Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
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pasando por la misa, en considerar, en acordarme, y otras veces en<br />
ver lo mismo, con mucha efusión de lágrimas y amor muy crecido<br />
y muy intenso al ser de la Santísima Trinidad».<br />
Resulta llamativo advertir cómo este despliegue de visiones<br />
se desarrolla principalmente en torno a la Santa<br />
Misa, que era para Ignacio el sol que asomaba cada mañana<br />
en el horizonte de su alma, y alrededor del cual<br />
giraba el entero sistema de su vida mística. Era en la<br />
Misa donde recogía energías y orientaciones para su labor<br />
diaria. Jamás tomaba ninguna resolución importante,<br />
sin considerarla reiteradamente delante de Dios en el<br />
sacrificio de la Misa, a veces por espacio de semanas<br />
enteras; sólo se decidía cuando estaba cierto que era la<br />
voluntad de Dios. Al respecto escribió el P. Gonçalves da<br />
Cámara:<br />
«El modo que el Padre guardaba cuando las Constituciones era<br />
decir misa cada día y representar el punto que trataba con Dios y<br />
hacer oración sobre aquello». El problema que llevaba adentro lo<br />
debía resolver a la luz y al calor del trato íntimo con el Señor.<br />
Y junto al Cristo eucarístico, Nuestra Señora. El 15 de<br />
febrero de 1544, durante la consagración, experimenta<br />
la presencia de María, lo que expresa con esta frase realmente<br />
notable: «No podía que a Ella no sintiese o viese...<br />
mostrando ser su carne en la de su Hijo...»<br />
Destaquemos el lugar que ocupó en su vida mística el<br />
don infuso de las lágrimas. Así escribe el mismo 15 de<br />
febrero: «Muchas y muy intensas lágrimas y sollozos,<br />
perdiendo muchas veces la habla». Pocos días antes, el<br />
5 de febrero, corren tan abundantes que siente dolor en<br />
los ojos: «Antes de la misa, en ella y después de ella..., y<br />
dolor de ojos por tantas». Por cierto que sus lágrimas no<br />
provenían de un temperamento blando y sensible a las<br />
emociones –el temperamento de Ignacio era colérico–,<br />
sino de puro amor divino.<br />
En cierta ocasión, el P. Ribadeneira le preguntó al P. Laínez cuál<br />
era la fuente de esta superior ternura de San Ignacio, y aquél le dijo<br />
«que en las cosas de Nuestro Señor se había más passive que<br />
active, que éstos son los vocablos que usan los que tratan de esta<br />
materia, poniéndole por el más alto grado de contemplación, a la<br />
manera que el divino Dionisio Areopagita dice de su maestro<br />
Hieroteo, que erat patiens divina».<br />
A través de lo sensible, Ignacio se elevaba más allá de<br />
lo sensible, percibiendo algo de las armonías celestiales.<br />
El P. Cámara señala un dato concreto.<br />
«Una cosa con que mucho se levantaba en la oración era la música<br />
y canto de las cosas divinas, como son Vísperas, Misas y otras<br />
semejantes; tanto que, como él mismo me confesó, si acertaba a<br />
entrar en alguna iglesia, al celebrarse estos Oficios cantados, luego<br />
parecía que totalmente se transportaba de sí mismo».<br />
2. El elemento místico de los Ejercicios<br />
El P. Brémond dice que los Ejercicios son «un manual<br />
de heroísmo o de caballería cristiana», pero también «una<br />
mística de elección». Hay, por cierto, elementos místicos<br />
en los mismos, como se advierte, por ejemplo, en la<br />
contemplación de los misterios de Cristo, propios de la<br />
segunda semana, en los que se pide «conocimiento interno»<br />
del Señor, asistiendo a dichos misterios «como si<br />
presente me hallase». Lo mismo en las contemplaciones<br />
de la tercera y cuarta semanas: «dolor con Cristo doloroso,<br />
quebranto con Cristo quebrantado», «gracia para<br />
me alegrar y gozar intensamente de tanta gloria y gozo<br />
de Cristo nuestro Señor». «Este gozo –comenta el P.<br />
Luis de la Palma– no puede nacer sino de amistad; porque<br />
la amistad de tal manera inclina a la persona amada y<br />
causa unión con ella, que la imaginación la aprehende,<br />
como si fuera otro yo». Nada digamos de la «contemplación<br />
para alcanzar amor», en la quinta semana; esta<br />
