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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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negra, en dos años, redujo a la mitad la población de<br />

Europa, los judíos sufrieron más que el resto, porque el<br />

populacho enloquecido los acusó de ser los causantes<br />

de aquella plaga envenenando los pozos, y comenzó a<br />

perseguirlos en toda Europa. El papa Clemente VI denunció<br />

como calumniosas tales acusaciones, señalando<br />

que la peste había sido igualmente mortal donde no vivía<br />

ningún judío, y amenazó con excomulgar a los exaltados.<br />

Sin embargo, las multitudes seguían matando judíos.<br />

También en Castilla acaeció otro tanto, por lo que muchos<br />

hebreos, atemorizados, pidieron el bautismo,<br />

llamándoseles conversos o marranos. Algunos lo hicieron<br />

sinceramente, como aquellos 35.000 convertidos por<br />

la virtud y la elocuencia de San Vicente Ferrer, quien<br />

recorrió España predicando. Sin embargo hubo muchos<br />

que simularon convertirse; iban a Misa el domingo, pero<br />

secretamente seguían acudiendo a las sinagogas.<br />

Como <strong>cristianos</strong> confesos, los judíos falsamente convertidos<br />

se encontraban ahora libres de las restricciones<br />

impuestas a sus hermanos de la sinagoga, y estaban en<br />

condiciones de contraer matrimonio con las familias nobles<br />

de España. Además, se les abrían nuevas e importantes<br />

posibilidades porque podían acceder al sacerdocio<br />

o a la vida religiosa, probando así su lealtad al cristianismo.<br />

El hecho es que en la época de Isabel, su influencia<br />

sobre la Iglesia en España era notable. Muchos de<br />

los obispos eran descendientes de judíos. Y se sabía que<br />

numerosos sacerdotes seguían siendo secretamente judíos,<br />

y se burlaban de la Misa y de los sacramentos que<br />

fingían administrar. Los católicos se indignaban frente a<br />

estos sacrilegios, y en algunos casos exageraban la nota<br />

atribuyendo a los judíos la exclusividad de la decadencia<br />

que sufría la Iglesia.<br />

Tal era la situación cuando los Reyes estaban proyectando<br />

su campaña contra el gobierno moro de Granada.<br />

Los españoles no podían dejar de recordar que habían<br />

sido los judíos quienes invitaron a los mahometanos a<br />

entrar en el país, y siempre los habían considerado como<br />

enemigos internos, quintacolumnas y aliados del enemigo.<br />

Dondequiera se encendía de nuevo la guerra contra<br />

los moros, automáticamente los judíos se convertían en<br />

sospechosos. Y precisamente en estos momentos, como<br />

acabamos de decir, los Reyes se aprestaban a lanzar su<br />

ofensiva contra Granada. Previendo Isabel una guerra<br />

larga y peligrosa, creyó que había llegado el momento<br />

de destruir el poder de los judíos encubiertos, que constituían<br />

un reino dentro de otro reino.<br />

A solicitud de la Reina, el obispo de Cádiz elevó un<br />

informe sobre las actividades de los conversos de Sevilla.<br />

Se confirmaban las sospechas de Isabel, en el sentido<br />

de que la mayor parte de ellos eran judíos encubiertos,<br />

que poco a poco ganaban a los <strong>cristianos</strong> a las prácticas<br />

judías, llegando «hasta a predicar la ley de Moisés»<br />

desde los púlpitos católicos.<br />

Señala T. Walsh que la Reina no tenía prevenciones<br />

contra los judíos como raza. El problema, tal como ella<br />

lo entendía, era estrictamente religioso. De hecho, a lo<br />

largo de su reinado, había nombrado en cargos de confianza<br />

a varios judíos a quienes creía sinceramente <strong>cristianos</strong>,<br />

y con frecuencia había protegido a los judíos de<br />

la sinagoga contra la furia y los pogroms –persecución<br />

antisemita– del populacho.<br />

No obstante, pensaba que muchos conversos eran en<br />

realidad judíos encubiertos, que iban a la iglesia el domingo<br />

y a la sinagoga el sábado, mientras no perdían<br />

oportunidad de ridiculizar las más sacrosantas verdades<br />

Isabel la Católica<br />

73<br />

del cristianismo, socavando la fe, que era para ella la<br />

base moral del pueblo. Por otra parte, al poco tiempo de<br />

haberse creado la Inquisición, de que hablaremos enseguida,<br />

