Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
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modelasen a imagen de su Esposo amado, que la corona<br />
de espinas se introdujese en todas las frentes, que todas<br />
las manos y los pies se dejasen atravesar por los clavos.<br />
Porque si es verdad que el Dios omnipotente se hizo<br />
carne, y que murió por nuestra salvación, al hombre no<br />
le queda sino abrazarse con la cruz sangrienta. Quería<br />
que todos pudiesen decir con ella:<br />
«Las penas serán mi alimento y las lágrimas mi bebida... Quiero<br />
que las penas me engorden... Alégrate, alégrate conmigo en la cruz.<br />
Nuestras almas deben reposar en la cruz como en una cama».<br />
El misterio del Verbo encarnado, de la Verdad encarnada,<br />
resonaba en el corazón de Catalina como una sinfonía<br />
llena de encanto. No en vano Dios le había dicho en<br />
el Diálogo:<br />
«Esta bella armonía tiene todas mis complacencias y enamora a<br />
los ángeles. Produce también la admiración del mundo. Lo quieran<br />
o no, los hombres de iniquidad no pueden permanecer insensibles<br />
a la dulzura de esta armonía. Muchos se dejan captar por su encanto,<br />
y su seducción les libra de la muerte. Todos los santos han<br />
atraído a las almas con esta música. El primero que hizo oír este<br />
concierto de vida fue el dulce Verbo de amor cuando, después de<br />
haber tomado nuestra humanidad para unirla a la divina, dejó oír<br />
sobre la Cruz un canto tan dulce que atrajo a él al género humano.<br />
En la escuela de este Maestro es donde todos vosotros habéis<br />
aprendido la armonía. Él es quien os ha enseñado a acordar vuestros<br />
instrumentos. Con este arte que tenían de él, los apóstoles<br />
fueron tan poderosos que difundieron su palabra por el mundo entero;<br />
los mártires, los confesores, los doctores y las vírgenes, todos han<br />
atraído y seducido a las almas por la bella armonía de su vida».<br />
Más allá de estas dos grandes verdades a que nos hemos<br />
referido, la de la redención del hombre a imagen y<br />
semejanza de la Santísima Trinidad, y la de la redención,<br />
que pasa por la encarnación y culmina en la cruz, Catalina<br />
entrevé un misterio más recóndito, si cabe, el de la<br />
Providencia divina. En los casos concretos más dispares<br />
que aparecen en su epistolario, en las desgracias que<br />
sufre alguno de sus corresponsales, en las elecciones de<br />
estado, en la pérdida de un hijo, en la estancia de los<br />
Papas en Aviñón, en los obstáculos para la Cruzada, en<br />
tantos sucesos sobre los que se hace necesario arrojar la<br />
luz de la fe, Catalina recurrirá siempre a los designios del<br />
amor infinito, considerando dichos sucesos desde un<br />
punto de vista irrefragable: el punto de vista de Dios.<br />
Una aplicación clara del don de entendimiento. Nada sucede<br />
a espaldas de Dios, al margen de su Verdad y de su<br />
Amor. Él sabe por qué lo hace. Y siempre por Amor,<br />
aunque a primera vista no lo entendamos así. Aun en el<br />
misterio de dolor más lacerante de la historia, el de la<br />
injusticia de la cruz, se esconde la mano del Padre:<br />
«Ésta es la obra de mi providencia –le dice Dios–: que una obra<br />
infinita, ya que finita era la pena de la cruz en el Verbo, os proporcionara<br />
un fruto infinito en virtud de la Divinidad».<br />
El mismo Dios que sustenta al gusano dentro del leño<br />
seco, escribe la Santa, el mismo Dios que apacienta a<br />
los peces y a los animales, que envía sobre las plantas el<br />
rocío matinal, ¿cómo se podrá creer que no sustente a<br />
su criatura, hecha a su imagen y semejanza?<br />
«Y puesto que todo esto está hecho por mi bondad y puesto a su<br />
servicio –le dice Dios en el Diálogo–, a cualquier parte que [el<br />
hombre] se vuelva, en cuanto a lo temporal o a lo espiritual, no<br />
halla más que fuego y el abismo de mi caridad con máxima, dulce,<br />
verdadera y perfecta providencia».<br />
Catalina hizo suyo el consejo que Dios le diera: «Enamórate,<br />
hija, de mi providencia». No creemos haber leído<br />
mejor tratado sobre la Providencia que el que se encuentra<br />
en el libro IV del Diálogo.<br />