P. Alfredo Sáenz, S. J. – <strong>Arquetipos</strong> <strong>cristianos</strong><br />
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contemplación terminal es como el umbral de la vía<br />
unitiva, en que los Ejercicios introducen al tiempo que<br />
culminan.<br />
El ejercitante es exhortado a detenerse «cuando halla»<br />
fervor, gusto, consuelo, sabor, deleite espiritual. Estas<br />
«demoras» son pequeños «actos de contemplación», y<br />
su reiteración va engendrando en la voluntad «el hábito<br />
de contemplar». Contienen asimismo elementos místicos<br />
y contemplativos los ejercicios llamados «repeticiones»,<br />
«resúmenes» y la denominada «aplicación de sentidos».<br />
Como enseña el mismo P. de la Palma:<br />
«Toda la materia de la meditación lo puede ser también de la<br />
contemplación; pero en diferente manera. Porque la meditación<br />
busca, la contemplación goza de lo que ha hallado la meditación; la<br />
meditación discurre, la contemplación descansa en el fin y término<br />
de la carrera; la meditación anda como preguntando a todas las<br />
cosas, para que le den nuevas de la verdad, la contemplación, después<br />
de hallada, la mira simplicísimamente». Destaquemos a este<br />
respecto la frase tan típicamente ignaciana: «No el mucho saber<br />
harta y satisface el alma sino el sentir y gustar de las cosas internamente».<br />
Pareciera extraño hablar de un San Ignacio místico.<br />
Santa Teresa, que le fue contemporánea, si bien no llegó a<br />
conocerlo personalmente aunque sí a través de los Ejercicios,<br />
hacia el fin de las Quintas Moradas, lo asocia<br />
con Santo Domingo y San Francisco:<br />
«Yo os digo, hijas, que he conocido a personas muy encumbradas<br />
y llegar a este estado, y con la gran sutileza y ardid del demonio<br />
tornarlas a ganar para sí, porque debe de juntarse todo el infierno<br />
para ello; porque, como muchas veces digo, no pierden un alma<br />
sola, sino gran multitud. Ya él tiene experiencia en este caso; porque<br />
si mirarnos la multitud de almas que por medio de una trae<br />
Dios a Sí, es para alabarle mucho los millares que convertían los<br />
mártires, una doncella como Santa Ursula. Pues ¡las que habrá<br />
perdido el demonio por santo Domingo, y san Francisco y otros<br />
fundadores de Ordenes, y pierde ahora por el padre Ignacio, el que<br />
fundó la Compañía».<br />
Conclusión<br />
Hemos tratado de bosquejar la gigantesca y fascinante<br />
figura de San Ignacio. A veces se le ha intentado presentar<br />
como un voluntarista, como un hombre que parecía<br />
contar exclusiva o principalmente con las solas fuerzas<br />
humanas. Nada más lejos de la realidad. Refiriéndose a<br />
los Ejercicios, la obra que mejor lo manifiesta, ha escrito<br />
A. Steger: «Toda la actividad individual exigida por San<br />
Ignacio: recogimiento, ejercicios preparatorios, observación<br />
continua de sí, agere contra, etc., no son sino<br />
medios. El fin es dar lugar en el alma al trabajo de Dios.<br />
Quien desconoce esta finalidad consecuente, ordenada<br />
hacia la gracia, no comprende nada en el Libro de los<br />
Ejercicios». Y otro autor, el P. Ch. Boyer: «Al hombre<br />
pide el esfuerzo; pero a Dios le pide la gracia para hacer<br />
el esfuerzo».<br />
San Ignacio se nos presenta como un auténtico arquetipo<br />
para nuestra época. Tanto su persona como su doctrina<br />
responden acabadamente a los grandes problemas<br />
de la actualidad. Resulta consolador recordar que numerosos<br />
jesuitas participaron, como veremos, de modo<br />
continuado e intenso, en la Evangelización de América,<br />
Incluso uno de sus sobrinos, el franciscano Martín Ignacio<br />
de Loyola, fue obispo de la diócesis del Río de la<br />
Plata, con sede en Asunción, durante el gobierno de<br />
Hernandarias, su gran amigo. Hemos asimismo señalado<br />
la relación que une a San Ignacio con Santa Teresa, dos<br />
figuras señeras de la hispanidad. Gregorio Marañón los<br />
ha reunido en el recuerdo:<br />
«Los verdaderos héroes nacen sometidos a la dramática renuncia<br />
a todo lo que no sea superarse. Y en los grandes santos, como la