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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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V. La detectación del enemigo<br />

El período histórico en que le tocó vivir a San Ignacio<br />

estuvo preñado de acontecimientos trascendentes, algunos<br />

de ellos tormentosos. En su seno actuaban fuerzas<br />

gigantescas que al parecer iban a transformar la sociedad<br />

de raíz: el Protestantismo atentaba contra la unidad<br />

de la Iglesia en la desgarradura más grave que conoció<br />

en toda su historia; el Humanismo comenzaba a bosquejar<br />

el tipo de hombre que hemos dado en llamar hombre<br />

moderno; en el campo más propiamente político, la amenaza<br />

de la Media Luna contra Europa, como factor negativo,<br />

y el descubrimiento y conquista de América, hecho<br />

gozoso que ampliaba insospechadamente las dimensiones<br />

del planeta y el marco de la evangelización.<br />

San Ignacio supo encarar con inteligencia los grandes<br />

problemas de su tiempo, no sólo excogitando los medios<br />

para mejor propagar el Evangelio a través de la Orden<br />

por él fundada, sino también enfrentando con lucidez<br />

y coraje a los enemigos de Dios y de la Cristiandad,<br />

como lo revela particularmente su actitud en relación<br />

con la Media Luna, el Protestantismo y el Humanismo<br />

renacentista. Analicemos las iniciativas que tomó en estos<br />

tres campos.<br />

1. San Ignacio y la Cruzada contra la Media Luna<br />

En su Epistolario se conservan varias cartas referidas<br />

al tema de la amenaza musulmana. Dos de ellas, las más<br />

importantes, tienen que ver nada menos que con el emperador<br />

Carlos V. Propiamente las cartas las redactó el<br />

P. Polanco, según las indicaciones que le diera San Ignacio,<br />

y están dirigidas al P. Nadal, en orden a que éste<br />

hiciera llegar al Emperador un atrevido plan de acción<br />

para alejar el peligro turco en el Mediterráneo, mediante<br />

la formación de una escuadra. Ambas cartas están fechadas<br />

el día 6 de agosto de 1552, cuatro años antes de<br />

la muerte de Ignacio.<br />

El antiguo oficial de Carlos V trazaba así, adelantándose<br />

en veinte años a la batalla de Lepanto, un plan de<br />

Cruzada donde se revela un inesperado talento estratégico,<br />

político y hasta económico, que nos asombra. En la<br />

primera de esas cartas, muy breve, leemos:<br />

«Es el caso que, viendo un año y otro venir estas armadas del<br />

turco en tierras de <strong>cristianos</strong>, y hacer tanto daño, llevando tantas<br />

ánimas que van a perdición para renegar de la fe de Cristo, que por<br />

salvarlas murió, además del aprender y hacerse prácticos en estos<br />

mares, y quemar unos lugares y otros; y viendo también el mal que<br />

los corsarios suelen hacer tan ordinariamente en las regiones marítimas,<br />

en las ánimas, cuerpos y haciendas de los <strong>cristianos</strong>, ha<br />

venido a sentir en el Señor nuestro muy firmemente, que el emperador<br />

debería hacer una muy grande armada, y señorear el mar, y<br />

evitar con ella todos estos inconvenientes, y haber otras grandes<br />

comodidades, importantes al bien universal.<br />

«Y no solamente se siente movido a esto del celo de las ánimas y<br />

caridad, pero aun de la lumbre de la razón, que muestra ser esta<br />

cosa muy necesaria, y que se puede hacer gastando menos el emperador<br />

de lo que ahora gasta. Y tanto está puesto en esto nuestro<br />

Padre, que, como dije, si pensase hallar crédito con S.M., o de la<br />

voluntad divina tuviese mayor señal, se holgaría de emplear en esto<br />

el resto de su vejez, sin temer para ir al emperador y al príncipe el<br />

trabajo ni peligro del camino, ni sus indisposiciones, ni otros algunos<br />

inconvenientes...»<br />

El listado de motivos que mueven a Ignacio a presentar<br />

al Emperador y a su hijo, el príncipe don Felipe, este<br />

plan, abarca hasta nueve capítulos en la segunda de las<br />

cartas citadas, con un estudio completo de todos los<br />

aspectos, el religioso, el militar y el político, si bien priva,<br />

como era de esperar, el argumento teológico, desde el cual<br />

se calibra todo el resto. Citemos algunos párrafos:<br />

«Las razones que para sentir que debe hacerse [la Armada] mue-<br />

San Ignacio de Loyola<br />

85<br />

ven, son éstas. Primeramente, que la gloria y honor divino mucho<br />

padece, llevándose los <strong>cristianos</strong>, de tantas partes, grandes y pequeños,<br />

