Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date
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Jerónima. Otras Ordenes, como por ejemplo los franciscanos,<br />
tenían ya pequeños grupos internos que anhelaban<br />
la restauración de la vida religiosa.<br />
Con la intención de renovar el monasterio de Montserrat,<br />
los Reyes solicitaron al Papa autorización para<br />
trasladar a la abadía cuatro monjes fervorosos que pudiesen<br />
estimular desde adentro la reforma. Asimismo se<br />
recuperaron los demás benedictinos. No se crea que todo<br />
esto se hizo sin dificultades. En algunos monasterios,<br />
reformadores y reformandos vinieron a las manos, y más<br />
de un abad o superior acabó con la cabeza rota. Probablemente<br />
los Reyes no pensaron que el intento se consumaría<br />
durante el período de su reinado; de hecho, todo<br />
el siglo XVI sería en España un siglo de reforma, especialmente<br />
incentivada por la aparición de la Compañía de<br />
Jesús.<br />
El P. García Oro resume en tres aspectos el proyecto<br />
reformador respaldado por los Reyes: a) la selección de<br />
las personas que debían ocupar los principales cargos<br />
eclesiásticos; b) la obtención de la plataforma jurídica<br />
necesaria, mediante bulas pontificias, para llevarlo a cabo;<br />
c) el apoyo económico y administrativo, cuando era<br />
menester.<br />
Con este designio tan sublime de Isabel colaboró un<br />
personaje clave: el cardenal Cisneros, aquel de quien hablarnos<br />
al referirnos a los motines de los moros. Nació<br />
en 1456, y sintiendo el llamado al sacerdocio, hizo sus<br />
estudios en Salamanca, donde se graduó. Alto, delgado,<br />
de mirada profunda, era un hombre apasionado, intransigente<br />
e incluso violento. Nombrado vicario general de<br />
la diócesis de Sigüenza, entró luego en la Orden de los<br />
Hermanos Menores, tomando el nombre de fray Francisco.<br />
Cuando a raíz de la conquista de Granada, los Reyes<br />
Católicos nombraron a fray Hernando de Talavera como<br />
arzobispo de la nueva diócesis, Isabel perdió a su confesor<br />
tan amado, y entonces le recomendaron a fray Francisco<br />
Jiménez de Cisneros para sucederle.<br />
La Reina quiso primero conocerlo, y concertó con él<br />
una entrevista en Valladolid, en mayo de 1492. Le pareció<br />
muy distinto del cordial fray Hernando, demasiado<br />
severo y adusto. Pero la misma resistencia del fraile a<br />
aceptar el delicado cargo, terminó por decidirla. Y así<br />
comenzó el irresistible ascenso de Cisneros, no sólo durante<br />
la vida de Isabel sino aún después de su muerte. En<br />
1494 fue elegido provincial de Castilla, y a lomo de mula<br />
recorrió toda España restaurando la disciplina religiosa<br />
de los conventos de su Orden, primero, y luego, por<br />
inducción de la Reina, de todas las casas de varones y<br />
los conventos de religiosas.<br />
Al morir, en 1495, el cardenal-arzobispo de Toledo,<br />
Pedro González de Mendoza, Cisneros fue elegido para<br />
relevarlo, no sin nueva resistencia de su parte. Su austeridad<br />
siguió siendo como antes. Pero su impulso renovador<br />
se incentivó, llevando adelante la reforma con tanta<br />
energía que muchos religiosos, molestos por los cambios,<br />
lo enfrentaron, llegando incluso a protestar ante el<br />
Papa por sus modos intransigentes. Era, sin duda, un<br />
hombre de carácter fuerte. Cuentan los cronistas que,<br />
en cierta ocasión, exaltándose más allá de la cuenta durante<br />
una discusión con Isabel, ésta le preguntó: «¿Os<br />
dais cuenta con quién estais hablando?». A lo que el fraile<br />
respondió: «Con la reina, que es polvo y ceniza como<br />
yo».<br />
No parece acá pertinente referimos a otros aspectos<br />
de la labor del ilustre Cardenal, al margen de su apoyo<br />
decidido a la reforma religiosa de Isabel, como podría<br />
ser la fundación de la Universidad de Alcalá de Henares,<br />
