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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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Jean Leclercq, St. Bernard et l’esprit cistercien, Seuil, Paris,<br />

1966.<br />

René Guénon, Saint Bernard, 4ª ed., Ed. Traditionelles, Paris,<br />

1973.<br />

A San Bernardo<br />

P. Alfredo Sáenz, S. J. – <strong>Arquetipos</strong> <strong>cristianos</strong><br />

«L’amore che muove il sole e l’altre stelle»<br />

Dante<br />

Entre el, lirio y el hierro, sus primicias<br />

entregadas a sacras potestades,<br />

ciñó palabra para armar verdades<br />

y dio su espada por nombrar milicias.<br />

El lirio era su voz enarbolada,<br />

el hierro su armadura de eremita,<br />

monje silente que en la paz medita<br />

y caballero fiel en la Cruzada.<br />

Por el atrio de Vézelay traía<br />

la Pascua su vigilia de martirio,<br />

bajo la lumbre mística del Cirio<br />

su verbo se hizo arenga y teología.<br />

Hábito blanco y clámide, bermeja,<br />

predicaba en lejanas latitudes,<br />

convirtiendo a su paso multitudes,<br />

y vuelto al fin al claustro y a la reja.<br />

Ya citarista de Nuestra Señora<br />

–su bienamada impar Virgen María–<br />

en laudes repentinos de la aurora<br />

la contempló «clemente, dulce, pía...»<br />

La tierra que tu prédica hizo hóspita<br />

para la Fe y los santos solitarios,<br />

hoy está yerma, con dolor de erial.<br />

Mas con tu gracia no sería inhóspita,<br />

y otras nuevas legiones de templarios<br />

lanzarías en busca del Grial.<br />

Bernardo, por la Cruz en que confías,<br />

ven a nosotros, vente a batallar.<br />

Que Abelardo renueva sus porfías<br />

y hay un Santo Sepulcro por librar.<br />

Antonio Caponnetto<br />

28<br />

3<br />

San Fernando<br />

La estampa de San Fernando se destaca con relevancia<br />

en el marco del glorioso siglo XIII, el siglo de oro de<br />

la Cristiandad, que cobijó a personajes como San Alberto<br />

Magno, Santo Tomás, San Buenaventura, San Luis, y<br />

tantos otros. Su figura, señera en la política de España,<br />

es sólo comparable con la de Isabel la Católica.<br />

Cuando nace Fernando, la Iglesia estaba gobernada por<br />

Inocencio III, uno de los Papas más insignes de todos<br />

los tiempos, que concebía a Europa como un conglomerado<br />

de pueblos –la Cristiandad– bajo su tutela espiritual.<br />

«Un papa demasiado joven», se murmuró en Roma al<br />

ser elegido, en 1198. Tenía entonces 38 años. Pero empuñó<br />

el timón de la Iglesia con magnanimidad y señorío,<br />

no sujetándose a nada mundano, plenamente consciente<br />

de representar como vicario nada menos que al mismo<br />

Jesucristo, el Señor, el Emperador supremo. Fue durante<br />

su pontificado cuando emergieron las dos grandes Órdenes<br />

mendicantes que dieron un nuevo giro al curso de<br />

la historia, la iniciada por Francisco de Asís, y la fundada<br />

por Domingo de Guzmán.<br />

Esplendoroso, por cierto, aquel siglo XIII, el siglo de<br />

las Cruzadas, de las Catedrales, de las Universidades, de<br />

las Sumas. El siglo de Fernando.<br />

I. De hijo de Doña Berenguela<br />

a Rey de Castilla<br />

No se conoce con exactitud la fecha de su nacimiento.<br />

Según las crónicas de la época, su madre, mujer de Alfonso<br />

IX, lo habría dado a luz en pleno monte, entre<br />

Zamora y Salamanca. Durante aquellos tiempos tan andariegos,<br />

la corte se trasladaba con frecuencia de un<br />

lugar a otro. En el transcurso de alguna de aquellas mudanzas<br />

vio la luz nuestro Santo. Hay quienes dicen que<br />

en 1198, pero lo más seguro es que fue en 1201. Probablemente<br />

la comitiva debió aminorar su marcha cuando<br />

doña Berenguela, en razón de su gestación ya avanzada,<br />

estaba por dar a luz a su hijo Fernando.<br />

1. Sus primeros años<br />

Los años iniciales de su vida quedan en la penumbra<br />

de la historia. Al parecer, transcurrió su primera infancia<br />

en Galicia, mientras Berenguela aún era reina de León.<br />

Pronto se mudó a Castilla, con su madre y sus hermanos,<br />

permaneciendo en la corte castellana. Allí aprendió<br />

los rudimentos de un idioma que comenzaba a abrirse<br />

paso como lengua literaria. Recordemos que fue precisamente<br />

en aquellos tiempos cuando nacerían las lenguas<br />

romances, así llamadas por su proveniencia común<br />

del romano o latín.

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