Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
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Esta tendencia inicial de su alma culminaría luego, ya<br />
como religiosa, en sus admirables arrobamientos místicos.<br />
A veces, cuando conversaba con otro, y éste le<br />
nombraba a Dios, fácilmente entraba en trance. Debía<br />
dominarse para proseguir la conversación. Naturalmente<br />
esto le sucedía con más frecuencia durante la oración.<br />
Una vez, mientras recitaba el Oficio Divino, sintió que<br />
se levantaba por el aire, e inmediatamente se tiró de bruces<br />
al suelo. En otra ocasión, empezó a elevarse durante<br />
un sermón, extasiada por lo que oía decir al predicador;<br />
sus religiosas, cumpliendo las instrucciones que previamente<br />
les había dado para una coyuntura semejante, le<br />
tiraban del hábito, sujetándola para que permaneciese en<br />
tierra. Otra vez, mientras esperaba su turno de recibir la<br />
comunión, debió aferrarse a las barras del comulgatorio<br />
para no elevarse. Esto, al mismo tiempo que le producía<br />
un gozo casi infinito, la hacía sufrir, porque le dificultaba<br />
el trato con los demás. Así le escribía a su hermano<br />
Lorenzo, que por aquel entonces vivía en Quito, Ecuador:<br />
«Me han tornado los arrobamientos y hanme dado pena, porque<br />
es –cuando han sido algunas veces– en público, y así me ha acaecido<br />
en maitines. Ni basta resistir, ni se puede disimular. Quedo tan<br />
corridísima que me querría meter no sé dónde. Harto ruego a Dios<br />
se me quite esto en público; pídaselo vuestra merced que trae<br />
hartos inconvenientes y no me parece es más oración. Ando estos<br />
días como un borracho, en parte».<br />
Nos impresiona esta polarización de toda ella en Dios.<br />
Aun en medio de su actividad fundacional, cuando estaba<br />
estableciendo los nuevos monasterios de su Orden,<br />
fácilmente entraba en raptos de éxtasis. Se nos cuenta<br />
que en cierta ocasión una monjita compañera suya cantó<br />
una sencilla copla: «Véante mis ojos, / dulce Jesús bueno;<br />
/ véante mis ojos, / muérame yo luego».<br />
Al oírla Teresa, impresionada, quedó yerta y como sin<br />
vida, sintiendo al mismo tiempo una alegría enorme y un<br />
gran dolor por la lejanía de Jesús. Confesaría luego que<br />
hasta entonces no había entendido lo que era la angustia.<br />
Y como resultado de dicha experiencia, escribió esa célebre<br />
poesía suya que comienza: «Vivo sin vivir en mí / y<br />
tan alta vida espero / que muero porque no muero».<br />
Teresa estaba entusiasmada, no en el sentido psicológico<br />
de la palabra sino en su sentido originario, que supera<br />
lo psicológico, entheos, endiosada, polarizada en<br />
Dios. Todo lo veía desde Dios y hacia Dios. Ella fue, por<br />
así decirlo, una suerte de encarnación del primer mandamiento:<br />
el amor de Dios era para ella el todo, ese amor<br />
total de Dios que no se contenta con que lo amemos más<br />
o menos, un poquito, con algo de nuestro ser, sino que<br />
exige la totalidad: amarlo con todo el corazón, con toda<br />
el alma, con todas las fuerzas.<br />
Sería vano atormentar el espíritu para determinar el<br />
sentido específico de cada una de estas palabras: corazón,<br />
alma, fuerzas. Lo que se quiere decir es que, siendo<br />
el lenguaje humano demasiado endeble para explicar lo<br />
que debe ser nuestro amor a Dios, el mismo Señor se ha<br />
encargado de juntar todas las redundancias para hacemos<br />
entender que ya no le queda al hombre nada que<br />
pueda reservarse para sí, sino que todo lo que tiene de<br />
amor y de fuerza para amar debe dirigirlo a El. Así lo<br />
amaba Teresa, con un amor totalizante. «Sólo Dios basta»,<br />
«todo es nada», decía, porque para ella el mundo<br />
entero era una pamplina en comparación con el Señor<br />
amado.<br />
En su autobiografía, la santa nos dejó relatada una de<br />
las mercedes más eximias que Dios le hiciera en el curso<br />
de su vida: Se le apareció un ángel con una flecha de oro<br />
P. Alfredo Sáenz, S. J. – <strong>Arquetipos</strong> <strong>cristianos</strong><br />
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en las manos, y al cabo de la flecha un poco de fuego. El<br />
