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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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vasallo, cuando la razón estaba a su favor. Incluso de los<br />

pillos aceptaba recomendaciones.<br />

Particularmente apreciaba a uno de ellos, llamado Paja, medio<br />

pillo, medio bufón, porque entre los chistes mezclaba juiciosas<br />

advertencias. En relación con este hombre se cuenta que, después<br />

de la conquista de Sevilla y de ponerse orden en la ciudad, oyó Paja<br />

que el rey había resuelto, a instancia de los ricos, sacar de ella su<br />

corte. Pareciéndole que si Fernando obraba así cometería un grave<br />

error, le rogó que subiese con su séquito a una torre alta –¿quizás la<br />

Giralda?– para contemplar la belleza de la ciudad. Estando el rey en<br />

ella le dijo Paja: «Bien repara vuestra alteza en que se halla aquí la<br />

flor de sus reinos, y aun con todo esto no se reconoce la ciudad<br />

bastantemente poblada, pues ¿qué será si vuestra alteza la desampara<br />

y falta todo el séquito y concurso de su corte? Mirad, Señor,<br />

que en ninguna parte servís a Dios mejor que aquí, y que si una vez<br />

salís de esta ciudad quizás no podréis volver a dominarla sino con<br />

gran trabajo».<br />

A lo que respondió el rey: «Siempre oí decir, y ahora creo ser<br />

verdad, que de los locos salen a veces buenos consejos; y si yo no<br />

te creyere, Dios no me valga; y así te prometo que en toda mi vida<br />

no saldré de aquí, y que aquí será mi sepultura». Esta anécdota nos<br />

trae el recuerdo de aquella figura tan amada por el pueblo ruso, la de<br />

«los locos de Cristo», que aprovechando su aparente insania, se<br />

animaban a decir a todos verdades de a puño, incluido al mismo Zar,<br />

a quien nadie se hubiera atrevido a hablar con tanta desenvoltura.<br />

Junto con la prudencia resplandeció en San Fernando<br />

la virtud de la justicia. Perdonaba con facilidad los agravios<br />

que recibía, como se vio a los comienzos de su<br />

reinado, en que concedió un perdón general de todas las<br />

injurias que le habían hecho sus vasallos, y pudiendo<br />

vengarse de algunos de ellos, como por ejemplo de los<br />

condes de Lara y de otros señores que se le habían rebelado,<br />

no lo hizo, sino que los colmó de favores. Pero<br />

cuando la injusticia no era contra él, sino contra Dios,<br />

contra la Virgen, las viudas, o los pobres, su furor santo<br />

se encendía.<br />

Sin embargo aun esa justicia nunca se desvinculaba de<br />

la misericordia. Se ha dicho que Fernando tenía una justicia<br />

misericordiosa y una misericordia justiciera, porque<br />

castigaba con severidad a los rebeldes pero perdonaba<br />

con piedad a los arrepentidos. Jamás su espada se<br />

manchó con sangre de inocentes, y cuando se teñía con<br />

la de los culpables, su corazón sangraba. Al castigar como<br />

juez, no olvidaba que era padre.<br />

En la administración de la justicia se preocupaba particularmente<br />

de que los pobres no sufriesen de parte de<br />

los ricos. Entendía que la grandeza de los reyes consistía<br />

en ser el refugio de los inocentes y de los necesitados.<br />

Por eso, según señalamos antes, tenía siempre abierto<br />

el acceso a su palacio y fácilmente concedía audiencia<br />

a cuantos lo solicitaban, juzgando por sí mismo muchas<br />

veces las causas de los pobres.<br />

Como dice el P. Ribadeneira, «Fernando era ojos del<br />

ciego, pies del cojo, amparo de los huérfanos, remedio<br />

de las viudas, protección de los desvalidos, remedio de<br />

todos los necesitados, padre de sus vasallos, y rey de<br />

sus corazones, a los cuales cautivaba y rendía con la<br />

suave fuerza de su amor». Jamás dejó de dar limosna a<br />

los indigentes. Por eso a veces se le representó con el<br />

cetro en la mano izquierda y con la derecha repartiendo<br />

monedas a los pordioseros que lo rodean. Él fue quien<br />

introdujo la piadosa costumbre de lavar los pies a doce<br />

pobres el Jueves Santo.<br />

Esta inclinación le movió a no querer imponer nuevos<br />

tributos a sus vasallos, sobre todo a los que no eran<br />

pudientes, según algunos ministros se lo sugerían, so<br />

pretexto de que ello era necesario para financiar la guerra<br />

