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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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leoneses, vascos, castellanos, aragoneses, valencianos,<br />

andaluces. La unidad de España se iba a consolidar en<br />

el campo de batalla. Muchos episodios jalonaron la gran<br />

ofensiva de los Reyes Católicos. Vizcaíno Casas nos los<br />

relata con la gracia que le caracteriza. Reseñemos algunos<br />

de ellos:<br />

En una de las campañas por conquistar una ciudad en poder de<br />

los moros, los oficiales quedaron alarmados al descubrir que no<br />

era posible llevar hasta el frente de combate sus pesados cañones<br />

a través del sinuoso sendero que corría por las alturas de un elevado<br />

cerro. Enterada la Reina del obstáculo, al parecer inobviable,<br />

pidió un caballo y se dirigió a la montaña para inspeccionar personalmente<br />

el terreno. ¡Una montaña se interponía en el camino de<br />

sus nuevos cañones! Pues bien, dijo, hay que vencer a la montaña.<br />

Y entonces, bajo su dirección, seis mil zapadores con palas y<br />

explosivos trazaron un nuevo sendero en la ladera de la montaña,<br />

tan alto y empinado que «un pájaro se podía mantener allí con<br />

dificultad». Día y noche trabajaron rellenando hondonadas, pulverizando<br />

rocas, talando árboles... Más de trece kilómetros de<br />

camino fueron tendidos en doce días, y los moros, que tanto se<br />

habían burlado de la contrariedad de los <strong>cristianos</strong>, vieron asomar<br />

una mañana los negros hocicos de las pesadas bombardas, que<br />

avanzaban lentamente, arrastradas por grandes bueyes, a través<br />

de la falda de la montaña.<br />

Un día el Zagal, que era tío de Boabdil, el jefe de la plaza de<br />

Granada, pidió entrar en negociaciones con los Reyes Católicos;<br />

éstos mandaron para iniciarlas al comendador Juan de Vera, cordialmente<br />

recibido por Abu Abdallah en los salones de la Alhambra.<br />

Pero como uno de los nobles de la corte mora, conversando con el<br />

comendador, se permitiera alusiones obscenas a la Santísima Virgen,<br />

el caballero cristiano sacó la espada y de un tajo partió en dos<br />

la cabeza del blasfemo. Atacado por los compañeros de éste, se<br />

defendió en desigual lucha, hasta que llegó el Zagal y al enterarse<br />

de lo acaecido, presentó sus excusas a don Juan de Vera, castigando<br />

a los responsables de la afrenta. Cuando, al regresar al campo<br />

de los <strong>cristianos</strong>, contó aquél lo sucedido a su jefe, éste le escribió<br />

al moro dándole gracias, y regaló al comendador el mejor de sus<br />

caballos, por su firmeza en la defensa de la fe.<br />

Otra anécdota. En cierta ocasión la Reina pasó revista a los<br />

soldados que asediaban la ciudad de Baza, en poder del enemigo,<br />

y como siempre, levantó inmediatamente el espíritu de la tropa.<br />

No satisfecha con eso, mostró su intención de recorrer las trincheras<br />

de la zona norte, en la primera línea del frente. Como dicha<br />

visita resultaba altamente peligrosa, ya que todo aquel sector estaba<br />

bajo el fuego enemigo, el marqués de Cádiz informó de los<br />

deseos de la Reina al jefe árabe Cid Hiaya, pidiéndole que mientras<br />

durase la inspección, suspendiera las hostilidades. No sólo<br />

aceptó el jefe moro tal proposición sino que, cuando Isabel, montada<br />

a caballo, estaba examinando las fortificaciones, salió de la<br />

ciudad el ejército musulmán, en formación de parada, los estandartes<br />

al vuelo y tocando la banda, con su príncipe al frente, en<br />

vestido de gran gala. Saludó con respeto a la reina católica desde su<br />

caballo y ordenó después a sus jinetes efectuar exhibiciones de<br />

destreza en homenaje a Isabel. Terminadas las cuales, se retiraron,<br />

tras saludar de nuevo cortesmente a la Reina. Cuando luego de<br />

enconadas batallas la plaza mora se rindió, los Reyes colmaron de<br />

honores a Cid Hiaya, que acabaría abrazando la fe católica y casándose<br />

con una de las damas de Isabel.<br />

Nos cuentan las crónicas que en un intervalo entre<br />

los combates, y aprovechando un viaje que la corte hacía<br />

de Sevilla a Córdoba, el séquito hizo un alto en<br />

Moclín, para que el príncipe heredero don Juan, que a<br />

la sazón tenía doce años, fuese armado caballero. Su<br />

madre, la Reina, le revistió la cota de malla, las espuelas<br />

y la daga, dándole asimismo las monedas que tendría<br />

que ofrendar en el acto litúrgico correspondiente. A partir<br />

de entonces, el príncipe ya podía acompañar a sus<br />

padres en acciones de guerra.<br />

Como dijimos antes, la conquista de Granada fue el<br />

acto terminal de la campaña. Los ocho meses que duró<br />

el sitio de esa ciudad fueron el marco de una serie de<br />

episodios caballerescos, de tipo medieval, que convirtieron<br />

el asedio en una especie de torneo prolongado. Conscientes<br />

ambos bandos de que la suerte de la ciudad estaba<br />

resuelta, los caballeros moros combatían con teme-<br />

Isabel la Católica<br />

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rario valor, como si quisieran despedirse con exuberante<br />

