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Arquetipos cristianos - Fundación Gratis Date

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Un rasgo típico de la santa, que confirma su fuste<br />

espiritualmente varonil, fue su inocultable predilección<br />

por la inteligencia, incluso prefiriéndola a la piedad, en la<br />

que también fue tan eximia. Le gustaban de manera extraordinaria<br />

las personas inteligentes. Decía que una<br />

monja no inteligente sólo resultaba útil para sí misma; en<br />

cambio la inteligente podía ser puesta a cargo de otras.<br />

¿La razón? «Un buen entendimiento, si comienza a aficionarse<br />

al bien, ásese a él con fortaleza, porque ve es lo<br />

más acertado». También en sus confesores, apreciaba<br />

por encima de todo la inteligencia y la sabiduría, al tiempo<br />

que experimentaba una gran desconfianza por los<br />

santos que eran tontos.<br />

Teresa se destaca en la historia por haber sido una<br />

excelente escritora, flor del siglo de oro español. Redactaba<br />

con tanta fuerza como claridad, y muy rápidamente,<br />

casi sin tachar nada, subrayando cada tanto una que<br />

otra palabra. En toda su autobiografia sólo hay catorce<br />

correcciones, y no todas son de ella. Su letra era recta y<br />

firme, sin vacilaciones, como de quien sabe exactamente<br />

lo que hay que decir, sin concesiones a veleidades<br />

literarias, sin siquiera puntuación. El encanto de su estilo<br />

es que no tiene ninguno. Porque escribía como hablaba.<br />

Ello se advierte de manera especial en su Vida, uno de<br />

los libros más preciosos que se hayan escrito, en el que<br />

frases admirables se intercalan con expresiones pueblerinas<br />

y comparaciones caseras. De esta obra afirmó<br />

Menéndez y Pelayo:<br />

«No hay en el mundo prosa ni verso que basten a igualar, ni aun<br />

de lejos se acerquen, a cualquiera de los capítulos de la Vida, autobiografía<br />