entre infieles, y renegando muchos del los la fe de Cristo,<br />

como se ve por experiencia, con grande lástima de los que tienen<br />

celo de la conservación y adelantamiento de nuestra santa fe católica».<br />

«La 2ª, que con grande cargo de conciencia, de quien debe proveer<br />

y no provee, se pierde tanto número de personas, que desde<br />

niños y todas edades, con fastidio de la servidumbre tan trabajosa y<br />

males sin cuenta que padecen de los infieles, se hacen moros o<br />

turcos; y de éstos hay tantos millares entre ellos, que el día del<br />

juicio verán los príncipes si debían menospreciar tantas ánimas y<br />

cuerpos que valen más que todas sus rentas y dignidades y señoríos,<br />

pues por cada una de ellas dio Cristo N.S. el precio de su<br />

sangre y vida...»<br />

«La 8ª, que sería fácil, teniendo muy potente armada y señoreando<br />

todo este mar, ganar lo perdido, y mucho más, en todas las costas<br />

de Africa y en las de la Grecia, y las islas del mar Mediterráneo; y<br />

podríase poner el pie en muchas tierras de moros y otros infieles, y<br />

abrir gran camino para conquistarlos, y consiguientemente hacerlos<br />

<strong>cristianos</strong>; donde no habiendo armada, como se tomó Trípoli, podrían<br />

tomarse otros lugares de importancia en la cristiandad».<br />

Después de una rápida indicación sobre la calidad de<br />

los marinos y soldados que habrán de equipar esa flota,<br />

«presupuesto que gente no ha de faltar a S.M., que la<br />

tiene por la divina gracia, mejor que príncipe del mundo<br />

que se sepa», pasa a señalar las posibles fuentes de ingreso<br />

para la Armada, como son los obispados, las órdenes<br />

de caballería, las ciudades y los príncipes. Y termina:<br />

«Dios, sapiencia eterna, dé a S.M. ya todos y en todas<br />

cosas sentir su santísima voluntad y gracia para perfectamente<br />

cumplirla».<br />

La carta sería, de hecho, entregada por Nadal al virrey<br />

de Sicilia, Juan de Vega, quien en base al escrito se dirigió<br />

al Emperador y a su hijo, encontrando en ambos la<br />

mejor acogida; con todo, les pareció oportuno diferir su<br />

aplicación para tiempos más propicios. El éxito de las<br />

armas cristianas veinte años después, en 1571, en aguas<br />

de Lepanto, pondría de manifiesto el realismo de la visión<br />

política y militar de Loyola.<br />

Ha sorprendido a algunos que un santo, abismado los<br />

últimos años de su vida en la más alta contemplación,<br />

como veremos enseguida, se dedicara a asuntos tan concretos<br />

como el modo de crear una poderosa flota con<br />

que pudiera el Emperador señorear el Mediterráneo y<br />

consolidar su dominio en Europa y Africa, desbaratando<br />

el poderío de los turcos. Pero era precisamente aquella<br />

eterna sapiencia, invocada por él al término de su carta,<br />

la que así esclarecía la inteligencia de su siervo en bien<br />

de la Cristiandad.<br />

Otra prueba del interés de San Ignacio por la Cruzada<br />

contra los moros la encontramos en una curiosa carta<br />

suya al Ejército en Africa, escrita desde Roma con fecha<br />

9 de julio de 1550, donde el santo, al tiempo que anima a<br />

los soldados <strong>cristianos</strong> que en Túnez estaban haciendo la<br />

guerra contra los moros, les hace saber que a pedido de<br />

Juan de Vega, virrey de Sicilia y jefe del ejército español,<br />

en que el P. Laínez era capellán, el Papa ha extendido<br />

también a ellos las bendiciones del Jubileo que por aquel<br />

entonces se celebraba en Roma. He aquí el texto:<br />

«Ignacio de Loyola, Prepósito General de la Compañía de Jesús,<br />

a los ilustres señores, nobles y denodados caballeros, capitanes y<br />

soldados, y, finalmente, a todos los <strong>cristianos</strong> que en Africa guerrean<br />

contra los infieles, amparo y favor de Jesucristo, y en el<br />

mismo, salud perdurable.<br />

«Habiendo Nos [...] suplicado en nombre suyo y de todo el<br />

ejército a la Santidad de Nuestro Señor Julio III, por la Divina<br />

Providencia Papa, que el tesoro del Jubileo abierto a los fieles que<br />

vienen a Roma y visitan algunas iglesias os le franquease también a<br />

vosotros, que por la gloria de Cristo y exaltación de la santa fe<br />

estais ocupados en hacer guerra a los infieles. Su Santidad, con

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