina tomista, con su aprecio de<br />

la verdad, no fue penetrando en ella por la lectura directa<br />

Santa Catalina de Siena<br />

43<br />

del Doctor Angélico sino por la enseñanza oral de los<br />

padres dominicos a quienes frecuentó.<br />

1. La inteligencia y la fe<br />

Para la mayor parte de la gente, incluidos no pocos<br />

<strong>cristianos</strong>, la fe no es sino una palabra vaga y vaporosa.<br />

Para Catalina era el acto de confianza más entero, un<br />

acto personal, de persona a persona, por el cual su alma<br />

se abandonaba a Dios sin reservas. El mismo Cristo se lo<br />

había dado a entender así el día de sus desposorios místicos.<br />

El matrimonio de Catalina con el Esposo divino fue<br />

un matrimonio en la fe, la consagración de su abandono<br />

incondicional en manos del Amado.<br />

Bien sabía ella que el acto de fe supone una previa<br />

catarsis, una superación de la luz natural, siempre brumosa<br />

y miope para las realidades sobrenaturales. En carta<br />

al papa Urbano VI le decía: «¿Quién conoce esta verdad?<br />

El alma que se ha quitado la nube del amor propio y<br />

tiene la pupila de la luz de la santísima fe en el ojo de su<br />

intelecto; con cuya luz, con el conocimiento de sí y de la<br />

bondad de Dios en sí, conoce esta verdad, y con el encendido<br />

deseo saborea su dulzura y suavidad». El desasimiento<br />

del mundo es lo que permite que «el ojo del<br />

intelecto» se active, penetrando en ese doble conocimiento,<br />

el de sí propio, el de la propia nada de que acabamos<br />

de hablar, y el de la bondad de Dios. Conocer a Dios y<br />

conocerse a sí, el ser de Dios y la nada de sí.<br />

En carta al rey de Francia le dice: «¿Quién nos arrebata<br />

esta verdadera y dulce luz? El amor propio que el hombre<br />

tiene por sí mismo, el cual es una nube que enturbia<br />

el ojo del intelecto, y cubre la pupila de la luz de la santísima<br />

fe». El hombre deberá desasirse del espejismo de<br />

las cosas visibles, de la bruma que se levanta de los pantanos<br />

del yo. Sólo entonces el ojo de la inteligencia se<br />

volverá límpido. En el Diálogo nos ha dejado un texto<br />

espléndido al respecto: «La fe –le dice el Señor– es la<br />

pupila del ojo de la inteligencia; su luz hace discernir,<br />

conocer y seguir el camino y la doctrina de mi verdad, el<br />

Verbo encarnado. Sin la pupila de la fe, nadie puede ver,<br />

del mismo modo que un hombre cuyos ojos tuvieran la<br />

pupila, por la cual el ojo ve, recubierta con un velo. La<br />

inteligencia es el ojo del alma, y la pupila de este ojo es la<br />

fe».<br />

A juicio de Jörgensen, para Catalina la fe es sencillamente<br />

la perfección del conocimiento. Recientemente el<br />

Papa se ha referido a ello en su encíclica Fides et ratio,<br />

al afirmar que la fe y la razón son las dos alas con que<br />

vuela la inteligencia humana. El hombre es incrédulo en<br />

el grado en que se enfrasca en las cosas de la tierra.<br />

Cuando vence el inmanentismo, la fe florece. Ha dejado<br />

de ser como los topos que viven recluidos en sus cuevas,<br />

sin haber sacado nunca la cabeza para contemplar<br />

los grandes espectáculos del orden sobrenatural.<br />

2. La fe y la caridad<br />

Catalina no olvida, por cierto, la importancia de la caridad.<br />

Sin ella, la fe sería reductible a algo meramente cerebral.<br />

«El amor sigue a la inteligencia, y cuanto más<br />

conoce más ama, y cuanto más ama, más conoce. Amor<br />

y conocimiento se nutren entre sí», leemos en el Diálogo.<br />

Por la caridad, el hombre se enamora de lo que cree.<br />

Y así, escribe, «el alma ve al Cordero de Dios, Verdad de<br />

Dios, enamorado, que le brinda doctrina de perfección,<br />

y en viéndola, el alma se enamora de ella».<br />

Pertenece nuestra Santa a una época en que predominaban<br />

las órdenes mendicantes, principalmente los dominicos<br />

y los franciscanos. Las dos cumbres intelectua-

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