los inquisidores, convencidos por diversos testimonios,<br />

comunicaron a los reyes el gravísimo peligro que<br />

se cernía sobre la religión católica. E incluso no faltaron<br />

judíos que expresaban su esperanza de que los turcos<br />

lanzasen una ofensiva hacia Occidente.<br />

Pero hubo un hecho que resultó sern el detonante de toda esta<br />

cuestión. En noviembre de 1491, cuando Isabel y Fernando estaban<br />

tratando con Boabdil la rendición de Granada, dos judíos y seis<br />

conversos fueron en Avila condenados a muerte bajo el cargo de<br />

haber secuestrado un niño cristiano de 4 años y de haberlo crucificado<br />

el Viernes Santo en una caverna para burlarse de Cristo; de<br />

haberle arrancado luego el corazón, en orden a hacer un maleficio de<br />

magia destinado a causar la ruina de los <strong>cristianos</strong> de España, tras lo<br />

cual los judíos se posesionarían del gobierno. Por cierto que con<br />

frecuencia atribuían cosas a los judíos. En este caso, se hicieron<br />

prolijas investigaciones, llegándose a la convicción de que, efectivamente,<br />

un niño había sido abofeteado, golpeado, escupido, coronado<br />

de espinas y luego crucificado. El asunto fue sometido a un<br />

jurado de siete profesores de Salamanca, quienes declararon culpables<br />

a los imputados. Hubo un segundo jurado, en Avila, que confirmó<br />

el veredicto. Los culpables fueron ejecutados el mismo mes en<br />

que se rindió Granada. El niño sería canonizado por la Iglesia bajo el<br />

nombre de el Santo Niño de La Guardia.<br />

Se cree que cuando el P. Torquemada fue a la Alhambra,<br />

a principios de 1492, pidió a los Reyes que encarasen<br />

con urgencia este problema, que podía acabar por destruir<br />

toda su obra, y solucionasen el asunto de raíz expulsando<br />

a los judíos de España. Hacía tiempo que los<br />

Reyes pensaban tomar una medida semejante. La indignación<br />

que provocó el crimen ritual del Santo Niño decidió<br />

el caso. Y así, el 31 de marzo de 1492, promulgaron un<br />

edicto según el cual todos los judíos debían abandonar sus<br />

reinos antes del 1º de julio.<br />

Alegaban que «persiste y es notorio el daño que se<br />

sigue a los <strong>cristianos</strong> de las conversaciones y comunicaciones<br />

que tienen con los judíos, los cuales han demostrado<br />

que tratan siempre, por todos los medios y maneras<br />

posibles, de pervertir y apartar a los <strong>cristianos</strong> fieles<br />

de nuestra santa fe católica, y atraerlos a su malvada<br />

opinión». Se hacía, pues, necesario que «aquellos que<br />

pervierten la buena y honesta vida de las ciudades y villas,<br />

por la contaminación que puedan causar a otros,<br />

sean expulsados de estos pueblos». Por eso, concluían<br />

los Reyes, «después de consultar a muchos prelados y<br />

nobles y caballeros de nuestros reinos y a otras personas<br />

de ciencia, y en nuestro Consejo habiendo deliberado<br />

mucho sobre el tema, hemos decidido ordenar a los mencionados<br />

judíos, hombres y mujeres, abandonar nuestros<br />

reinos y no volver más a ellos».<br />

Los expulsados podían llevar consigo todos sus bienes,<br />

aunque sujetándose a la legislación vigente según la<br />

cual no les era lícito sacar al extranjero oro, plata, monedas<br />

y caballos, sugiriéndoseles en el mismo decreto convertir<br />

su dinero en letras de cambio. Para evitar la expulsión,<br />

tenían los judíos un recurso, la conversión. La Reina<br />

los animó a ello, y de hecho muchos judíos pidieron el<br />

bautismo. Pero un buen número –unas 150.000 personas,<br />

de acuerdo a algunas fuentes– optó por abandonar<br />

España. Según parece, el éxodo, en carretas, a caballo o<br />

a pie, fue patético, en columnas que marchaban entre<br />

llantos y cantos religiosos. Algunos se dirigieron a Portugal,<br />

otros al Africa, o a distintos lugares.<br />

Señala Vizcaíno Casas que, a diferencia de la abundante<br />

historiografia que ha juzgado con extrema severidad el<br />

decreto de expulsión de los judíos, no son pocos los<br />

historiadores más recientes que lo justifican como inevitable.<br />

Dichos autores afirman que los Reyes no eran, en

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