4. El saboreo de la verdad<br />
Nuestra Santa no se contentó con el mero conocimiento<br />
de la verdad. Se prendó de ella. No otra cosa le<br />
Santa Catalina de Siena<br />
45<br />
recomendaba a fray Raimundo: «Yo os escribo en la preciosa<br />
sangre de Jesucristo con el deseo de ver en vos un<br />
verdadero esposo de la Verdad, un fiel y un ávido de esta<br />
misma Verdad».<br />
Catalina vivió la verdad, la vivió en la fe y en la caridad,<br />
como en una atmósfera casi natural, instintiva. Lo sobrenatural<br />
se le hizo natural. De esas alturas no se apartó<br />
jamás. «Quien más conoce más ama, y quien más ama,<br />
más gusta», le dijo Dios, exhortándola a unir el conocimiento<br />
de la verdad con el sabor de la verdad. Si antes<br />
nos pareció que su idea de la Providencia aplicada a todo<br />
el acontecer histórico y humano concretaba el don de<br />
entendimiento, pensamos que su paladeo de la verdad<br />
expresa el don de sabiduría, en el sentido bonaventuriano,<br />
de saboreo de la fe. Porque el alma que tiene la pupila de<br />
la fe en el ojo del intelecto, como nos decía la Santa más<br />
arriba, «conoce esta verdad, y con el encendido deseo<br />
saborea su dulzura y suavidad». No es lo mismo la verdad<br />
conocida que la verdad saboreada. En frase concisa<br />
le escribe a fray Raimundo:<br />
«El que no sea capaz de saborear la Verdad, no podrá conocerla ni<br />
en el conocimiento de sí mismo ni en el conocimiento de la sangre».<br />
Verdad saboreada. Y verdad activa, lanza en ristre, porque<br />
enamorada, porque militante. En este sentido le escribe<br />
al cardenal Pedro de Luna, quien luego sería proclamado<br />
Papa, o según algunos, antipapa, bajo el nombre de<br />
Benedicto XIII, en la época del Gran Cisma:<br />
«Es en la sangre del Redentor que conocemos la verdad a la luz de<br />
la Santísima Fe, que esclarece el ojo de la inteligencia. Entonces el<br />
alma se abraza y se alimenta en el amor de esta verdad; y por amor<br />
de la verdad preferiría la muerte al olvido de la verdad. Ella no calla<br />
la verdad cuando es tiempo de hablar, porque no teme a los hombres<br />
del mundo; no teme perder la vida, puesto que está dispuesta<br />
a darla por amor de la verdad. Ella no teme sino a solo Dios. La<br />
verdad reprende altamente porque la verdad tiene por compañera la<br />
santa justicia, que es una perla preciosa que debe brillar en toda<br />
creatura racional, pero sobre todo en un prelado. La verdad calla<br />
cuando es tiempo de callarse, y callándose, grita por la paciencia,<br />
porque no ignora, sino que discierne y conoce dónde se encuentra<br />
más el honor de Dios y la salvación de las almas...<br />
«Querido Padre, apasionaos por esta verdad, para que seáis una<br />
columna fuerte en el cuerpo místico de la santa Iglesia, donde hay<br />
que propagar la verdad; porque la verdad está en ella, y porque ella<br />
está en ella, ella quiere que sea administrada por personas que le<br />
sean apasionadas y esclarecidas, y no por ignorantes que están<br />
separados de la verdad».<br />
III. Sed de almas<br />
Catalina ha escuchado de Cristo las palabras: «Piensa<br />
en mí, hija mía, y yo pensaré en ti». Pero ese pensar en el<br />
Señor, esa pasión por la «Verdad de Dios» encarnada, a<br />
que acabamos de referirnos, no va a concluir en Cristo,<br />
como si fuera de Él nada existiese.<br />
1. Del amor a Dios<br />
al amor de los que Dios ama<br />
Cuando Catalina vivía en Siena con su familia, se sentía<br />
cómoda en el silencio de su modesto hogar y en la<br />
oscura celda que su padre le había reservado para sus<br />
plegarias. Se complacía asimismo en pasear por el solitario<br />
jardín de su casa, en medio de las flores, que gustaba<br />
trenzar en forma de cruz o de corona. Pero Dios la llamaba<br />
a otra cosa. Se podría decir que hubo una pedagogía<br />
divina progresiva que fue llevando a Catalina de su amada<br />
soledad a una importante actuación apostólica. Fray<br />
Raimundo nos ofrece este diálogo encantador entre Cristo<br />
y ella:<br />
–Vete; ya es hora de comer; los tuyos están ya en la mesa; vete,<br />
estate con ellos, luego volverás junto a mí...