Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
privilegiada en la abundancia de los monasterios<br />
contemplativos. ¡Cuánto necesita la Iglesia de los<br />
contemplativos! Siempre los ha necesitado, pero hoy más<br />
que nunca, con verdadera urgencia. Desde los días de<br />
Teresa, el número y la malicia de los enemigos de Dios y<br />
de Cristo han aumentado considerablemente. A los protestantes<br />
se han agregado los católicos que tratan de<br />
estar a la vez en la Ciudad de Dios y en la Ciudad del<br />
Mundo, bajo la bandera de Jerusalén y la de Babilonia.<br />
Teresa es arquetipo para los católicos de nuestro tiempo<br />
¿Alguna vez ha sido Nuestro Señor tan rudamente tratado<br />
por los hombres, por sus amigos, incluso, como lo<br />
es hoy? Puesto que tiene tantos enemigos y tantos falsos<br />
amigos, que al menos los contemplativos sean buenos,<br />
y muy buenos; puesto que tiene tantos adversarios,<br />
que sus defensores sean más valientes que nunca.<br />
2. Espíritu militante<br />
Santa Teresa anhelaba, es cierto, que sus monjas viviesen<br />
en el recogimiento del monasterio. Pero como<br />
esa vida escondida en Cristo las ponía, según dijimos,<br />
en especial comunión con la vida de la Iglesia, ella misma<br />
deseaba que sus monjas estuviesen al corriente de<br />
las pruebas, de las necesidades, de los sufrimientos de<br />
quienes militaban por la Iglesia. Quería que les doliese la<br />
Iglesia, y las heridas de sus guerreros, como en propia<br />
carne. Sin esto no serían las hijas del Carmelo, las hijas<br />
de Teresa, les faltaría aquello que, al decir de la santa, es<br />
«lo principal para que el Señor nos juntó en esta casa».<br />
Teresa es una santa con pasta de guerrera. Se sabía<br />
miembro de una Iglesia que no en vano ha gustado llamarse<br />
«militante». De ahí su exhortación: «Todos los<br />
que militais / debajo de esta bandera, / ya no durmais, no<br />
durmais, / pues que no hay paz en la tierra». De ningún<br />
modo hubiera aceptado religiosas que vegetasen en sus<br />
monasterios, que creyesen que porque no ha estallado la<br />
guerra reina la paz, confundiendo la paz de Cristo con la<br />
paz del mundo. La lucha interior que Teresa soñaba para<br />
sus carmelitas, la lucha por alcanzar la santidad, debía<br />
integrarse en la lucha universal y permanente de la Ciudad<br />
de Dios contra la ciudad del mundo.<br />
Una carmelita que renunciaba a la lucha, que huía de la<br />
cruz, a sus ojos había desertado, traicionando a su Esposo<br />
divino. La verdadera carmelita no teme, como Cristo,<br />
adelantarse hacia el Calvario, para enfrentar a Satanás,<br />
para encarnar en su propia existencia singular, la<br />
gran lucha teológica universal, ser como el campo de<br />
batalla donde se enfrentan con extrema energía Dios y<br />
Satanás. Santa Teresa no se cansaba de exhortar a las<br />
suyas a esa gran guerra santa:<br />
«Creed, hermanas, que los soldados de Cristo... no ven la hora de<br />
pelear»; «siempre estamos en guerra, y hasta haber victoria no ha<br />
de haber descuido»; «estando encerradas, peleamos por El»; «como<br />
soldados esforzados, sólo miremos a dónde va la bandera de nuestro<br />
Rey para seguir su voluntad». Y en expresión aún más vigorosa:<br />
«Pelead como fuertes hasta morir en la demanda, pues no estais<br />
aquí a otra cosa sino a pelear». Naturalmente que este espíritu de<br />
lucha no es fruto del odio, sino de la caridad, y de la caridad más<br />
intensa: «Mira que mientras más peleares, más mostrarás el amor<br />
que tienes a tu Dios y más te gozarás con tu Amado, con gozo y<br />
deleite que no puede tener fin».<br />
Nuestra santa concebía sus monasterios como los castillos<br />
de la resistencia frente al espíritu del mundo.<br />
«Viendo yo ya tan grandes males –dejó escrito– que fuerzas<br />
humanas no bastan a atajar este fuego... hame parecido que es<br />
menester como cuando los enemigos en tiempo de guerra han corrido<br />
toda la tierra y, viéndose el señor de ella perdido, se recoge a una<br />
