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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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quel! Recibiré gustoso los dardos agudos de las lenguas maledicentes<br />

y las flechas envenenadas de los labios blasfemos, a fin de impedir<br />

que lleguen a Él. Consiento de buena gana en verme deshonrado,<br />

con tal de que no se toque a la honra de Dios».<br />

Pero el pensamiento profundo del santo incluye otro<br />

aspecto, más positivo. Dios no tiene necesidad del socorro<br />

de los hombres; de lo que tiene sed es de sus almas.<br />

Si la patria terrestre de su Encarnación es amenazada<br />

por los infieles, si cae incluso en sus manos, en última<br />

instancia es Él quien lo permite. «Le bastaría mandar<br />

doce legiones de ángeles o decir solamente una palabra y<br />

la Palestina sería liberada». Si invita a defenderla, es por<br />

misericordia, para permitirnos mostrarle nuestro afecto.<br />

Muchas veces acontece que las mejores obras de Dios<br />

se echan a perder por las imprudencias, pasiones, errores<br />

y culpas de los hombres. En lo que toca a los Cruzados<br />

nobles y generosos, lo importante fue la lucha, el<br />

servicio desinteresado de Dios, más que la victoria, que no<br />

siempre estuvo en sus manos alcanzar.<br />

Dando por terminado este penoso asunto, destaquemos<br />

el espíritu caballeresco de San Bernardo, un hombre<br />

de la misma pasta que Godofredo de Bouillon o el<br />

Cid Campeador. El cristianismo que predicó fue enérgico,<br />

conquistador y casi castrense. Su mismo modo de<br />

dirigirse a la Santísima Virgen, llamándola «Nuestra Señora»,<br />

brota del lenguaje caballeresco; se consideró como<br />

el caballero de la Virgen y la sirvió como a la dama de<br />

sus sueños.<br />

San Bernardo trató de dar forma institucional a su concepción<br />

del cristianismo, imaginando una Orden religiosa<br />

que la encarnara. Tal fue la Orden del Temple, orden<br />

militar y caballeresca, cuya misión sería la defensa de<br />

Tierra Santa contra los ataques de los infieles. Para ellos<br />

hizo redactar estatutos adecuados y escribió aquel Elogio<br />

de la nueva milicia, donde exalta el ideal del caballero<br />

cristiano enamorado de Jesucristo y de la tierra en<br />

que vivió Nuestro Señor. Los templarios eligieron un<br />

hábito blanco, como los monjes del Cister –la gran cruz<br />

roja fue un añadido posterior–. En la concepción de Bernardo<br />

la caballería habría así hallado su expresión más<br />

acabada en aquellos hombres que unían el espíritu de fe<br />

y de caridad, propio de la vida religiosa, con el ejercicio<br />

de la milicia en grado heroico. Algo parecido a lo que era<br />

él: un monje- caballero. En carta a un amigo que llevaba<br />

su mismo nombre, Bernardo, prior de la Cartuja, se llama<br />

a sí mismo la quimera del siglo –mitad-monje, mitadcaballero–.<br />

Pero ya se conoce lo que sucedió con la Orden del<br />

Temple, o mejor, lo que de ella se dice, es a saber, que<br />

con el tiempo se fue mercantilizando, entrando en transacciones<br />

financieras, no siempre por encima de toda<br />

sospecha. Así se degradan las cosas más nobles. Sin<br />

embargo, hay demasiados misterios en este asunto para<br />

que pueda hacerse de ello un juicio imparcial. No deja de<br />

ser sintomático que fuera Felipe el Hermoso, uno de los<br />

grandes rebeldes de la Edad Media contra la supremacía<br />

de la autoridad espiritual, quien proclamara el acta de<br />

defunción de aquella milicia de Cristo, como la había<br />

llamado San Bernardo. Guénon lo ha advertido en su<br />

libro sobre el santo:<br />

«El que dio los primeros golpes al edificio grandioso<br />

de la Cristiandad medieval fue Felipe el Hermoso –escribe–,<br />

el mismo que, por una coincidencia que no tiene sin<br />

duda nada de fortuito, destruyó la Orden del Temple, atacando<br />

con, ello directamente la obra misma de San Bernardo».<br />

Señala Daniel-Rops que tanto la Orden del Temple como<br />

el ciclo literario de la busca del Santo Grial ocuparon un<br />

P. Alfredo Sáenz, S. J. – <strong>Arquetipos</strong> <strong>cristianos</strong><br />

26<br />

lugar considerable en la leyenda áurea que se formó en<br />

tomo a la figura de San Bernardo, apenas éste hubo muerto.<br />