P. Alfredo Sáenz, S. J. – <strong>Arquetipos</strong> <strong>cristianos</strong><br />
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o la brillante renovación bíblica a que dio lugar. Señalemos<br />
tan sólo que la autorreforma de la Iglesia en España,<br />
que tuvo en él su principal gestor, precedió en casi<br />
un siglo al Concilio de Trento y en medio siglo a la aparición<br />
de la Reforma protestante. Sin embargo, no olvidemos<br />
que detrás de Cisneros estuvo siempre la mano<br />
de Isabel, la suprema inspiradora de dicha renovación.<br />
De ella nos cuentan las crónicas que a veces golpeaba a la puerta<br />
de algún convento de religiosas, y ante el asombro de las mismas,<br />
pedía pasar, se sentaba con ellas, y mientras hacía sus labores en la<br />
rueca, las estimulaba con su ejemplo y su palabra para que volvieran<br />
al primitivo fervor.<br />
De esta reforma católica de España, en menos de un<br />
siglo, surgirían la obra maestra de la caridad con San<br />
Juan de Dios y sus hermanos, la obra maestra del sacerdocio<br />
y la literatura espiritual con San Juan de Avila, la<br />
obra maestra del apostolado con San Ignacio de Loyola<br />
y su Compañía, la obra maestra de la contemplación y la<br />
mística con San Juan de la Cruz, Santa Teresa y sus<br />
carmelitas.<br />
XI. Isabel y la gesta<br />
del Descubrimiento de América<br />
Es muy probable que la primera impresión que los Reyes<br />
debieron tener de Colón fue la de que se trataba de<br />
una persona un poco desequilibrada, con tanta tenacidad<br />
como fantasía. Lo que resulta indudable es que, desde el<br />
principio, Isabel se interesó más por él que Fernando.<br />
Fue el cardenal Mendoza quien en 1486 le gestionó su<br />
primera audiencia con los Reyes, para que les propusieron<br />
para su proyecto, como consecuencia de la cual se<br />
convocó a una junta de geólogos, matemáticos y teólogos.<br />
El dictamen resultó negativo.<br />
Colón insistió una y otra vez, hasta que en 1491 se<br />
reunió una nueva junta en la Universidad de Salamanca.<br />
También ella juzgó el proyecto irrealizable. Muy desilusionado,<br />
Colón decidió trasladarse a Francia, con la intención<br />
de exponer sus planes al rey Carlos VIII, pero al<br />
pasar por el convento de la Rábida para despedirse de<br />
sus frailes amigos, éstos le pidieron que esperara, logrando<br />
que Isabel accediese a recibirlo una vez más en<br />
su campamento de Santa Fe, aquella ciudad por ella construida<br />
para asediar a Granada.<br />
Llegó Colón a tiempo para asistir a la rendición de<br />
Boabdil, según lo referimos anteriormente. Días después<br />
mantenía una larga entrevista con los Reyes, proponiéndoles<br />
su plan, pero ahora seriamente madurado, de manera<br />
que aquéllos lo aceptaron en principio. Sin embargo,<br />
al ver que los Reyes no estaban dispuestos a concederle<br />
las mercedes, títulos y compensaciones que él solicitaba,<br />
por parecerles desproporcionadas, se irritó sobremanera,<br />
retomando su idea de encaminarse a Francia.<br />
Cuando estaba ya a dos leguas, Isabel dio orden de<br />
buscarlo, y así regresó a Santa Fe, donde las negociaciones<br />
culminarían en un acuerdo por el que se le concedía<br />
el título de almirante de Castilla, tanto a él como a<br />
sus sucesores, juntamente con otras dignidades y ventajas<br />
que no es acá el caso de enumerar.<br />
Colón levó anclas «en el nombre de la Santísima Trinidad».<br />
No comentaremos los detalles de la epopeya. Digamos,<br />
eso sí, que al rito de «¡tierra!», Colón se preparó<br />
para descender, espada en mano, vestido con elegante<br />
traje de púrpura, y clavando en las arenas de la playa la<br />
bandera de los Reyes Católicos, luego de dar gracias a<br />
Dios, tomó posesión de esas tierras en nombre de Castilla.<br />
En un Diario destinado a los Reyes declararía:<br />
«Vuestras Altezas, príncipes católicos amantes de la fe cristiana<br />
y su difusión y enemigos de la secta de los mahometanos y de