grandeza del último reducto del Islam en España. Su heroísmo<br />

encontró una réplica igualmente gallarda en los<br />

caballeros <strong>cristianos</strong>, que prodigaron hazañas que pasarían<br />

al romancero.<br />

La reina Isabel atendía personalmente todo lo relativo a<br />

la intendencia. Con su conocido sentido de la caridad<br />

cristiana, había montado un hospital de campaña, el primer<br />

hospital de sangre de la historia, al que llamaron «el<br />

hospital de la Reina». Asimismo, en torno al campamento<br />

real desde donde se dirigían las operaciones bélicas,<br />

comenzó a edificarse una verdadera ciudad, con edificios<br />

de mampostería y circundada por murallas. Sugirieron<br />

los oficiales que se denominara Isabela, pero la Reina<br />

rehusó, proponiendo el nombre de Santa Fe, en atención<br />

a la causa que defendían sus soldados. El efecto<br />

psicológico que esta obra produjo en los sitiados de Granada<br />

fue decisivo, ya que en adelante no podían dudar de<br />

la firme determinación de los <strong>cristianos</strong> de no cejar hasta<br />

apoderarse de la capital mora. Santa Fe fue construida<br />

en ochenta días, con piedras traídas de las montañas<br />

cercanas.<br />

Finalmente Granada se rindió. Fue un día de gozo indescriptible<br />

para los <strong>cristianos</strong>. La reina Isabel, el rey<br />

Fernando, el príncipe Juan, el cardenal Mendoza, fray<br />

Hernando de Talavera, los más preclaros capitanes del<br />

ejército, visten sus mejores galas, algunos de ellos incluso<br />

ataviados a la morisca. Todos miran con expectación<br />

hacia las imponentes torres de la Alhambra.<br />

De pronto se escucha un clamor unánime, al tiempo<br />

que se disparan bombardas y morteros, y atruena el redoble<br />

de los tambores: en la torre más alta del palacio<br />

moro, la de la Vela, se ha alzado por tres veces la cruz de<br />

Cristo. E inmediatamente, también por tres veces, el pendón<br />

de Santiago y el estandarte real. Un heraldo de armas<br />

grita: «¡Santiago, Santiago, Santiago! ¡Castilla, Castilla,<br />

Castilla! ¡Granada, Granada, Granada, por los muy altos y<br />

poderosos reyes de España, don Fernando y doña Isabel...!»<br />

La Reina, emocionada, reclinó su cabeza sobre el hombro<br />

del Rey. Entonces se cantó solemne y sentidamente<br />

el Te Deum, seguido de disparos de artillería y sonar de<br />

trompetas.<br />

En duro contraste con tanto gozo, algunos hombres<br />

habían contemplado la ceremonia con infinita tristeza.<br />

Eran los jefes moros. Boabdil, acompañado de su séquito,<br />

se acercó a Fernando, intentando besarle la mano, lo<br />

que este no consintió. Tras breves palabras, luego de<br />

besar las llaves de Granada, se las entregó al Rey, quien<br />

las pasó a doña Isabel, la cual se las dio al príncipe don<br />

Juan y éste al duque de Tendilla, que acababa de ser<br />

nombrado alcaide de la Alhambra. Eran las tres de la tarde<br />

del 2 de enero de 1492. Desde entonces, las campanas<br />

de las iglesias de Granada hacen sonar tres toques a<br />

esa exacta hora. Había terminado la secular empresa de<br />

la Reconquista. El Rey firmó un último parte donde comunicaba<br />

«haber dado bienaventurado fin a la guerra que he tenido con el<br />

rey moro de la ciudad de Granada, la cual, tenida y ocupada por<br />

ellos más de 780 años, hoy, dos días de enero de este año de noventa<br />

y dos, es venida a nuestro poder y señorío...»<br />

Entre los testigos directos de la rendición de Boabdil<br />

se encontraba un oscuro personaje que desde hacía años<br />

andaba merodeando por la Corte de los Reyes. Se llamaba<br />

Cristóbal Colón.<br />

Cuatro días después de la capitulación, los Reyes entraron<br />

en la ciudad, y tras oír misa solemne, se dirigieron<br />

a la Alhambra y se sentaron en el trono de los emires.

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