contra los moros. «Más temo las maldiciones de una<br />

viejecita pobre de mi reino que a todos los moros de<br />

África», decía.<br />

P. Alfredo Sáenz, S. J. – <strong>Arquetipos</strong> <strong>cristianos</strong><br />

36<br />

3. Un rey eutrapélico<br />

Una virtud predilecta por Fernando fue la eutrapelia.<br />

Contrariamente a lo que por lo general se cree, la Edad<br />

Media, época en que vivió nuestro santo, no fue una época<br />

tristona, sino bullanguera y bohemia. Con la aparición de<br />

las primeras universidades comenzaron a pulular los estudiantes<br />

ligeros y vagabundos, así como los simpáticos<br />

juglares, que iban de castillo en castillo, de convento en<br />

convento. Fernando estuvo lejos de ser un santo tenso,<br />

estirado. Su hijo Alfonso así lo describe:<br />

«Fue muy fermoso ome de color, en todo el cuerpo et apuesto en<br />

ser bien faccionado... et sabía bien bofordar, et alancear, et tomar<br />

armas, et armarse bien et mucho apuestamente. Era muy sabidor de<br />

cazar, otrosí de jugar tablas, escaques et otros juegos buenos de<br />

buenas maneras, et pagándose de omes cantadores, et sabiéndolo él<br />

facer. Et otrosí pagándose de omes de corte, que sabían bien de<br />

trobar e cantar, et de joglares que supiesen bien tocar estrumentos, ca<br />

desto se pagaba él mucho, et entendía quien lo facía bien y quien no».<br />

Era Fernando un hombre de porte elegante, mesurado<br />

en el andar, gran conversador, sumamente ameno en los<br />

ratos de esparcimiento. Muy apuesto jinete, se lo veía<br />

diestro en los torneos de a caballo y en el arte de la caza.<br />

Jugaba con habilidad a las damas, el ajedrez y otros juegos<br />

de salón.<br />

Gustaba particularmente de la buena música, al tiempo<br />

que sabía cantar con gracia. Parece que en su corte la<br />

música alcanzó un nivel semejante a la parisiense de su<br />

primo San Luis, que mereció tantas alabanzas en esa<br />

materia. Amigo de trovadores, se le atribuyen diversas<br />

canciones, especialmente una dedicada a la Santísima<br />

Virgen. Sin duda que dicho talento debió haber influido<br />

no poco en la educación que dio a su hijo Alfonso, quien<br />

no sólo dominó el castellano, sino también el gallego,<br />

idioma que por su melódica pronunciación reservó para<br />

sus cantigas, como se llamaban aquellas composiciones<br />

poéticas que podían ser cantadas.<br />

Famosas son las Cantigas de Nuestra Señora, antología<br />

mariana recopilada por Alfonso, autor, quizás, de algunas<br />

de las que allí se contienen. Todo ello supone en<br />

Fernando una especial afición por las bellas artes, en<br />

todas sus formas. El naciente estilo gótico le debe en<br />

España sus mejores catedrales. Bien ha dicho el mismo<br />

Alfonso, refiriéndose a las cualidades de su padre, que<br />

«todas estas vertudes, et gracias, et bondades puso Dios<br />

en el Rey Fernando».<br />

A género superior de elegancia pertenece lo que, como<br />

de paso, nos cuenta también su hijo: cuando Fernando<br />

iba a caballo con su séquito, por los caminos de España,<br />

y se topaba con gente de a pie, se hacía a un lado para<br />

que el polvo no molestara a los caminantes. Esta escena<br />

tan delicada resulta deliciosa como soporte cultural humano<br />

de un guerrero tan destacado.<br />

4. Su colaboración con la Iglesia<br />

San Fernando fue un rey santo, al estilo de los reyes<br />

medievales, que comprendían su realeza como un<br />

vicariato de Dios en favor de su pueblo, en «la unión<br />

más estrecha con la Iglesia». No es que se dejara manejar<br />

por los prelados en las cosas que correspondían a su<br />

jurisdicción, donde se mostraba señorialmente independiente.<br />

Pero dado que los suyos eran al mismo tiempo<br />

súbditos de él y de la Iglesia, veía la necesidad de unir su<br />

cetro al báculo episcopal, su espada a la cruz de Cristo,<br />

soporte espiritual de su gestión en el orden temporal.<br />

Aconsejándole algunos de los suyos, durante el sitio de<br />

Sevilla, que se valiese de una parte de las rentas eclesiásticas,<br />

pues se hallaba tan falto de dinero, la necesidad era<br />

tan grande y la causa tan justa, respondió así: «De los

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