Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
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fuego», como decía. Ellas y sus monjas se convertirían<br />
en la contrapartida vital de los decretos de Trento. Y no<br />
sólo mediante la oración sino también con una acción<br />
cuyos efectos aún perduran.<br />
Porque nuestra santa estaba atravesada por el amor de<br />
Dios. Según asegura fray Luis de León, experimentaba<br />
verdadero dolor físico cuando oía contar las atrocidades<br />
que los protestantes cometían contra los monasterios<br />
ingleses o alemanes. El pecado que hería a Cristo la<br />
hería a ella también. «¿No están hartos, Señor de mi<br />
alma –decía–, de los tormentos que os dieron los judíos?».<br />
Ella quería cargar sobre sí el dolor del Cristo<br />
místico, cubrir con sus sufrimientos lo que falta a la<br />
pasión de Cristo. Para ello debía tender seriamente a la<br />
perfección, llegar a ser lo más perfecta posible. Tal fue<br />
el fundamento eclesial de la reforma que proyectó y llevó<br />
a cabo.<br />
«Deseo grandísimo, más que suelo, siento en mí de que tenga<br />
Dios personas que con todo desasimiento le sirvan y que en nada<br />
de lo de acá se detengan –como veo es todo burla–, en especial<br />
letrados; que como veo las grandes necesidades de la Iglesia, que<br />
éstas me afligen tanto que me parece cosa de burla tener por otra<br />
cosa pena, y así no hago sino encomendarlos a Dios porque veo yo<br />
que haría más provecho una persona del todo perfecta, con hervor<br />
verdadero de amor de Dios, que muchas con tibieza».<br />
Acicateada por estos santos deseos, abocóse Teresa a<br />
su gran reforma carmelitana. Por eso será siempre una<br />
maestra insuperable de lo que debe ser una auténtica<br />
reforma católica, especialmente en una época de crisis<br />
como la nuestra. Decimos auténtica reforma, ya que<br />
hay otras pretendidas reformas que no son tales, sino<br />
dirigidas por criterios mundanos o intereses bastardos.<br />
La de Teresa estuvo pendiente de los deseos de Dios, de<br />
la Iglesia, en contacto con los santos de su época y los<br />
teólogos de segura doctrina. Todo ello quedaría plasmado<br />
en sus constituciones y en su espiritualidad.<br />
Lo primero que hizo fue establecer monasterios más<br />
estrictos. Le parecía que los otros no ayudaban suficientemente<br />
a la santidad; más aún, ponían en peligro la<br />
salvación eterna de los que en ellos entraban. He aquí un<br />
texto impresionante a este respecto:<br />
«Para mí, que soy ruin, hubiérame cierto llevado al infierno, si<br />
con tantos remedios y medios el Señor con muy particulares mercedes<br />
suyas no me hubiera sacado de este peligro; y ansí me parece<br />
lo es grandísimo, monasterio de mujeres con libertad, y que más me<br />
parece es paso para caminar al infierno las que quisieren ser ruines<br />
que remedio para sus flaquezas. Si los padres tomasen mi consejo,<br />
ya que no quieren mirar a poner sus hijas adonde vayan camino de<br />
salvación, sino con más peligro que en el mundo, que lo miren por<br />
lo que toca a su honra y quieran más casarlas muy bajamente que<br />
meterlas en monasterios semejantes, si no son muy bien inclinadas,<br />
y plega a Dios aproveche, o se las tenga en su casa; porque si<br />
quiere ser ruin, no se podrá encubrir sino por poco tiempo, y acá<br />
muy mucho, y en fin lo descubre el Señor, y no sólo dañan a sí, sino<br />
a todas; y a las veces las pobrecitas no tienen culpa, porque se van<br />
por lo que hallan.<br />
«Y es lástima de muchas que se quieren apartar del mundo, y<br />
pensando que se van a servir al Señor y apartar de los peligros del<br />
mundo, se hallan en diez mundos juntos, que ni saben cómo se<br />
valer, ni remediar; que la mocedad y sensualidad y demonio las<br />
convida e inclina a seguir algunas cosas que son del mismo mundo,<br />
ve allí que lo tienen por bueno, a manera de decir. Parécenos como<br />
los desventurados de los herejes, en parte, que se quieren cegar y<br />
hacer entender que es bueno aquello que siguen, y que lo creen ansí<br />
sin creerlo, porque dentro de sí tienen quien les diga que es malo».<br />
Un día, después de haber recibido la comunión, entendió<br />
con inequívoca claridad que Cristo le encomendaba<br />
la reforma. Tan pronto dio a conocer su proyecto, numerosas<br />
fueron las monjas que se resistieron y la comenzaron<br />