a ninguna semejante, en que con la más peregrina modestia<br />

se narran las singulares mercedes que Dios le hizo, y se habla y<br />

discurre de las más altas revelaciones místicas con una sencillez y<br />

un sublime descuido de frases que deleitan y enamoran... Santa<br />

Teresa habló de Dios y de los más altos misterios teológicos como<br />

en plática familiar de hija castellana junto al fuego».<br />

Escribió el libro de su Vida en invierno, sentada en el<br />

suelo de su celda, apoyando el pergamino sobre la cama,<br />

frente a una ventana sin vidrio, olvidada de sí misma.<br />

«Al pensar en eso –escribe T. Walsh–, al visitar hoy esa<br />

habitación tan despojada y estrecha, que es ahora un<br />

oratorio, y al acordarse de la alegría, el buen humor y la<br />

agudeza de ingenio que en su obra revela, uno acaba por<br />

entender lo que es la santidad».<br />

Bien española la santa, una española salerosa. No le<br />

gustaba la gente triste, ni lo era, ni soportaba que lo fuesen<br />

quienes vivían con ella. «¡Líbreme Dios de los santos<br />

encapotados!», solía decir con frecuencia. Sentido<br />

del humor, gracia superior y sabrosa, que se trasunta en<br />

tantas expresiones suyas, como por ejemplo, cuando<br />

hablando del progreso espiritual de unas personas por<br />

ella conocidas dice: «Vuelan como águilas, no las hagan<br />

andar como pollo trabado». O en salidas geniales como<br />

cuando respondió a aquella hermanita cocinera, asombrada<br />

al ver cómo Teresa, siempre tan mortificada, estaba<br />

comiendo perdices: «Las penitencias son penitencias<br />

y las perdices son perdices». Gracia, humor, realismo.<br />

Caminaba, sí, con su cabeza a la altura de las estrellas,<br />

pero sus pies estaban siempre sólidamente asentados<br />

en tierra, en lo concreto.<br />

La gracia de Dios hizo de ella una santa, mas las almas<br />

de los santos son preparadas por una larga y secular<br />

prosapia, así como por el trabajo secreto de mil influencias<br />

providenciales. Se puede decir que una familia, una<br />

ciudad, una raza entera han colaborado para engendrar a<br />

Santa Teresa. Santa la más española que existe. Mujer<br />

excelsa, que concitó el cariño de toda España, tan bien<br />

expresado en lo que de ella dijera uno de sus confesores,<br />

Santa Teresa de Jesús<br />

93<br />

el P. Pablo Hernández: «La madre Teresa de Jesús es<br />

muy grande mujer de las tejas abajo, y de las tejas arriba<br />

muy mayor».<br />

A su muerte, literatos como Lope y Cervantes, nobles,<br />

reyes, obispos, todos se unieron para pedir a Roma su<br />

ascensión a los altares. Fue Gregorio XV quien la canonizó<br />

en 1622, juntamente con otros tres santos españoles:<br />

San Ignacio de Loyola, San Francisco Javier y San<br />

Isidro Labrador. Era, en cierto modo, la canonización de<br />

la España católica. Ulteriormente Teresa sería proclamada<br />

segunda patrona de España, tras el patrono principal,<br />

Santiago apóstol.<br />

En este capítulo consideraremos la figura arquetípica<br />

de Santa Teresa desde un punto de vista particular, es a<br />

saber, su ejemplaridad en relación con los problemas de<br />

nuestro tiempo. Porque quizás hoy más que nunca se<br />

hace evidente la actualidad de esta santa. Ella es actual<br />

no precisamente porque agrade al espíritu de nuestra<br />

época. Recordemos lo que decía Chesterton hablando de<br />

los santos, al afirmar que en cada recodo de la historia,<br />

Dios suscita a aquel cuya persona misma y su espiritualidad<br />

sirven de correctivo a los males de sus contemporáneos.<br />

Así San Francisco de Asís apareció precisamente cuando<br />

en las ciudades comenzaba a surgir la burguesía con<br />

su ínsita tendencia al hedonismo. Y San Juan María<br />

Vianney, desde el pueblito perdido de Ars, por su sencillez<br />

y simplicidad se convirtió en un punto de referencia<br />

inobviable en el seno de un mundo hinchadamente racionalista.<br />

Por nuestra parte podríamos añadir que los santos<br />

son redescubiertos precisamente en los siglos que<br />

más los necesitan. Quizás suceda así en nuestro caso.<br />

Porque Santa Teresa está en las antípodas de las preferencias<br />

inmanentistas del mundo moderno.<br />

II. Santa Teresa y el primado de Dios<br />

En una sociedad tan secularizada como la nuestra, que<br />

omite la relación religiosa y cultual con Dios, a quien en<br />

el mejor de los casos considera como algo vaporoso y<br />

lejano, o reductible a una dimensión puramente horizontal,<br />

cual perfeccionador del hombre o de la historia, nada<br />

mejor que el testimonio de los místicos, quienes insisten<br />

con tanto verismo en la realidad absoluta de Dios, en el<br />

primado de Dios y de las cosas de Dios.<br />

No es que Teresa olvide lo horizontal, lo cotidiano. Pero<br />

no se instala en ello, como si fuera lo definitivo, sino que<br />

le sirve de trampolín para remontarse a Dios. En una<br />

ocasión dijo a sus religiosas que cuando la caridad con el<br />

prójimo o la obediencia «las trajere empleadas en cosas<br />

exteriores, entended que si es en la cocina, entre los pucheros<br />

anda el Señor, ayudándoos en lo interior y exterior».<br />

Para ella, no cabía oposición entre lo horizontal y<br />

lo vertical. La armonía de la caridad bipolar –amor a Dios<br />

y amor al prójimo– no queda destruida por la especificación<br />

objetiva de cada dimensión. Esa armonía constituye<br />

la garantía de la autenticidad de ambas.<br />

Es aquí el lugar para referirnos a sus experiencias místicas.<br />

Desde que era pequeña sintió predilección por las<br />

cosas de Dios, por la contemplación. Nos cuenta en su<br />

Vida que se puso entonces a buscar en los aledaños de su<br />

casa algún sitio propicio para rezar a solas, sobre todo el<br />

rosario y que con su hermanito Rodrigo empezó a levantar<br />

ermitas en varias partes del jardín y a organizar a los<br />

chicos de la vecindad en comunidades de pequeños frailes<br />

y hermanas. Juegos infantiles, por cierto, pero que<br />

van delatando una clara inclinación.

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