ángel le hundió el dardo varias veces en su corazón, hasta<br />
las entrañas;<br />
«al sacarla –dice–, me parecía que la llevaba consigo y me dejaba<br />
toda abrasada en amor grande de Dios. Era tan grande el dolor que<br />
me hacía dar aquellos quejidos y tan excesiva la suavidad que me<br />
pone este grandísimo dolor, que no hay que desear que se quite, ni<br />
se contenta el alma con menos que Dios... Es un requiebro tan<br />
suave que pasa entre el alma y Dios, que suplico yo a su bondad lo<br />
dé a gustar a quien pensare que miento». Después de su muerte se<br />
notó que en el centro de su corazón había una hendidura, como<br />
traspasado por una flecha. Hoy ese corazón se conserva íntegro e<br />
incorrupto en Alba de Tormes.<br />
Un dato interesante de la vida mística de Teresa es que<br />
con frecuencia sus arrobamientos le sobrevenían después<br />
de haber comulgado. Por eso enseñaba a sus monjas<br />
que se dispusieran lo mejor posible para recibir al<br />
Señor sacramentado. Les decía que después de comulgar,<br />
cerrasen los ojos del cuerpo y tratasen de abrir los<br />
del alma, mirando hacia el interior de sus corazones. Si<br />
obraban así, Cristo no se les presentaría disfrazado; deseándolo<br />
tanto, se les descubriría completamente. Resulta<br />
aleccionadora esta relación entre la Eucaristía y la<br />
mística. La unión eucarística, la fusión nupcial con Cristo,<br />
se revela como el fundamento de la unión mística, dos<br />
se hacen una carne. Una anécdota que tiene que ver con<br />
la Sagrada Eucaristía pinta a Teresa de cuerpo entero.<br />
En cierta ocasión, llegó a la ciudad de Medina del Campo<br />
para iniciar allí una fundación. Medina era, por aquel<br />
entonces, una ciudad comercial, pululando en sus calles<br />
mercaderes de Francia, Inglaterra, Países Bajos, muchos<br />
de ellos, sin duda, herejes. Teresa había recibido para<br />
esta fundación una casa bastante destartalada, y ordenó<br />
que se la reparase. Pero he aquí, pensó, que mientras se<br />
hacen estos arreglos, irremediablemente el Santísimo<br />
Sacramento, ya expuesto en uno de los cuartos, sería<br />
visto desde fuera.<br />
«¡Oh, válame Dios! Cuando yo vi a Su Majestad puesto en la<br />
calle, en tiempo tan peligroso como ahora estamos por estos luteranos,<br />
¡qué fue la congoja que vino a mi corazón!».<br />
Tanto se preocupó de que alguno, a su paso por allí,<br />
pudiera ofender de palabra o de hecho al Señor, que trataba<br />
de acompañarlo lo más posible. Incluso contrató a<br />
algunos hombres para que montaran guardia durante la<br />
noche. Pero aun eso fue poco. Temiendo que pudieran<br />
quedarse dormidos, ella misma vigilaba por una ventana,<br />
ya que había luna clara, nos dice, y podía ver bien a su<br />
Señor. Admirable delicadeza, que tanto contrasta con el<br />
poco respeto que hoy se muestra por las cosas sagradas<br />
y por el Santísimo Sacramento.<br />
Por tener el sentido de Dios y de Cristo, tuvo Teresa<br />
también el sentido del pecado. Ya que si bien es cierto<br />
que sus faltas fueron levísimas, como las veía a los ojos<br />
de Dios aparecían magnificadas, contrastando con El de<br />
manera repugnante.<br />
Una vez, nos dice, le pareció entender claramente «cómo se ven<br />
en Dios todas las cosas y cómo las tiene todas en Sí... Cosa espantosa<br />
me fue en tan breve espacio ver tantas cosas juntas aquí en<br />
este claro diamante, y lastimosísima cada vez que se me acuerda<br />
ver qué cosas tan feas se representaban en aquella limpieza de<br />
claridad, como eran mis pecados. Y es ansí que, cuando se me<br />
acuerda, yo no sé cómo lo puedo llevar; y ansí quedé entonces tan<br />
avergonzada que no sabía, me parece, adónde me meter».<br />
Santa Teresa es un testigo relevante de lo sobrenatural.<br />
Dios la invitó a seguirlo hasta la cumbre de la unión,<br />
y ella aceptó. Lo cual no significa que desde el comienzo<br />
quedara transformada. Para alcanzar la gloria de la resurrección,<br />
el sabor de lo eterno, el alma debe pasar por la<br />
angustia de Getsemaní en donde el mismo Dios parece<br />
abandonarla. También esto experimentó Teresa. Nuestra