Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
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Tratábase de una práctica normal en la época, que figuraba<br />
en las legislaciones de todos los países.<br />
Las sentencias eran diversas, según que el acusado<br />
hubiese reconocido o no su culpa y hubiera pedido perdón<br />
por ella. Si así lo hacía, las penas oscilaban entre<br />
cadena perpetua, confiscación de bienes, portación del<br />
«sambenito» –palabra que viene de «saco bendito», y<br />
era una especie de escapulario que se les ponía a los<br />
penitentes reconciliados–, o también otras penas menos<br />
graves. Pero si el acusado mantenía su negativa, a pesar<br />
de haberse demostrado su culpabilidad en el proceso,<br />
entonces era entregado al brazo secular que generalmente<br />
lo condenaba a la pena de muerte, ya que tal era el castigo<br />
que el derecho penal común imponía a los condenados<br />
por herejía.<br />
Uno de los miembros que Sixto IV nombró para el<br />
Tribunal de la Inquisición fue el famoso dominico Tomás<br />
de Torquemada, nombre que sería considerado durante<br />
siglos como sinónimo de crueldad. Cuando recibió<br />
dicho nombramiento ocupaba el cargo de prior del convento<br />
dominicano de Segovia. Tenía 63 años, y era un<br />
religioso ejemplar, desinteresado y muy estudioso.<br />
Le debemos a T. Walsh una serena semblanza de su<br />
persona. Más estricto consigo mismo que con los otros,<br />
dice, dormía sobre una tabla desnuda; era valiente e incorruptible.<br />
Se le había ofrecido un obispado, pero lo<br />
rechazó. Aceptó el cargo de Inquisidor como un penoso<br />
deber, porque estaba convencido de que sólo la Inquisición<br />
podía mantener la unidad católica de su patria, evitando<br />
sobre todo que los judíos encubiertos destruyeran<br />
la religión y la civilización en España. En Segovia había<br />
conocido a muchos judíos que se burlaban abiertamente<br />
de las verdades de nuestra fe, especialmente de Cristo<br />
crucificado.<br />
Dos papas, Sixto IV y Alejandro VI, ponderarían su<br />
celo y sabiduría. Torquemada trató de que los tribunales<br />
a su cargo se mostraran indulgentes; se preocupó porque<br />
las prisiones fuesen limpias, y de hecho lo fueron<br />
más que en el resto de Europa. Según el P. Llorca, conocido<br />
historiador contemporáneo, mientras él estuvo a<br />
cargo del Tribunal, nunca se aplicó la tortura a los acusados.<br />
Señala Walsh que si se comparan los juicios de<br />
Torquemada con los entablados por alta traición en Inglaterra<br />
durante la época de Enrique VII, Enrique VIII y<br />
la reina Isabel, la ventaja está del lado de la Inquisición.<br />
En los últimos 23 años del gobierno de Isabel la Católica,<br />
cien mil personas fueron sometidas a juicio, de las<br />
cuales aproximadamente el dos por ciento, o sea dos mil<br />
personas, resultaron condenadas a muerte, y esto, no<br />
sólo incluyendo a los herejes sino a los bígamos, blasfemos,<br />
ladrones de iglesias, sacerdotes que se casaban<br />
engañando a las mujeres sobre su verdadero estado, empleados<br />
de la Inquisición que violaban a las prisioneras,<br />
etc.<br />
Es indudable que la Inquisición, al igual que cualquier<br />
tribunal humano, ha de haber cometido graves errores e<br />
injusticias objetivas; sin embargo, como afirmaba Joseph<br />
de Maistre, si debemos juzgar a una institución no sólo<br />
por los daños que ocasionó sino también por los que<br />
evitó, es preciso admitir que la Inquisición fue benéfica<br />
para España, porque durante su larga existencia salvó<br />
más vidas que las que destruyó. No solamente se libró<br />
España de las terribles guerras de religión, que costaron<br />
cientos de miles de vidas en las regiones donde imperó<br />
el protestantismo, sino que se vio libre, casi por completo,<br />
de los horrores de la quema de brujas, que causó<br />