a atacar, porque aquello les parecía un grandísimo<br />
disparate: «Estaba muy malquista en todo mi mo-<br />
Santa Teresa de Jesús<br />
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nasterio, porque quería monasterio más encerrado; decían<br />
que las afrentaba, que allí podían también servir a<br />
Dios...». Pero ella estaba cierta de lo que Dios le pedía. Y<br />
tan pronto se lo concedió el Señor, obediente a sus directores<br />
espirituales, se dio por completo a fundar nuevas<br />
casas reformadas.<br />
«A lo que ahora me acuerdo, nunca dejé fundación por miedo del<br />
trabajo, aunque de los caminos, en especial largos, sentía gran contradicción;<br />
mas en comenzándolos a andar, me parecía poco, viendo<br />
en servicio de quién se hacía y considerando que en aquella casa se<br />
había de alabar al Señor y haber Santísimo Sacramento. Esto es<br />
particular consuelo para mí, ver una iglesia más, cuando me acuerdo<br />
de las muchas que quitan los luteranos. No sé qué trabajos, por<br />
grandes que fuesen, se habían de temer, a trueco de tan gran bien<br />
para la Cristiandad; que aunque muchos no lo advertimos estar<br />
Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, como está en el<br />
Santísimo Sacramento en muchas partes, gran consuelo nos había<br />
de ser».<br />
La reforma de Teresa fue realmente católica. No como<br />
quien mira a la Iglesia desde fuera, al modo de los luteranos,<br />
sino desde las entrañas de la Iglesia, como hija de la<br />
Iglesia. En todos sus trabajos fundacionales, Santa Teresa<br />
quiso siempre obrar como hija de la Iglesia, no como<br />
hija del mundo y censora de la Iglesia. Es sintomático<br />
que al sentirse morir, tan sólo se le ocurriera dar fervorosas<br />
gracias a Dios por haber sido hija de la Iglesia, y por<br />
poder morir en su seno, repitiendo una y otra vez: «En<br />
resumen, Señor, soy una hija de la Iglesia..., soy una hija<br />
de la Iglesia».<br />
Tanto valoraba la obediencia que, según cuenta Gracián,<br />
con frecuencia le había sucedido tratar con ella de un<br />
asunto y ser de opinión contraria, y luego por la noche<br />
cambiar de propósito y volver para decirle que se haría<br />
como ella había pensado. Entonces Teresa se sonreía, y<br />
al preguntarle por qué lo hacía le contestaba que, habiendo<br />
tenido una revelación de Nuestro Señor de que debía<br />
hacerse como ella había dicho, aunque el prelado le hubiese<br />
dicho lo contrario, ella le decía a Nuestro Señor<br />
que si quería que aquello se hiciese, «moviera el corazón<br />
de su prelado para que él se lo ordenase, porque ella no<br />
podía desobedecerle».Tal es la prueba de la autenticidad<br />
de una reforma dentro de la Iglesia: la confrontación del<br />
propio carisma con la autoridad.<br />
En cierta ocasión le dijeron a Teresa que tuviera cuidado, que<br />
podían acusarla ante la Inquisición: «A mí me cayó esto en gracia y<br />
me hizo reír, porque en este caso jamás yo temí, que sabía bien de<br />
mí que en cosa de la fe, contra la menor ceremonia de la Iglesia que<br />
alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada<br />
Escritura me ponía yo a morir mil muertes; y dije que de eso no<br />
temiesen, que harto mal sería para mi alma si en ella hubiese cosa<br />
que fuese de suerte que yo temiese la Inquisición; que si pensase<br />
había para qué, yo me la iría a buscar».<br />
V. Contemplación y acción<br />
Santa Teresa fue contemplativa en grado eminente. Pero<br />
también la necesidad la obligó a dejar en ocasiones el<br />
convento, particularmente cuando tenía que hacer fundaciones<br />
o diversos trámites con ellas relacionados. De<br />
manera realmente admirable supo juntar en sí, como ella<br />
misma lo dice, a María y a Marta , convencida de que si<br />
quería llevar a cabo la obra para la que Dios la había<br />
elegido, debía, por cierto, renunciar al deleite de la contemplación<br />
quieta y serena, pero aún así, la contemplación<br />
no dejaba de subsistir,<br />
«que aunque es vida más activa que contemplativa, cuando el<br />
alma está en este estado, nunca dejan de obrar casi juntas Marta y<br />
María; porque en lo activo, y que parece exterior, obra la interior, y<br />
cuando las obras activas salen de esta raíz, son admirables y<br />
olorosísimas flores, porque proceden de este árbol del amor de<br />
Dios y por sólo El, sin ningún interés propio».