Los caballeros del Grial, puros, desprendidos, y a la<br />

vez heroicos, no parecen sino la expresión literaria de la<br />

nueva milicia esbozada por Bernardo. El poema del alemán<br />

Wolfram von Eschenbach, en la parte que empalma<br />

con la obra del poeta francés Guyot, hace de Parsifal el<br />

rey de los templarios. Y no son pocos los comentaristas<br />

que se han preguntado si el paradigma de Galaad, el caballero<br />

ideal, el paladín sin tacha, no habrá sido el propio<br />

Bernardo de Claraval. Monje y caballero.<br />

«Hecho monje –escribe Guénon–, seguira siendo siempre caballero<br />

como lo eran todos los de su raza; y, por lo mismo, se puede<br />

decir que estaba en cierta manera predestinado a jugar, como lo<br />

hizo en tantas circunstancias, el rol de intermediario, de conciliador<br />

y de árbitro entre el poder religioso y el poder político, porque<br />

había en su persona como una participación en la naturaleza del<br />

uno y del otro».<br />

3. Contemplación y acción<br />

o el eje de la rueda<br />

¿Qué fue al fin y al cabo San Bernardo: un hombre de<br />

acción o un místico? A decir verdad –como afirma Jean<br />

Leclercq– fue simultáneamente místico y hombre de acción,<br />

o mejor, fue hombre de acción por ser místico. Al<br />

mismo tiempo que se involucra en muchos de los conflictos<br />

y problemas de su tiempo, ejerciendo un indudable<br />

influjo en ambientes muy diversos, pronuncia ante<br />

su comunidad los espléndidos sermones sobre el Cantar<br />

de los Cantares, exactamente como si hubiese pasado su<br />

vida no haciendo otra cosa que meditar la palabra de<br />

Dios. Pareciera que hubiese en él dos hombres, pero ello<br />

es sólo una apariencia; el verdadero Bernardo, el que<br />

sostiene al otro, es el predicador del Cantar. El abad, el<br />

reformador, el consejero, el pacificador, el taumaturgo<br />

incluso, reciben su animación del contemplativo extático.<br />

Los historiadores hablan mucho de los viajes de Bernardo,<br />

porque los documentos contemporáneos dan detallada<br />

cuenta de sus desplazamientos. Pero su itinerario<br />

espiritual es mucho más importante que el otro, al tiempo<br />

que lo explica. Los períodos en que puede residir en<br />

Claraval son densos en experiencia de Dios. Bernardo<br />

prolonga esa experiencia cuando el amor del prójimo lo<br />

fuerza a abandonar su clausura.<br />

«Se mezcla en la acción –escribe Leclercq–, pero no abandona su<br />

contemplación; ha recibido el don de conciliarlas de otra manera<br />

que por la alternancia: por la fusión de la una en la otra; en él, el<br />

conflicto que opone la acción y la contemplación en tantos hombres<br />

de Dios es resuelto por Dios sobre un plano superior al de la<br />

psicología humana. Por eso, sin duda, Bernardo se queja menos que<br />

muchos otros de este desgarramiento que los divide entre los dos<br />

campos sucesivos donde su actividad se ejerce: él no está dividido,<br />

conserva la unidad de espíritu. No hay separación entre su acción<br />

y su contemplación, no hay ni siquiera paso de la una a la otra; él se<br />

entrega al mismo tiempo a esas dos formas de actividad espiritual<br />

que se conjugan en Dios: la que consiste en contemplar, la que<br />

consiste en servir a Dios en el hombre. Cuando obra, Bernardo<br />

contempla, y sabemos que en sus viajes permanece absorto totalmente<br />

en su visión interior de Dios. Cuando contempla, extrae de<br />

su unión a Dios el alimento de su acción y la materia de su predicación...<br />

«Arrebatado a veces a la vida contemplativa, Bernardo no lo es<br />

jamás a la contemplación; cuando Dios lo aparta de su monasterio,<br />

le deja el modo de llevar con él su soledad y su contemplación.<br />

Bernardo es este hombre perfecto, que puede, al mismo tiempo,<br />

realizar lo que en otros es sucesivo... El sabe que la más útil de las<br />

obras en las que se destaca es la actividad de la oración. La acción y<br />

la contemplación, igualmente necesarias, son dos formas de caridad;<br />

pero la más alta es la contemplación: es la única que vale que<br />

se la busque por sí misma; la otra no es fecunda sino por ella... Pero<br />

en realidad, concibe estas dos formas de unión a Dios como

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