Isabel la Católica<br />
75<br />
100.000 víctimas en Alemania y 30.000 en Inglaterra.<br />
Por otro lado, abundaron los inquisidores virtuosos.<br />
Uno de ellos, Pedro de Arbués, fue asesinado en 1485,<br />
mientras rezaba el Oficio Divino en la catedral de Zaragoza.<br />
Murió exclamando: «Loado sea Jesucristo, que yo<br />
muero por su santa fe». Fernando e Isabel hicieron erigir<br />
su estatua sobre la tumba donde reposan sus restos. La<br />
Iglesia lo canonizó como mártir.<br />
En la actualidad se hace dificil hablar de la Inquisición.<br />
Y por lo general la gente experimenta un rechazo casi instintivo<br />
cuando de ella se trata. En cambio, en aquellos tiempos,<br />
por las razones que apuntamos anteriormente, la<br />
opinión pública le era ampliamente favorable. Los cronistas<br />
de la época la consideraban como algo natural. La<br />
Reina misma juzgaba que era un instrumento imprescindible<br />
para la salvación de su patria y, lejos de avergonzarse,<br />
se refería siempre a ella con orgullo. Grande sería su<br />
asombro, dice Walsh, si hubiera vislumbrado que en épocas<br />
futuras la gente llegaría a acusarla de haber provocado<br />
con ella la decadencia cultural de España.<br />
Porque la vida intelectual de dicha nación nunca, se<br />
mostró más esplendorosa que durante el siglo que siguió<br />
a la instalación del Santo Oficio. Fue el período en que se<br />
fundaron excelentes colegios y universidades, donde acudían<br />
numerosos estudiantes extranjeros, siempre bien recibidos;<br />
fue el período en que las diversas ciencias progresaron<br />
como pocas veces sucedería en España, confiriéndole<br />
un enorme prestigio en el extranjero; fue el Siglo<br />
de Oro de sus literatos, con sus tres grandes escritores:<br />
Cervantes, Lope y Calderón; fue el siglo durante el cual<br />
España pasó a ser la cabeza de un inmenso Imperio que<br />
hizo sombra a toda Europa. Sería, por cierto, ridículo<br />
atribuir esos resultados a la Inquisición, concluye Walsh.<br />
Pero la Inquisición no evitó que se produjeran, e hizo<br />
posible la unidad política que permitió a la nueva nación<br />
sacar partido de las oportunidades.<br />
X. Isabel y la reforma católica<br />
Los Reyes Católicos no se preocuparon tan sólo de<br />
extirpar el error sino también, y sobre todo, de coadyuvar<br />
a la reforma y purificación de la Iglesia. Para el logro<br />
de semejante proyecto, juzgaron esencial que España<br />
pudiera contar con un grupo de excelentes obispos, dotados<br />
de lucidez y de coraje, capaces de impulsar la restauración<br />
moral de la sociedad. Y así en orden al nombramiento<br />
de los mismos, consideraron idónea una doble práctica,<br />
es a saber, de presentación en los antiguos reinos y de<br />
patronato en los nuevos. La otra alternativa, dejar a la<br />
Sede de Roma plena libertad en los nombramientos, resultaba<br />
altamente peligrosa, ya que con frecuencia se<br />
optaba desde allí por hijos o nietos de Cardenales, o por<br />
funcionarios de la Curia Romana que ni siquiera interesaban<br />
por conocer el lugar al que habían sido asignados, o<br />
por eclesiásticos que sólo buscaban comodidades y provechos<br />
temporales.<br />
El empeño que Isabel puso en este asunto era, como<br />
es obvio, por razones básicamente religiosas. En orden a<br />
concretar dicho proyecto, tenía siempre a su alcance un<br />
cuaderno donde escribía cuidadosamente los nombres<br />
de los sacerdotes de mayor cultura, honestidad y méritos;<br />
en base a dicho listado, iba presentando y cubriendo los<br />
diversos cargos de las diócesis.<br />
Preocupóse asimismo de la reforma de los religiosos.<br />
Eran muchos los monasterios relajados que era preciso<br />
reformar. Isabel comenzó apoyándose en algunos conventos<br />
que ya vivían fervorosamente, como el de los<br />
observantes de San Benito de Valladolid y los de la Orden