ciudad, que hace muy bien fortalecer, y desde allí acaece algunas<br />
veces dar en los contrarios y ser tales los que están en el castillo,<br />
Santa Teresa de Jesús<br />
99<br />
como es gente escogida, que pueden más ellos a solas, que con<br />
mucho soldados, si eran cobardes, perdieron; y muchas veces se<br />
gana de esta manera victoria».<br />
La monja debe ser, dice la santa, como el alférez que,<br />
si bien no combate en el frente, no por eso deja de estar<br />
en gran peligro<br />
«y en lo interior debe trabajar más que todos; porque como lleva<br />
la bandera, no se puede defender y aunque la hagan pedazos no la ha<br />
de dejar de las manos. Así los contemplativos han de llevar levantada<br />
la bandera de la humildad y sufrir cuantos golpes les dieren sin<br />
dar ninguno, porque su oficio es padecer como Cristo, llevar en alto<br />
la cruz, no dejarla de las manos por peligros en que se vean, ni que<br />
vean en él flaqueza en padecer; para eso le dan tan honroso oficio.<br />
Mire lo que hace, porque si él deja la bandera, perderse ha la batalla».<br />
En un sermón que el cardenal Pie pronunciara en un<br />
monasterio de carmelitas, entre otras cosas les dijo, aludiendo<br />
al escudo de la Orden:<br />
«Es preciso que a través del velo virginal que cubre la cabeza de<br />
la carmelita, se vea salir un brazo, empuñando una espada desnuda,<br />
en cuya hoja resplandezcan estas palabras de Elías y de Teresa:<br />
Zelo zelatus sum pro Domino Deo exercituum, he ardido de celo por<br />
el Señor Dios de los ejércitos.».<br />
Frente al actual pacifismo, que hipócritamente proclama<br />
el mundo –la paz del mundo–, y que con frecuencia<br />
se introduce en la misma Iglesia, se yergue la figura<br />
combativa y militante de Teresa, la guerrera de Dios. El<br />
rehusarse a tener enemigos significa, lisa y llanamente,<br />
renunciar al Cristo que nos ha dicho: «Si a Mí me persiguieron,<br />
también a vosotros os perseguirán. No es el<br />
discípulo mayor que su Maestro. Si el mundo os odia<br />
sabed que primero me odió a Mí».<br />
La carmelita, tal como la soñó Santa Teresa, anhela ser<br />
la más odiada del mundo, la despreciada, la burlada, la<br />
considerada zángano de la sociedad. ¡Temibles estas carmelitas!<br />
Si el mundo –el mundo mundano–supiera quiénes<br />
son en verdad, cuál es su papel en esta lucha cósmica<br />
que va del Génesis al Apocalipsis, sabría ver en ellas a<br />
sus enemigos más temibles.<br />
Un día Stalin preguntó irónicamente con cuántas divisiones<br />
de ejército contaba el Papa. He ahí las carmelitas,<br />
podía haber respondido el Papa, he ahí las mejores divisiones<br />
de la Iglesia, decididos guerreros se esconden tras<br />
el humilde velo de las monjas de Teresa. Hay que aprovechar<br />
que la estulticia del mundo haya llegado al extremo<br />
de ignorar dónde están sus peores enemigos.<br />
Fue Joseph de Maistre, ese gran luchador del siglo<br />
pasado, quien en una de sus obras ubicó a Santa Teresa<br />
entre «los grandes hombres» de la historia. Quizás no se<br />
daba cuenta de que, hablando así, empleaba el mismo<br />
lenguaje que la santa, la cual en repetidas ocasiones expresó<br />
su deseo de que las hijas del Carmelo no fuesen<br />
mujeres, sino hombres, hombres por la energía de su<br />
corazón, hombres por la intrepidez de sus almas.<br />
Ya hemos citado aquel notable texto suyo: «No querría yo mis<br />
hermanas pareciesen en nada sino varones fuertes, que si ellas hacen<br />
lo que es en sí, el Señor las hará tan varoniles que espanten a los<br />
hombres».<br />
El mensaje de Teresa llega hasta nuestros días, en una<br />
época en que faltan hombres, aun entre los pretendidos<br />
hombres, en una época en que aquella frase del filósofo<br />
que recorría en pleno día las plazas de Atenas con una<br />
linterna mientras decía: «Busco a un hombre», parece<br />
más apropiada que nunca. En este siglo de tantas traiciones<br />
y felonías, donde hay tan pocos hombres, que al<br />
menos la Iglesia se gloríe de poseerlos aún en la descendencia<br />
de Teresa.